San Francisco de San Miguel. La vocación de un hombre de campo (I)
19 julio, 2017Bienaventurados – Santos Vallisoletanos. Serie de Artículos de Javier Burrieza
San Francisco de La Parrilla o de San Miguel, fraile franciscano, n. La Parrilla (Valladolid), 1545 (1549?) + mártir, Nagasaki (Japón), 1597; b. 1627; c. 1862.
Se está celebrando en este año 2012 el sesquicentenario de la canonización —los ciento cincuenta años— de un joven de La Parrilla que se hizo franciscano. Sus paisanos de este pueblo, que se encuentra a veintiún kilómetros al sudeste de Valladolid, lo han hecho con los elementos habituales con los que le han recordado siempre: una ermita construida sobre la tierra que labraron él y sus padres como agricultores en esta localidad próxima a Tudela de Duero y una cofradía. Allí se sitúa su cuna y pila bautismal que entonces, en noviembre de 1545 (para otros autores en 1549), se convertía en el mismo punto de partida de una existencia. En su nombre de bautismo no se ponen de acuerdo los cronistas: Juan del Arco para unos, Francisco repitiendo el de su padre para otros. Su vocación posterior le proporcionó el definitivo: “Francisco de San Miguel o de La Parrilla”. Con él se olvidaba el recibido en su vida de seglar, en una familia e infancia retratada por los estereotipos de las vidas de los santos, lo que no quería decir que no respondiese a la verdad histórica. Se hablaba de un joven bueno —casi en el sentido “machadiano” de la palabra—, sencillo, natural e inocente, muy pendiente de lo que le dictaba su conciencia. Así lo definía en escritos posteriores su tardío biógrafo, el párroco de San Andrés de Valladolid, Francisco Martín.
Las dificultades del campo le obligaron a trabajar para labradores mejor situados, en Medina y Valladolid. Inicialmente, sus padres eran agricultores acomodados pero las malas cosechas hacían variar una circunstancia inestable. Destacan sus relatos biográficos que cuando se encontraba con situaciones que no coincidían con su concepto de honradez, él respondía “eso no es de conciencia”. Palabras que se repitieron a lo largo de su vida, también en los claustros en los que vivió, por lo que sus contemporáneos gustaron llamarle “Padre Conciencia”, sin ser nunca sacerdote. Tras la muerte de sus padres, cuando tenía veintiún años, decidió tomar el hábito de San Francisco en 1566. Desconocemos si disponía de más familia directa. Con su nueva identidad, su trabajo vino definido en su condición de hermano lego, dedicado a labores domésticas: “viendo su buen espíritu y fuerzas corporales y poca malicia, le dieron el hábito para lego”, escribía fray Marcelo de Ribadeneira. Desde su noviciado es destinado a trabajar en la huerta y a responsabilizarse del aseo de la cocina. Según los autores que se han hecho eco de su figura —el sacerdote Eustaquio María de Nanclares—, el nuevo franciscano no se hallaba muy dotado para los trabajos intelectuales, por lo que no continuó su profesión religiosa en aquellos ministerios. Para otros, su carencia de instrucción no quería decir que no fuese inteligente. Aquel convento urbano —el de la Plaza Mayor de Valladolid— podía ser más mundano y relajado que otras iniciativas de la reforma franciscana.
Con su nueva identidad, su trabajo vino definido en su condición de hermano lego, dedicado a labores domésticas: “viendo su buen espíritu y fuerzas corporales y poca malicia, le dieron el hábito para lego”, escribía fray Marcelo de Ribadeneira.
Le atribuyeron la posibilidad de imitar a los que habían sido legos en los primitivos tiempos del nacimiento de la orden seráfica. Hablamos de fray Gil y fray Junípero de Asís. Del convento de San Francisco pasó al hoy desaparecido de Calahorra de Campos en la provincia de Palencia, donde pretendía ampliar su formación. No solamente quería hacerse distinguir por la humildad sino también por el rigor y, por eso, solicitó su traslado al convento de Scala Coeli en El Abrojo, en las cercanías de Laguna de Duero, donde había tenido tanta presencia el vallisoletano fray Pedro Regalado. Este establecimiento religioso se encontraba en el actual entorno del llamado “Bosque Real”. Una casa, no desvinculada a la Monarquía, que era imagen de la reforma dentro de los franciscanos castellanos, con sus eremitorios. Rigor que se apreciaba en el modo de vestir, de comportarse, de hablar y mirar, saliendo por los pueblos cercanos a recabar las limosnas pertinentes, quizás alcanzando también su villa natal de La Parrilla o desplazándose por Aldeamayor de San Martín, Laguna, Tudela y Puente Duero o Viana de Cega. Si había llegado a El Abrojo a finales de 1567 o principios de 1568, permaneció en aquella casa hasta 1570.
Todavía estaba convencido que era posible una mayor austeridad y, por eso, solicitó ser trasladado a un convento perteneciente a la provincia portuguesa de Arrábida. El ministro general de la orden le denegó la petición cursada y fray Francisco de San Miguel fue remitido al convento de Coca antes de la primavera de 1571. Son estos los años más desconocidos de su vida, llegándose a indicar que pudo acompañar a fray Pedro Jerez al capítulo general que se habría de celebrar en Roma. Sin embargo, antes habría de aparecer un nuevo horizonte en la vocación de fray Francisco: las misiones, morando para entonces en el convento de Medina del Campo.