Estamos de nuevo en campaña electoral y eso nos vuelve a dar la oportunidad de reflexionar sobre la organización común de nuestra convivencia. Los ciudadanos, posibles votantes, estamos llamados a participar -no es legítimo mirar hacia otro lado- y a caer en la cuenta además de que nuestra participación en la vida política no se acaba cuando depositamos nuestra papeleta en una urna, sino que debe ser un compromiso mantenido en nuestra vida ordinaria.
A los políticos, a aquellos que se presentan en las diversas listas y que estos días de campaña electoral acuden a nosotros, es bueno pedirles que nos traten como personas adultas, que no persigan comprar nuestro voto con promesas cada vez más altas y que tampoco nos consideren personas inmaduras que no son capaces de afrontar sus deberes. Que no nos oculten los problemas de nuestra propia vida social, económica, política… porque ante ellos, todos estamos llamados a responder.
Seguramente hay algunos asuntos de nuestra convivencia que merecen una especial atención y me permito señalar algunos de ellos. En primer lugar, todo lo que se refiere a nuestra situación demográfica, a este drama que los sociólogos denominan invierno demográfico. Cuáles son las propuestas para favorecer la vida; qué comprensión de la persona, de la diferencia sexual, se tiene; qué valor se da a la paternidad y la maternidad; cuáles son las circunstancias de vivienda o las condiciones laborales que pueden favorecer o dificultar la natalidad.
Otro de los importantes asuntos de nuestro mundo actual, en enorme transformación y con mucha repercusión en la sociedad española, es la situación del Estado del Bienestar: en la educación, en la sanidad, en los servicios sociales, en la atención a los mayores, en nuestro sistema de pensiones… ¿Cuáles son las propuestas de unos y de otros? ¿Qué papel se da a la iniciativa social para poder intervenir en el campo público?
Para que nuestro Estado del Bienestar se transforme en una verdadera sociedad de los cuidados o del “mejor ser y estar”, como a algunos les gusta decir, es imprescindible que las propuestas de las administraciones públicas y las de la iniciativa social converjan.
Un tercer gran asunto que tenemos entre manos es lo que podríamos llamar nuestra salud democrática y, dentro de ella, hay dos aspectos fundamentales. En primer lugar, la situación del poder judicial. ¿Cuáles son las diversas propuestas para abordar uno de los pilares fundamentales del Estado de Derecho? La organización del propio poder judicial, el asegurar la independencia de los jueces, es un asunto de gran importancia.
Otro indicador de nuestra salud democrática es la articulación entre las diversas administraciones públicas. El estado de una nación que reconoce en su seno nacionalidades y regiones; administraciones cercanas, locales y autonómicas, y administración estatal. Se debe conjugar todo esto con el criterio del bien común que asegure la equidad entre todos los ciudadanos, cualquiera sea el lugar donde habitemos en nuestra nación española.
Hay también que tener en cuenta lo que podríamos llamar puntos de alarma de nuestra vida social, en los que está seguramente concentrado el sufrimiento de muchos. Un punto de alarma, una cuestión que hemos de acometer, es toda la realidad de la acogida a los inmigrantes en un mundo globalizado. Desde su derecho a no salir de sus países de origen, para lo cual hace falta abordar la situación económica y política de esas naciones, hasta su acogida en nuestro entorno.
Y hay otras realidades alarmantes, como son las de las diversas violencias. Las diversas formas de muerte, que van desde la muerte provocada por uno mismo en los suicidios, las muertes por accidentes laborales, o las muertes por otro tipo de violencia, que se dan y resuenan de manera singularmente dramática cuando acontecen entre personas que han mantenido vínculos afectivos.
Otro aspecto determinante para nuestra propia salud democrática, para nuestra propia salud social, es todo lo relacionado con la salud mental de la población, con los problemas de soledad, con la situación de las personas mayores. Hace falta una respuesta a la altura del desafío que nos plantean estos asuntos ahora y en el futuro.
Todas estas cuestiones están en la plaza pública estos días. Qué bien si en los diversos debates y propuestas pudieran salir a la luz las diferentes formas de abordar estos problemas, siempre con una clave, la del deseo de converger en grandes acuerdos de Estado, precisamente en todas estas realidades que podemos denominar centrales o mayores.
Termino haciendo una reflexión a vosotros, conciudadanos: no podemos esperarlo todo de la política. Hay vida, vida social, vida cultural, vida relacional más allá de la dimensión política que tienen muchas de nuestras acciones y actividades.
Y a los políticos: no quieran solucionar todos los problemas de la existencia; caigan en la cuenta de que muchos de ellos han de abordarse desde categorías diferentes al corto, al medio o al largo plazo, como las que tienen que ver con el sentido de la vida o con la dimensión religiosa de la existencia, y que toda formación política, toda administración pública, debe de respetar y reconocer.