Carta Pastoral (1-15 de abril de 2025)
ASOMBRO EUCARÍSTICO, RESPUESTA A LA BANALIDAD
Hace unas semanas, alguien planteó el derecho constitucional a comulgar y el agravio a la igualdad entre todos los ciudadanos que supone la exclusión de alguien de la comunión eucarística. Hace unos días, en una de las parroquias de Arroyo de la Encomienda fueron sustraídas las Sagradas Formas eucarísticas del Sagrario y, al relatar lo ocurrido, “solo han desaparecido las Formas”, alguien comentó: “Menos mal que no se han llevado nada de valor”. Estos dos hechos, que han tenido relevancia pública, han de hacernos reflexionar sobre la importancia que damos a la Eucaristía y a la reserva eucarística, es decir, al Cuerpo del Señor, que en nuestros sagrarios de manera permanente nos convoca a la oración y el reconocimiento de una presencia que, de manera misteriosa, mantiene el amor en nuestro mundo y le activa en nuestras vidas.
Antes de entrar en posibles debates con los que, desde fuera de la Iglesia, dicen: “Comulgar es un derecho constitucional”; o los que, valorando un robo, dicen: “No hay nada de valor” que pueda ser cubierto por una compañía de seguros o que merezca abrir un expediente policial, pensemos en nuestra propia actitud ante la Eucaristía, la personal y la comunitaria. Porque la Eucaristía es el sacrificio de Jesucristo que se entrega por nosotros de una manera eterna, permanente, “cuerpo entregado, sangre derramada”. La Eucaristía es un banquete al que el Señor nos congrega como pueblo que va adquiriendo la forma misma del cuerpo de Cristo y en el que se anticipa el banquete al que somos convocados en el cielo. Banquete de vida eterna que irrumpe ya en nuestro momento presente para sostener la alegría, la esperanza y la fraternidad que se abre y se extiende a todos aquellos que quieran acoger este amor inmenso. El sacrificio y el banquete se hacen realmente presentes y el Cuerpo de Cristo está presente en el pan y en el vino que en la Eucaristía se convierten en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
¿Cómo nos preparamos para acudir a la Eucaristía? Podríamos hablar de nuestra preparación remota. En la Eucaristía queremos comulgar, expresando, así, una plena comunión en la vida de la Iglesia, en medio de nuestra fragilidad. ¿Cómo disponemos nuestro propio vestido para sentarnos al banquete de fiesta? ¿Cómo nos unimos al sacrificio, a la entrega de Jesús por nosotros en la cruz que queremos comulgar? Esta preparación pide de nosotros examen de conciencia y, quizás, renovar el Bautismo para, confesando nuestros pecados, disponernos así para recibir al Señor. Es verdad que la Eucaristía no es un alimento para personas impecables, solo María es inmaculada concepción. Todos somos pecadores y, siendo pecadores reconocidos que confesamos nuestros pecados, acudimos a la Eucaristía para que sea medicina y fortaleza que nos restaure desde lo profundo, pero habiendo manifestado nuestro deseo de acoger al Señor también a través de la confesión sacramental. ¿Cómo nos disponemos a la Eucaristía?, llegando un poco antes del comienzo de la celebración, guardando silencio en el templo; ¿cómo oramos durante la celebración?, para que cuando llegue el momento de la comunión también pensemos cómo es nuestra manera de acercarnos a comulgar, cuál es nuestro espíritu de adoración que manifestamos en la manera misma de comulgar, en nuestra inclinación antes de recibir al Señor —algunos hermanos quieren, incluso, arrodillarse antes de comulgar—, en nuestra forma de extender la mano dibujando con ella una cruz, en nuestra manera de recibir al Señor en nuestros labios. Cualquiera que sea la forma externa, lo que ha de ser indiscutible en nosotros es el espíritu de adoración. Decimos “amén”, es una confesión de Fe, comulgamos al mismo Dios. Viene a nosotros el mismo Cristo. Su Cuerpo, al que estamos injertados por el Bautismo, ahora nos alimenta para que podamos crecer con Él, en Él, por Él, para entregarnos en su misma misión que anuncia el Evangelio y quita el pecado del mundo.
¿Cómo acogemos la Eucaristía después de comulgar? Hay un momento de recogimiento, de acción de gracias, de íntima adoración, de caer en la cuenta de que aquellos que nos rodean —muchos, también comulgantes— son, como nosotros, parte del cuerpo de Cristo. ¿Cómo hacer la acción de gracias después de la comunión? El agradecimiento ha de ser acción concreta de entrega de la vida a lo largo de la semana, de gesto de servicio, de perdón, de comunión. Quizás, resuenen en nosotros mientras damos gracias estas palabras de Jesús: “Antes de presentar tu ofrenda ante el altar reconcíliate con tu hermano”. Quizás, hayamos de hacerlo después de comulgar, pero hemos de hacerlo.
En todo caso, amigos, estamos llamados a cultivar el asombro eucarístico. No nos acostumbremos a vivir la Eucaristía como un acto externo, devoto o de cumplimiento, sino como aquel acontecimiento sacramental real por el que participamos en la misma entrega de Jesús en la cruz; el Resucitado se hace realmente presente ante nosotros, por nosotros, para caminar con nosotros. Asombrémonos de este acontecimiento que anticipa el banquete del cielo, para desear el cielo en cada Eucaristía y vivir de la manera adecuada para seguir la senda que allí nos lleva.
Si cultivamos el asombro eucarístico, los niños que participan en la Eucaristía verán a los adultos cómo se sitúan ante la Misa, cómo adoran, respetan, acogen el Cuerpo del Señor. Aquellos que vengan por algún motivo, por un funeral, por cualquier otro motivo festivo y que solo de manera intermitente vienen a la celebración, al ver a los comulgantes llenos del asombro eucarístico, quizás puedan preguntarse: ¿Qué pasa aquí? ¿Por qué estos, al entrar en el templo, van a la capilla del Sagrario a saludar al Señor o por qué hacen una genuflexión? ¿Por qué quieren cultivar el silencio mientras están aquí y, en el momento de la plegaria eucarística, se arrodillan o inclinan su cuerpo de manera reverencial? ¿Por qué cuando se acercan a comulgar lo hacen de esa manera, con esa mirada, con ese recogimiento, por qué parece como que tiemblan al adelantar sus manos o al abrir sus labios para recibir al Señor? ¿Por qué después de haber comulgado quieren vivir este tiempo de silencio, de intimidad? ¿Por qué su rostro se transfigura y se llenan de alegría? Porque el asombro eucarístico nos llena de alegría y nos dispone a seguir siendo peregrinos en el camino de la vida con una esperanza renovadísima.
El Señor, Rey del Universo, se ha hecho presente en medio nuestro. Le hemos podido comulgar y vamos ahora, formando parte de su Cuerpo, a entregar la vida en un amor misericordioso en favor de los demás mientras peregrinamos, cantando la alegría de haber podido vivir el sacramento de nuestra Fe, anunciando su Reino, proclamando su resurrección y, al mismo tiempo, gimiendo. ¡Ven, Señor Jesús!