Este 2024 nos está permitiendo recordar, desde la conmemoración histórica, a figuras de gran importancia en la historia espiritual y diocesana de Valladolid. Murió hace 400 años aquel fraile trinitario, San Simón de Rojas, que había nacido en unas casas ubicadas en el lugar donde después se va a construir la actual Catedral. Fue un 28 de octubre de 1552, festividad de San Simón Apóstol, nombre que iba a recibir en el bautismo. Precisamente, su propiedad era del entonces Cabildo Colegial de Santa María la Mayor. Por algo, por su principio existencial, lo hemos considerado “cimiento de la Catedral vallisoletana”. Faltarán años para que también recibiese el nombramiento de ser quinto obispo de la entonces joven Diócesis de Valladolid, propuesta que rechazó y que hubiese cerrado el círculo de manera adecuada.
Su infancia, que los hagiógrafos se encargaron de adornar, adelantaba alguno de los acontecimientos que iban a suceder en el futuro. Afirmaban que las primeras palabras del niño, a los 14 meses, fueron curiosamente las de “Ave María”, advocación que tuvo después la Congregación que fundó.
Recibió el hábito trinitario en el propio de la Santísima Trinidad de Valladolid, establecido en la entonces calle de la Boariza (actual María de Molina, junto al espacio donde se habrían de establecer las bernardas de San Joaquín y Santa Ana). Un convento de gran importancia formativa e intelectual. Su noviciado fue anómalo, según lo define su más reciente biógrafo, Pedro Aliaga.
La profesión religiosa la emitió el mismo día que cumplía 20 años. Entonces, se hablaba de “Fray Simón Ruiz de Rojas”. Eran tiempos complicados para la Orden, pues Felipe II quería reformarla por la fuerza, con presencia del Comisario Apostólico. Fray Simón marchó a estudiar a la Universidad de Salamanca, a la que llegó curado de su tartamudez por una atribuida intervención milagrosa de la Virgen de las Virtudes de Paradinas de San Juan.
En aquella “Roma la Chica” escuchó a los grandes maestros de la Teología de finales del XVI como el dominico Domingo Báñez y contempló el regreso de fray Luis de León tras el proceso inquisitorial al que se le sometió en Valladolid. Se formó, entonces, entre la tradición y la innovación. Ordenado sacerdote en 1577, comenzó su ministerio académico en la Orden, lector en Artes y Teología, hombre de docencia entre los estudiantes de su religión en estas disciplinas. Empezó a ser un predicador requerido y un confesor habitual, para después ser un hombre de gobierno, ministro de sucesivos conventos, con obras materiales y también con frailes desobedientes, sin olvidar la atención a los marginados en cárceles y hospitales, además de los niños menesterosos de una catequesis bien desarrollada. Todo ello le permitió conocer bien las ciudades de la Castilla que concluía el siglo XVI.
“No he conocido hombre que menos huela a mundo”. Estas fueron las palabras con las que definió Felipe III a fray Simón de Rojas. Eran días de una estrecha relación del trinitario con la pareja real y él habría de tener su papel en el nuevo emplazamiento cortesano, efímero eso sí y controlado por el duque de Lerma en Valladolid. Sin poder entrar nosotros en el asunto de la expulsión de los moriscos (1611), el monarca quería hacer de Rojas un consejero cercano a los asuntos de Estado, pero fray Simón le indicó que le eran más propios los ministerios de conciencia. Con todo, recibió encomiendas de instrucción sobre los infantes, uno de ellos el Habsburgo mejor dotado intelectualmente del siglo XVII, el que habría de ser cardenal—infante Fernando de Austria. Era este último poco inclinado a la vida eclesiástica, como fray Simón no gustó de las propuestas episcopales de Felipe III. Lo intentó para Jaén y Valladolid, pero el trinitario no lo aceptó.
Quizás sobre el valimiento trató la última conversación entre el fraile y el monarca en el lecho de muerte de este último. Uno de los ámbitos de perduración de San Simón de Rojas —beatificado en 1766 y canonizado en 1988— ha sido la Real Congregación de Esclavos del Dulce Nombre de María, la cual sigue proporcionando en Madrid ropa, alimento y asistencia a los más pobres, además de la concesión de la antigua fiesta litúrgica del Santo Nombre de la Virgen María, cuatro días después de su Natividad.
JAVIER BURRIEZA · Historiador