La casa de huéspedes

La casa de huéspedes

25 mayo, 2017

Carta Pastoral (16-31 de diciembre de 2024) 

LA CASA DE HUÉSPEDES

La invitación a la serena alegría del tercer domingo de Adviento nos va llevando de la mano para que se pueda producir el gran encuentro de la Navidad. La liturgia de estos días nos convoca al asombro. Desde el día 17 de diciembre las antífonas del ‘Magnificat’ en las Vísperas de la liturgia de las horas, insisto, nos invitan a asombrarnos, “Oh”, con el que viene, que no es un desconocido para los creyentes. Es sabiduría y ‘Adonai’, renuevo del tronco de Jesé, llave de David y cetro de la casa de Israel, sol que nace de lo alto y deseado de los pueblos, rey de las naciones y piedra angular de la Iglesia.

Pero, para nuestros contemporáneos, incluso para cada uno de nosotros, ¿quién es el que viene? ¿Cómo podemos propiciar un encuentro con él?

En muchas de nuestras casas, al igual que en templos y en tantos lugares, se han instalado belenes, pesebres, representaciones del Misterio para ayudarnos a entrar en el misterio de la Navidad. El Papa Francisco en su última encíclica, que nos habla del amor del Corazón de Cristo que se entregó por nosotros, nos propone preparar “la casa de huéspedes” para acoger esta presencia divina.

Sí, amigos, estamos llamados a que nuestro corazón sea una casa hospitalaria, una casa de huéspedes que pueda acoger al que viene, al que viene y sorprende, al que viene y transforma nuestras vidas. ¿De qué materiales está hecha esta casa de huéspedes? ¿Cuáles son las figuras, las piezas que hemos de colocar para que la casa del corazón tenga esa capacidad de acoger, de ser hospitalaria?

Uno de los materiales de la casa de huéspedes tiene que ver con deseos profundos del corazón, con el afán de libertad, de amor, de alegría, con ese secreto deseo que nos habla de la capacidad de trascender del corazón humano. Una plenitud que, a veces, nos lleva por caminos extraviados, pero que siempre es un indicador de que el corazón está hecho para acoger un Corazón más grande. Son piezas de la casa de huéspedes que hablan de nuestra propia condición humano-divina.

Pero también en la casa de huéspedes hemos de acoger otros materiales. Son, seguramente, materiales que brotan de heridas y dolores, materiales que hablan de una búsqueda de la verdad en medio de mentiras, de un anhelo de paz en medio de guerras y de conflictos. Nuestra casa de huéspedes también ha de expresar este anhelo del corazón que busca luz y guía, razón y afecto, que busca un compañero de camino, un camino mismo, una senda adecuada para poder expresar lo mejor que llevamos dentro y también las heridas y nuestra vulnerabilidad.

Y a la casa de huéspedes viene uno en nombre del Señor, porque es el Señor mismo. A la casa de huéspedes viene alguien a quien llamamos, ya desde tiempos antiguos, Enmanuel, Dios con nosotros. Y, así, la casa de huéspedes va a ser habitada por el Enmanuel, acompañada en los materiales de soledad que hemos podido colocar en la casa. El Enmanuel viene a decirnos: no estás solo, estoy contigo.

Por eso este tiempo es especialmente indicado, queridos amigos, para los que pensáis que la Navidad este año hay que ponerla entre paréntesis porque hemos perdido un ser querido, porque no tenemos motivos humanos para la alegría o porque estamos en casa solos. Tantos de nuestros conciudadanos viven, vivís, solos en vuestras casas. El Enmanuel viene a vuestra casa si la transformáis en una casa de huéspedes.

Pero también este Enmanuel se llama Jesús. Y Jesús significa Salvador y viene a la casa de huéspedes del corazón a salvarnos de lo que nadie nos puede salvar, a salvarnos de la pegajosidad de nuestro propio egoísmo, a salvarnos de la vanagloria o de la soberbia, a salvarnos de nuestras tendencias, a ser los primeros, a tener más, a pasarlo bien, que, si es verdad que a veces son energía para levantarnos cada mañana, son también causa de muchos de los problemas y conflictos que vivimos. Sí, es Jesús, el Salvador el que viene a la casa de huéspedes, que está elaborada con materiales frágiles, mortales, a ofrecernos la salvación de la muerte y del poder de la muerte.

Sí, preparemos la casa de huéspedes del corazón, recibamos bien al que viniendo a nosotros se transforma y es Él la casa, es Él el corazón que acoge lo que pongamos en sus manos y en su vida.

Y, recibido el Emmanuel, el Salvador, estamos llamados en la Iglesia a ser también casa de huéspedes, casa que acoge a quien quiera venir a nuestro hogar, casa dispuesta a recibir a creyentes, menos creyentes o no creyentes, aquellos que también quisieran encontrar un lugar de consuelo, de ánimo, de fortaleza.

Amigos, la Navidad está ya entre nosotros. Podemos decir: ¡Alegre y santa Navidad! Preparemos la casa de huéspedes del corazón para que nuestra Iglesia sea también casa acogedora y hospitalaria. Insisto: ¡Alegre y santa Navidad!