Torrelobatón, primer horizonte de la ruta

Torrelobatón, primer horizonte de la ruta

26 octubre, 2023

Imágenes de devoción, por Javier BURRIEZA 

Valladolid, camino de devoción del Sagrado Corazón de Jesús (2) 

TORRELOBATÓN PRIMER HORIZONTE DE LA RUTA 

En Torrelobatón encontramos el hito inicial de una ruta vallisoletana sobre el Sagrado Corazón de Jesús, pues fue en esta localidad en la que nació el que habría de ser después de su bautismo Bernardo Francisco de Hoyos y con los siglos, el beato Hoyos, apóstol en la expansión de esta devoción llegada desde Francia. Comienza escribiendo el padre Juan de Loyola en la “Vida” de este jesuita: “Torre de Lobatón, villa distante de la nobilísima ciudad de Valladolid, antigua Corte de nuestros Reyes, fue la patria del P. Bernardo. Tuvieron por fruto de su legítimo matrimonio a este ángel terreno, don Manuel de Hoyos Bravo y doña Francisca de Seña. Ambos descendían de las Montañas de Burgos, en cuyas cumbres es hereditaria la nobleza, que da mucho esplendor a los países llanos”. Era muy habitual que el autor de una Vida con tonos hagiográficos tuviese que justificar los antepasados del implicado a través de la nobleza y, especialmente, si se le hacía descender de las Montañas del norte. Cuando Juan Ortega y Rubio, catedrático de Historia de esta Universidad y después de la Central de Madrid, escribió su singular obra sobre los Pueblos de la Provincia de Valladolid (1895), no olvidó que entre los hijos más insignes de esta localidad se encontraba el que habría de ser futuro jesuita, con una vida reducida en la misma, solamente como estudiante de primeras letras. Después se trasladó en la enseñanza de la gramática latina a Medina del Campo, al colegio de la Compañía. 

Sabemos que el parto de este niño fue dificultoso, llegando a calificarlo Juan de Loyola como de “milagroso”, debido a que la madre desconoció mucho tiempo su estado y continuaba sufriendo las habituales sangrías y remedios que se aplicaban en aquella medicina. Coincidió, precisamente, el día de su nacimiento con el que había sido del obispo de Ginebra Francisco de Sales, prelado ya canonizado, fundador de la Orden de la Visitación, aquella religión en la que profesó la monja salesa de Paray-le-Monial, que recibió anteriormente las revelaciones del propio Sagrado Corazón. Por eso, no fue extraño que el joven Bernardo se mostrase “verdadero devoto y discípulo” de este fundador. Su mencionado padre, don Manuel, era el secretario del Ayuntamiento de Torrelobatón. Afirmaba Juan de Loyola que de su progenitor había aprendido “la honradez y la coherencia en la conducta”. Por algo, en el día de su muerte, el Ayuntamiento de Torrelobatón alabó su gestión e integridad.  

Los que escribían sobre la Vida de los que eran considerados santos la presentaban como perfectamente programada, capaz de generar capacidad de imitación desde el principio. Bernardo Francisco había heredado de su madre un temperamento fuerte. Su condiscípulo Francisco Mucientes indicaba que no era un “genio apagado” sino que más bien había tenido mucho que vencer en este terreno. Preparación para todo lo que habría de venir después, serían los juegos infantiles a través de los cuales se adelantaban algunos aspectos de su santidad. Se celebraba un baile familiar y el niño entró en la sala llevando un libro en sus manos. Se subió a un taburete e, imitando a los misioneros populares que tanta importancia habrían de tener en la Compañía de Jesús del siglo XVIII, comenzó a leer en un tono solemne un pasaje que había encontrado contra los bailes, costumbre muy censurada por otra parte. También, a los siete años, se subía a un púlpito portátil que se encontraba a la puerta de una de las iglesias de Torrelobatón, con el fin de predicar a sus compañeros el sermón que habían podido oír por la mañana y que él había captado hasta el extremo de repetirlo.  

Ortega y Rubio, además de interesarle mucho el papel de Torrelobatón en la Guerra de las Comunidades –lo que no resultaba extraño en la historiografía decimonónica–, destacó los espacios sacros de la villa en las parroquias de Santa María y San Pedro –hoy en ruinas–, sin olvidar la que existió de Santiago –desacralizada–, así como la ermita del Cristo de las Angustias junto al cementerio, imagen que sería muy interesante de conocer en su trayectoria devocional. Cuando Ortega, probablemente, contempló el castillo que estaba destinado a panera, éste pertenecía a José Semprún: “esta fortaleza es muy notable, no sólo por su elegancia, amplitud y construcción, que la hacían inexpugnable al arma blanca, sino por estar perfectamente conservada, y sobre todo por su celebridad histórica y militar”. Pero si nos tenemos que fijar en un ámbito propio del padre Hoyos en Torrelobatón, no solo es en su pila bautismal en Santa María sino también en la conservación de su casa natal, restaurada e inaugurada en 2021 como centro de encuentro con la vida de este jesuita, propiedad del Arzobispado de Valladolid y cedida en su uso y puesta en valor a la Asociación Cultural Padre Hoyos. Cuando se inició el proceso de diocesano de santificación de este jesuita, en los días del cardenal Cascajares, no se olvidaron de esta su cuna y visitaron la localidad. Repitámoslo en este Año Jubilar.