Seis jesuitas son ordenados presbíteros en la Catedral

Seis jesuitas son ordenados presbíteros en la Catedral

26 junio, 2021

26.junio.2021__  La catedral de Valladolid ha acogido las ordenaciones de jesuitas en España. El cardenal Ricardo Blázquez, impuso sus manos a estos seis jesuitas que se ordenaron diáconos en 2020, justo unas semanas antes del confinamiento. Son: Íñigo H. Alcaraz Torres SJ, Antonio F. Bohórquez Colombo SJ, Daniel Cuesta Gómez SJ, Nubar J. Hamparzoumian Herrero-Botas SJ, Álvaro Lobo Arranz SJ e Iñigo Merello Terry SJ.

Reproducimos a continuación la homilía pronunciada por don Ricardo Blázquez:

Homilía en la ordenación presbiteral de seis jesuitas

Saludo a todos cordialmente: Al padre provincial de los jesuitas de España; a los presbíteros que participáis en esta celebración, imponiendo las manos y acogiendo a los ordenados en el ministerio sacerdotal; a los familiares, conocidos y amigos, a todos los que esta tarde nos hemos reunido, convocados por el Señor, para un acontecimiento de gran alcance eclesial por el que seis hermanos nuestros, Íñigo Heliodoro, Antonio, Daniel, Nubar, Álvaro e Íñigo Merello, van a recibir el ministerio presbiteral. Sed todos bienvenidos. Desde aquí expresamos nuestra comunión cordial y obediente con el Papa Francisco. Esta comunión comporta también la oración para que el Señor le conceda “una fe inquebrantable, una esperanza viva y una caridad solícita”.

Nos sentimos particularmente gozosos porque esta celebración tiene lugar en la catedral de nuestra Diócesis, en que echasteis profundas raíces desde hace siglos. Recordamos, y a su intercesión nos acogemos, al Beato Padre Hoyos, que nació, escuchó la vocación para entrar en la Compañía de Jesús, pasó por centros de formación tan significativos como Villagarcía de Campos, Medina del Campo y el Colegio de San Ambrosio de nuestra ciudad, donde recibió una experiencia singular de Nuestro Señor Jesucristo, que le mostró los tesoros de su amor y lo convirtió en apóstol de su Corazón en el que reverbera el “corazón” del Padre Dios.

Los dos milagros de que habla el Evangelio, la curación de la hemorroisa y la resurrección de la hija de Jairo, están perfectamente ensamblados en la narración, y además tienen puntos en común. A la mujer que padecía flujos de sangre asegura Jesús: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y quedó curada de su enfermedad” (Mc. 5, 34). Al jefe de la sinagoga conforta Jesús: “No temas; basta que tengas fe” (Mc. 5, 35). Son dos milagros en que la fe ocupa un significado relevante; gracias a la fe sencilla pero firme la hemorroisa es curada; y la fe de Jairo, una fe probada, contrasta con el ambiente de asistentes desconfiados y de discípulos molestos.

El futuro, si no es prolongación del pasado y presente, el futuro como tal, es impenetrable. En encrucijadas de la vida, en acontecimientos que abren un camino hacia el futuro inescrutable, se suscitan fácilmente incertidumbres a causa de nuestra fragilidad. Así es, queridos amigos, para vosotros, la ordenación de presbíteros. Yo recuerdo mis sentimientos. Os invito a lo siguiente: Todos los días pedimos a Dios en el Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11). El Señor nos dice a cada uno no tengas miedo; ante el futuro desconocido ten confianza, basta que tengas fe. “El Señor es mi pastor. Aunque camine por valle de tinieblas nada temo porque tú vas conmigo”. Igual que hoy pedimos el pan cotidiano; pedimos también hoy la fidelidad, la perseverancia diaria. Este “hoy” es móvil; ayer fue hoy y mañana será hoy. Dejemos que Dios nos conduzca sin marcarle plazos; Él es el Señor del tiempo y de la eternidad. Cada día tiene bastante con su afán. En la historia universal de la salvación y en la pequeña personal de cada uno Dios está presente y actúa, acompaña y disipa las tinieblas. Diariamente vamos entrando en el futuro sin miedo; y cada día experimentaremos que el Señor ha mantenido su fidelidad y con su fuerza también nosotros hemos recibido el don de la disponibilidad: Señor, aquí estoy. Ante el futuro desconocido la fe en Dios nos otorga serenidad. “No temáis” es una reiterada palabra del Señor en la historia de la salvación, porque es constante el temor que nos puede retener.

Por la ordenación, queridos hermanos, sois configurados sacramentalmente con Jesucristo evangelizador y maestro, sacerdote y siervo entregado, pastor y servidor. En virtud de la ordenación sois ministros autorizados de la Palabra de Dios, de los Sacramentos y de la Comunión en la Iglesia. Sois santificados, configurados, y enviados por la unción del Espíritu Santo que recibiréis por la imposición de manos y la Plegaria de Ordenación, pronunciada por el Obispo y a la que se unen particularmente los presbíteros y toda la comunidad orante. La configuración sacramental con Jesús os marca con su sello, os incorpora a su ministerio, os confía la continuidad de su misión, os hace partícipes de su autoridad que es en sí misma servicio. También vosotros debéis reconocer en vuestro corazón y sentiros humildemente capacitados para el anuncio del Evangelio: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor” (Lc. 4, 18-19). Esta es vuestra vocación y misión; consagrados para ser enviados (cf. Jn. 10, 36).

