Transformar el dolor en virtud

Transformar el dolor en virtud

25 mayo, 2017

Carta Pastoral (16-30 de noviembre de 2024) 

TRANSFORMAR EL DOLOR EN VIRTUD

La catástrofe provocada por la riada en Valencia y en otros lugares de España, como Albacete, ha conmocionado nuestras vidas. El asombro dolorido no ha desaparecido de nuestros ojos. La tragedia es inmensa y el desgarro en personas, familias y todo el tejido económico y social no es fácil de recoser; en la pérdida de los fallecidos es humanamente imposible. Con las lágrimas aún en el corazón, ¿a dónde mirar?, ¿dónde encontrar una tabla de salvación?, ¿quién tiene la culpa?, ¿quién hace justicia a los muertos?

En estos días los análisis, comentarios y gritos han sido abundantes sobre las causas, las consecuencias y las respuestas ante un hecho en el que la Naturaleza ha dicho “aquí estoy” con toda su fuerza avasalladora. Se habla de la tecnología de prevención y aviso, de la coordinación de respuestas en el Estado autonómico, de la relación entre los políticos y del uso calculador y politiquero de todo lo que ocurre, del “pueblo que salva al pueblo”… Podemos ir hacia atrás, al urbanismo de las últimas décadas, al calentamiento del Mediterráneo a causa de nuestro sistema de producción y consumo, a la conveniencia de construir presas y embalses, a la defensa de las cosas aun a riesgo de la vida propia y ajena, etc. Con la culpa podemos jugar ad infinitum. Si al menos sirviera para descubrir una culpa originaria, un misterio de iniquidad que rompe la armonía, no solo entre los corazones, sino también en el cosmos que muestra el rostro feroz del caos en tantas ocasiones.

¿A quién mirar? Ni el Estado ni el Mercado pueden salvarnos, aunque en el último tramo del tiempo moderno se hayan presentado como salvadores que pueden cumplir lo que prometen. Reducidos a consumidores y votantes, Mercado y Estado nos proponen una salvación, ¡el progreso!, que no basta. Pero la tragedia ha vuelto a despertar un alma común y fraterna, un deseo de compartir y ayudar, un don que no es comercio y un compromiso que no es voto. El Estado y el Mercado necesitan del Don para regenerarse y abandonar toda pretensión mesiánica.

La fraternidad ejercida en estas semanas es un indicador de la bondad que anida en el alma humana, como la respuesta adecuada a nuestra vulnerabilidad irremediable. Sí, podemos gritarlo de nuevo: el corazón humano está bien hecho, es hijo del amor y llamado al amor, pero está herido. En estos días también hemos visto la rapiña y el populismo de la antipolítica. Por eso, la pregunta sigue en pie: ¿Quién nos librará de la culpa originaria de la que brotan la codicia y la dominación? ¿Quién nos dará esperanza ante la muerte? Muchos están descubriendo en estos días que en la entrega de la vida se descubre el secreto de su significado.

Este acontecimiento catastrófico nos llama a la humildad y a la esperanza y paciencia activas. El Papa Francisco nos recuerda que el hombre “sabe que la vida está hecha de alegrías y dolores, que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento… En la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el “aquí y ahora”, la paciencia resulta extraña. Si aun fuésemos capaces de contemplar la creación con asombro, comprenderíamos cuán esencial es la paciencia” (‘Spes non confundit’, n. 4 Bula de convocatoria del Año Santo “Peregrinos de la Esperanza”).

Estamos llamados a transformar el dolor en virtud, a hacer posible que las palas y las escobas sean también una llamada a tomar otros instrumentos: el de la vida asociada, el de la caridad política, el de no dejar pasar de largo cuantas ocasiones tengamos de cultivar la amistad social y la fraternidad entre nosotros. Sigamos orando por los fallecidos y siendo solidarios con los damnificados. Transformemos el dolor, la emoción en virtud.