Servicio, Caridad y Comunión: Ordenación Episcopal de Don Aurelio García
11 julio, 2021El sacerdote vallisoletano don Aurelio García Macías es, desde el domingo 11 de julio, obispo titular de la histórica diócesis de Rotdon –en el Ampurdán– después de ser ordenado en una catedral repleta de familiares y amigos y con una bellísima ceremonia. La ordenación se produjo tras su nombramiento por el papa Francisco como subsecretario de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, donde hasta ahora era Jefe de Oficina.
La celebración, presidida por nuestro arzobispo, don Ricardo Blázquez, contó con la presencia del nuncio apostólico Bernardito Auza, del prefecto de la Congregación para el Culto Divino, Arthur Roche, del obispo auxiliar de Valladolid, don Luis Argüello, y de más de 40 cardenales y obispos de España, Roma o Portugal, así como dos centenares de sacerdotes. Entre ellos, el arzobispo ortodoxo Kyrilos Katrelos, Metropolita de Krini Exarca de Malta, que no concelebró por no estar en comunión plena con la Iglesia Católica.
Las restricciones de aforo se mitigaron con dos pantallas en las capillas laterales de la catedral y otras dos en el Patio de los Cipreses. La ceremonia se retransmitió por La 8 de TVCyL y se puede reproducir desde de su web.
Dos autocares procedentes de Pollos, municipio natal de Aurelio García Macías, y una decena de fieles de Lavinio, donde celebra la eucaristía los fines de semana en Roma, le acompañaron en su ordenación. Estuvo también arropado por sus padres y hermanos, la curia diocesana, sus compañeros presbíteros de Valladolid y Roma, antiguos feligreses de su época como párroco en Santiago y el Santísimo Salvador de Valladolid o en La Mudarra; sacerdotes para los que fue “padre” durante su etapa como rector del Seminario de Valladolid… Por todos ellos, por todas las etapas de su vida como presbítero -en los últimos años centrada en la liturgia-, dio gracias a Dios el nuevo obispo en su alocución final.
Antes de la homilía de don Ricardo el canciller del Arzobispado, Francisco Javier Mínguez, dio lectura a las letras apostólicas del nombramiento y, después de la misma, don Aurelio Macías fue interrogado sobre su fe por su obispo. Acto seguido, con él postrado en tierra, se recitaron las Letanías de los Santos.
A continuación, con él arrodillado, el cardenal arzobispo de Valladolid le impuso las manos sobre la cabeza en silencio; con ello se pide al Espíritu Santo que confiera al candidato el sacramento del orden en el grado episcopal. Impusieron también las manos el resto de los obispos presentes. Dos diáconos permanentes colocaron sobre su cabeza el libro de los Evangelios (símbolo de que la verdad del Evangelio debe iluminar los pensamientos del obispo) y se rezó la plegaria de la ordenación. Por último, don Ricardo ungió su cabeza con el Santo Crisma; no las manos como en la ordenación presbiteral, sino la cabeza, como señal de la consagración de todo el ser.
Tras la unción, se procedió a los “ritos explicativos” del sacramento y el cardenal arzobispo de Valladolid fue entregando al nuevo obispo los símbolos de su ministerio episcopal: El Evangelio, para que proclame “la Palabra de Dios con deseo de instruir y con toda paciencia”; el anillo en el dedo anular de la mano derecha, como símbolo de que será cabeza de una iglesia local, y la Iglesia es la Esposa de Cristo; la mitra en la cabeza, que simboliza la función del obispo de presidir en la caridad al pueblo de Dios y ser modelo de santidad y el báculo, como símbolo del pastoreo que deberá ejercer a imitación de Jesús.
“No te olvides de Yeyo”
“No te olvides del Yeyo que llevas dentro. A ese escogió Jesús; a ese miró con ternura. Que esa mirada de Jesús esté grabada en tu memoria”. Con esas palabras que le dirigió el papa Francisco por escrito días antes de su ordenación concluyó don Aurelio una alocución final que había comenzado con una “pincelada vital” de acción de gracias sobre su vida como presbítero.
Agradeció también a Dios su nombramiento episcopal –“No es fácil ser obispo en esta Europa Occidental (…) da la impresión de que estamos tan satisfechos de nosotros mismos que no necesitamos ni a Dios”- y se comprometió a continuar la “la misma misión confiada por Jesucristo a los Doce” desde tres premisas:
El servicio: “Solo sirve quien es humilde, quien reconoce su miseria y poquedad ante la sublime gracia de Dios (…) el episcopado no es un honor, sino un servicio”.
La Caridad: “Con todos, pero muy especialmente con los más pobres y marginados”. “Hemos de prolongar los mismos gestos de Dios”.
La comunión: “La misión a la que somos llamados los obispos no puede ser realizada como francotiradores, sino en comunión, como los Doce”.