El presbítero, configurado sacramentalmente con Cristo para ser enviado por El, debe trasparentar la forma de vida de Jesús. En vosotros, debe brillar especialmente el estilo de vivir de Jesús. El seguimiento y la imitación del Señor se fundan en la incorporación a Jesús muerto y resucitado por el bautismo, por los sacramentos de la iniciación cristiana, y particularmente por el sacramento del presbiterado que sella como ministros por la unción del Espíritu Santo.

Recuerdo algunos rasgos más destacados en la manifestación histórica de Jesús y que deben caracterizar la existencia del presbítero. Jesús fue un predicador itinerante, que sin cesar iba de un lugar a otro para anunciar el Reino de Dios, ya que para esto “había salido”. Cuando intentaban retenerlo rompía el cerco y marchaba a otros pueblos y ciudades a evangelizar y curar.

Jesús fue pobre y estuvo cerca de los pobres, de los afligidos, de los orillados del camino de la vida, de los pecadores. Vivió y compartió la existencia desvalida y frágil de los excluidos de su entorno. Fue pobre e hizo a los pobres destinatarios privilegiados (Mt. 9, 10-13; Lc. 15, 1-2) de su Evangelio y de su cercanía personal. El mismo Jesús hizo la opción de ser pobre, como hemos escuchado en la segunda lectura: “Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Cor 8,9). A los apóstoles enseñó: Gratis habéis recibido, dad gratis. No os procuréis en la faja oro, plata ni cobre” (Mt 10,8-9).

Jesús fue un orante, que día y noche mantuvo la comunión con el Padre; su jornada empezaba orando y terminaba en la soledad junto al Padre.

Jesús renunció a formar una familia, rompiendo con las formas habituales de su mundo. Inició un estilo de vida que muchos de sus discípulos han seguido después. Hay seguidores y cristianos que lo han imitado con esta cercanía en el modo de vivir que solo se entiende con la luz del Espíritu Santo y es posible, llevadero y gozoso, con la fuerza del Señor que nos invita a seguir sus huellas.

En los presbíteros acontece por la ordenación sacramental la configuración que une singularmente con Jesucristo y debe transparentarse en la forma de vida de Jesús, que pasó haciendo el bien, no tuvo donde reclinar la cabeza, (cf. Lc. 9, 58), declaró a quienes lo escuchaban su familia y convivió con los pobres y pecadores.         Celebramos este año los 500 de la conversión de San Ignacio de Loyola. El 20 de mayo de 1521 fue herido en Pamplona; durante la convalecencia en su casa de Loyola le aconteció un encuentro personal con el Señor, que dio un vuelco a sus proyectos y a su vida, llevándole a ponerse a disposición de su voluntad, recorriendo un camino a lo largo del cual fue descubriendo qué quería Dios de él. El itinerario exterior que se puede trazar en un mapa y su camino interior en el encuentro con el Señor discurrieron en interacción. El camino exterior se interiorizó en su alma. Buscando sin cesar el rostro de Dios descubrió su vocación singular en la Iglesia, de la que muchos participáis, dentro de la Compañía de Jesús. Por la conversión y la adhesión incondicional a la voluntad de Dios se abrió Ignacio de Loyola a una forma de fecundidad antes insospechada.

Vosotros formáis parte de la Compañía de Jesús, bello nombre y excelente familia. En la pertenencia de corazón y de vida a la Compañía de Jesús está vuestro hogar y vuestra escuela como discípulos de Jesús y misioneros por el mundo. La autenticidad de vuestra pertenencia a la Compañía de Jesús os fortalece en la esperanza que no defrauda y os capacita para vivir en las pruebas con serenidad y hasta con gozo en el Señor. Compañía significa grupo con el que se comparte el pan y el camino. En la Compañía de Jesús el Señor os comunica su amistad (cf. Jn. 15, 14-17) y en la Compañía todos compartís una forma especial de fraternidad y de misión. Como Compañía de Jesús estáis llamados a la intimidad de amigos de Jesús, a dejaros formar cada día en su escuela, a participar en la misma suerte con los hermanos, a descansar en la fraternidad (cf. Mc. 6, 30-32), a compartir el consuelo que Dios otorga en tiempos de tribulación (cf. 2 Cor. 1, 3-7); tomando parte en la misma misión desde lugares distantes y en diferentes tareas.

Queridos amigos jesuitas que vais a recibir el ministerio presbiteral, damos gracias a Dios por vuestra vocación, por vuestra vida y por vuestra misión.

Catedral de Valladolid, 26 de junio de 2021

 

+ Mons. Ricardo Blázquez Pérez

Cardenal Arzobispo de Valladolid