Sonsoles Rodríguez Calderón ha sido una de las 40 voluntarias que este verano decidió pasar parte de sus vacaciones en un hospital de Hungría. Una experiencia que para ella “ha sido diferente y le ha aportado muchas cosas nuevas”.
(En la imagen, Un grupo de las voluntarias: Susana, Sonsoles, Candelas y Ana)
Cruzar la frontera española para hacer voluntariado en Hungría
Este año terminó secundaria, y decidió que era el momento ideal para participar en el voluntariado que desde hace años organiza la Asociación Juvenil Trechel. Durante el curso escolar, ha participado en el voluntariado de los sábados en la residencia de Santa Mónica con personas mayores, pero este verano decidió saltar la frontera española, y se fue al hospital Magyar Máltai el Szeretetszolgálat en Hungría. La experiencia –nos cuenta- “ha sido diferente y me ha aportado muchas cosas nuevas”.
En este hospital viven unas doscientas personas, desde niños de tres años hasta personas de cincuenta. Ella, se alegró mucho al ver que el lugar estaba en buenas condiciones, y que los enfermos estaban bien atendidos por el equipo de médicos, enfermeras y trabajadores. Pero como el trabajo que tienen estas personas es abundante, no les da para hacer otras cosas como: conversar despacio con cada uno, jugar con los más pequeños, sacarles a pasear. Y, es ahí, donde este grupo de voluntarias, aportan tiempo, cariño, alegría, paseos, juegos y bailes.
Personas ‘con nombres propios’: Klaudia, Fanni, Alexandra, Cristian…
El primer las enfermeras les enseñaron el hospital y les explicaron la tarea que tenían que realizar en sus quince días de estancia. A su grupo, – nos cuenta – les llevaron a un pasillo donde había sólo niños, y fue allí donde conocieron a klaudia, una niña cuya edad no la sabían calcular, pero que era la niña más feliz de todo el hospital! Cada día al llegar les saludaba con un ¡zsia!, que significa hola en húngaro, les daba un abrazo y siempre dispuesta a salir a pasear con alguna de ellas.
En ese mismo pasillo estaba Fanni, una niña de catorce años, que no podía caminar y que estaba tan delgada que sus piernas no la sostenían en pie.
Luego conocieron a Alexandra, de tres años, era la más pequeña del hospital, tenía la cabeza plana y no veía muy bien; sus padres la iban a ver casi todos los días y le daban mucho cariño.
En casa de los ‘independientes’
Fuera del hospital estaba lo que llamaban “La casa de los independientes”, allí viven enfermos que tienen autonomía propia, aunque siempre están supervisados por el personal del hospital. En este lugar conoció a Peti, que según nuestra voluntaria, “es la persona más educada y servicial que he visto; siempre estaba ahí para abrirnos la puerta de la casa cuando les visitábamos”. Un día estaban sentadas con él en la terraza y salió Zsoli a tirar la basura; rápidamente Peti se levantó para abrirle la tapa del contenedor de la basura: un acto sencillo sí, pero que a ella le llamó mucho la atención y le dio una lección de lo que es vivir el espíritu de servicio.
Zsoli, sigue contando Sonsoles “es la persona más cariñosa que he visto con todo el mundo, sólo hace falta verle por algún pasillo del hospital para que nos alegre el día. Era vernos y ponerse contento, en su mirada se notaba que no había ni un gramo de maldad en él”.
“Fuera del hospital, continúa hablando, hay una casita en la que viven doce niños autistas; dos de ellos sufren ataques epilépticos. El primer día que fuimos, una voluntaria nos contó que sacaron a pasear a un niño autista, y cuando volvían de nuevo a su casa, este niño le dio un abrazo enorme, como muestra de agradecimiento”. En esa casita tenían un patio en el que les sacaban a jugar, allí les construyeron una cama elástica, y una canasta de baloncesto para que se divirtieran.
Al llegar cada mañana, un tiempo lo dedicaban a trabajos de jardinería y pintura. Lo hacían por grupos, y fue una ocasión de conocerse y tratarse más todas las voluntarias. En estos trabajos les ayudaban los enfermos que por salud podían. Entre todos arreglaron un patio que tenían en un pasillo donde estaban los enfermos de más edad. A Sonsoles se le quedó muy grabado la cara de felicidad que tenían y así lo escribe:“ la primera vez que les ví jugar en el patio que habíamos arreglado, me sentí muy feliz”.
Y llegó el último día!. Les prepararon una gran fiesta con canciones en español y húngaro y bailes. Un buen modo de celebrar la despedida con ellos!
Valorar y agradecer
De vuelta a Valladolid, concluye así su relato: “Con la experienca vivida en Hungría, he aprendido a valorar mucho más lo que tengo, y desde luego, a ser más agradecida con mis padres, hermanos y amigas”.
Termino con una frase que hemos repetido con frecuencia en esos días: “Si no vives para servir, no sirves para vivir”.