Santo Toribio de de Mogrovejo (IV). Por los difíciles caminos de la misión
19 julio, 2017Bienaventurados – Santos Vallisoletanos. Serie de Artículos de Javier Burrieza
Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo, arzobispo de Lima, n. Mayorga (Valladolid), 1538 + Saña (Perú), 23.III.1606; b. 1679; c. 1726.
Toribio Alfonso de Mogrovejo poseía una destacada vocación misionera. Por esta razón apenas estuvo en su sede limeña más tiempo del necesario. Esto, en los días en que se ponía mucho énfasis en la residencia de los prelados, motivó las quejas del virrey, del Consejo de Indias y de sus cabildos. Pero en sus ausencias, el arzobispo Mogrovejo no estaba en la Corte procurándose mercedes sino que en sus viajes, nunca de placer, se ocupaba de la celebración de los mencionados sínodos. Todo ello le facilitó un conocimiento primigenio de todo lo que gobernaba como arzobispo, viviendo las dificultades de caminar en aquel siglo, acentuadas por las características orográficas de la tierra que pisaba. De esta manera, pasaron por sus manos de pastor, a través del sacramento de la confirmación, muchos de los niños de su diócesis. Una de ellas se llamaba Isabel Flores Oliva, en el poblado de Quivi en 1597, con tan sólo once años. Según la tradición, a la cual se refiere la bula de canonización de esta niña, en aquel momento se produjo su cambio de nombre: “discutiendo la abuela y la madre —escribe el cardenal Saénz de Aguirre en el siglo XVII— cómo había de ser llamada, Toribio resolvió la discusión imponiéndola el nombre de Rosa, por el color rosado del rostro de la niña desde su nacimiento”. Ella habría de ser santa Rosa de Lima, la terciara dominicana que se convirtió en el primer santo de América, patrona del Perú, del Nuevo y de Filipinas desde el mismo siglo de su santificación. Preside precisamente su templo en Mayorga esta escena, un grupo escultórico en el que el arzobispo, vestido de pontifical y sosteniendo su guión metropolitano, con su mano derecha traza la cruz del santo crisma sobre la frente de la niña, ya vestida con hábitos dominicanos.
El arzobispo Toribio murió “sobre las tablas”, tras haber recorrido en su vida cuarenta mil kilómetros, trece mil de ellos a pie.
Asimismo, el arzobispo Mogrovejo favoreció el establecimiento de monasterios de monjas —la clausura en Indias es un tema historiográfico de gran interés— y de religiosos, así como de casas de divorciadas. Le preocupaba, muy especialmente, la organización de las doctrinas en tierras de misión y de la adecuada preparación de sus doctrineros. No pudo obviar la fundación de dos colegios mayores anejos a la Universidad de San Marcos de Lima, la única oficial en este territorio de las Indias junto con la de la ciudad de México. San Marcos se encontraba dotada de los mismos privilegios de las propias de Castilla como Salamanca o Valladolid. Era muy importante, sobre todo para combatir las dificultades de evangelizar a indios que no conocían el castellano —lo cual era considerado un “ardid” del demonio para impedir la extensión del nombre de Cristo— el establecimiento de una cátedra de lenguas autóctonas, obligando a todos los predicadores a pasar por esta formación. Gracias a la evangelización, se estudiaron y se dotaron de normas a muchas de las lenguas con las que se comunicaban los indios: lo que después fueron vocabularios, diccionarios y ortografías.
El arzobispo Toribio murió “sobre las tablas”, tras haber recorrido en su vida cuarenta mil kilómetros, trece mil de ellos a pie. Había iniciado su tercera visita general en los primeros días del año 1605 tras haber realizado su última minuciosa a la Catedral donde inventarió sus bienes. Sus sesenta y seis años, sumados a los peligros y calamidades que suponía un viaje como éstos, le hicieron suponer que su vuelta resultaría complicada. Comenzó recorriendo provincias —según detalla uno de sus más grandes biógrafos modernos Vicente Rodríguez Valencia— como Chancay, Cajatambo, Santa, Trujillo, Lambayeque, escribiendo a España en dos ocasiones en aquel año. Por la Semana Santa de 1606 se encontraba en Trujillo, considerando que su visita debía proseguir para consagrar los santos óleos en la villa de Miraflores o en Saña. Su colaborador y acompañante, el catedrático de lenguas indígenas y sacerdote, Alonso de Huerta le advirtió de los peligros que entrañaban los calores de aquellas tierras. Un juicio que corroboró el vicario de Trujillo: “que no fuesen aquel tiempo a la dicha villa de Saña […] por ser tierra muy enferma y cálida y que morían de calenturas por el riguroso calor que entonces hacía”. Cuando el prelado supo que podía contar para la ceremonia del Jueves Santo con el suficiente número de sacerdotes, emprendió el camino hacia Saña. Alonso de Huerta regresó a Lima, siendo auxiliado el arzobispo por su capellán Juan de Robles y los correspondientes criados. Desde el monasterio agustino de Guadalupe, Toribio de Mogrovejo se sintió enfermo, acelerando la visita para alcanzar Saña, adonde llegó el Martes Santo. Allí se alojó en la casa de un clérigo doctrinero, llamado Juan de Herrera y Sarmiento, muriendo en la tarde del Jueves de la Cena, 23 de marzo de 1606.