SANTA TERESA DE JESÚS (III)
“En tiempos recios, amigos fuertes de Dios”
28 junio, 2017
Bienaventurados – Los santos que moraron en Valladolid. Serie de Artículos de Javier Burrieza
Nació en Ávila el 28 de marzo de 1515 y murió en Alba de Tormes (Salamanca) el 4 de octubre de 1582. Carmelita descalza, impulsora de la reforma de su Orden, fundadora de conventos, visitó en numerosas ocasiones Medina del Campo donde abrió el convento de San José y en la villa de Valladolid, en el convento de la Concepción del Carmen. Fue beatificada en 1614 y canonizada en 1622.
Estaba la madre Teresa de Jesús en Medina, en los meses centrales de 1571, cuando recibió la noticia de que debía regresar como priora al monasterio de la Encarnación de Ávila, del cual había salido nueve años antes para iniciar la reforma. Lo que pretendía el provincial era encerrarla un trienio para que no pudiese fundar más conventos. Al menos, fray Juan de la Cruz le servía de comunicación, no faltando en su correspondencia numerosos asuntos de una comunidad en expansión. Probablemente, no volvió a pasar por Medina hasta principios de 1574 y por Valladolid hasta finales de ese mismo año. Se encontraba, por entonces, con la vocación carmelita de la noble Casilda de Padilla. Una joven, casi niña, que se había metido a monja, hija de la condesa de Buendía. Su recepción la había producido una notable ilusión pensando que, con su ejemplo, la aristocracia dejaría de jugar a ser santa a consta de su reforma, como había sucedido con la de Éboli.
También la interesaba muy de veras que su sobrina, María Bautista, fuese reelegida priora de Valladolid. Por eso, procuró estar presente. Con todo, poco habría de parar, como era costumbre en ella, porque en enero de 1575 proyectaba un largo viaje que la habría de conducir a Beas de Segura en Jaén, atravesando Guadarrama y Despeñaperros, en pleno invierno. Las carmelitas de Valladolid habían tenido la suerte de pasar las segundas navidades con la Madre. Pasó, como siempre, por Medina y allí dio el hábito de descalza a la niña de catorce años, Jerónima de Villarroel, componiendo aquellas coplillas que decía: “¿Quién os trajo acá, doncella, del valle de la tristura? / Dios y mi buena ventura”. Desde aquellos momentos se convertía en Jerónima de la Encarnación. Cuando se encontraba en Beas, tuvo noticia, a través de un mensajero que llegaba de Valladolid y por cartas del obispo de Palencia Álvaro de Mendoza, que los inquisidores del tribunal de la villa del Pisuerga —aquel que tenía jurisdicción sobre el territorio más amplio— se habían apoderado del manuscrito del libro de su “Vida”, que “atesoraba” este prelado. Tiempos recios, sin duda… “en tiempos recios, amigos fuertes de Dios”.
Todos querían visitar a la Madre. “¡Dios me libre de estos señores que todo lo pueden y tienen extraños reveses!”
Desde su última visita, hubo que esperar cuatro años para volver a contar en Medina y Valladolid con su presencia física, aunque no tanto para mostrar su preocupación por la cotidianidad de estas comunidades. Iba camino de Valladolid para resolver los problemas de la entrada en religión de Casilda de Padilla. Unos días antes de llegar, la madre Teresa se había dirigido a sus monjas “vallisoletanas” para pedirlas dinero. Era la comunidad más favorecida económicamente y deseaba que ellas contribuyesen al viaje de un carmelita reformado a Roma, para contrarrestar las informaciones que el Papa pudiese recibir de los enviados por los frailes calzados. Antes de la contestación, la madre Teresa se curaba en pretextos: “si les pareciere que es mucho y que por qué no dan todas las casas, les digo que cada una hace como la posibilidad tiene, y la que no puede dar nada, no da nada”. Pero la respuesta de la comunidad vallisoletana fue generosa. Las monjas de Valladolid lo que deseaban era tenerla entre ellas, tras esta larga ausencia de más de cuatro años, siendo recibida con enorme expectación en el mes de julio de 1579. Por primera vez, la acompañaba su enfermera y secretaria Ana de San Bartolomé, que habría de estar a su lado desde que se rompió el brazo al caerse en el convento abulense de San José el 24 de diciembre de 1577.
Todos querían visitar a la Madre. Aquellas señoras de la nobleza eran amigas de su mecenas María de Mendoza. Una de ellas era la condesa de Osorno, una aristócrata de mucho apellido pero poco dinero. “¡Dios me libre de estos señores que todo lo pueden y tienen extraños reveses!”. Seguía coleando el problema de la dote de la joven, Casilda de Padilla. En realidad, aquel dinero lo quería emplear su madre, María de Acuña, y su confesor jesuita en la fundación de un nuevo colegio de la Compañía. Aquello enfadó notablemente a la madre Teresa y la convenció que nunca habría de despistarse con las aristócratas que la hacían perder tiempo. Una prueba más de su disconformidad con la realidad social y espiritual que le había tocado vivir.