El anuncio de la resurrección de Jesús junto al sepulcro vacío fue una inmensa sorpresa para quienes lo recibieron. Las mujeres que corrieron de madrugada, pasado el sábado, a embalsamar el cuerpo de Jesús, quedaron consternadas al constatar que la piedra estaba removida y había desaparecido el cadáver. Sorpresa, desconcierto y turbación fue la primera reacción al encontrar el sepulcro vacío. ¿Quién habrá robado el cuerpo de Jesús? ¿Adónde lo han llevado? No entraba en la mente de los discípulos la expectativa de la resurrección de Jesús. Están ante lo insospechado e inimaginable.
El mensajero divino en la tumba vacía proclama la re-surrección de Jesús. “No tengáis miedo, ¿buscáis a Jesús el Nazareno,el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lopusieron” (Mc. 16, 6). La causa de Jesús no quedó silenciada con su último suspiro ni sellada con la losa del sepulcro.
Al primer chispazo de luz junto al sepulcro siguieron otros encuentros de los discípulos con el Señor resucitado, que fueron ven-ciendo sus resistencias y dudas. Abiertamente y con toda franqueza anuncia Pedro presentándose con los Once ante el pueblo: “A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual nosotros somos testigos” (Act.14. 32). Los judíos entregaron a Jesús que fue crucificado; pero Dios Padre in-virtió el juicio de los hombres; al condenado Dios justifica; al humillado Dios lo exalta; al excluido como blasfemo Dios lo reconoce comoel Hijo; al sepultado Dios lo resucita. Dios con la resurrección avaló el mensaje de Jesús, y ratificó su comportamiento. ¡Es verdad, Jesús es el Hijo de Dios, el Salvador de la humanidad y el Mesías de Israel! (cf.Act.2, 36).
Al celebrar la resurrección en la Pascua no nos quedamos en el reconocimiento de una actuación genérica sino en la suprema intervención de Dios resucitando en concreto a “este Jesús”. El mismo Jesús, Hijo de Dios encarnado, cargó con la cruz y glorificado entró en el Reino definitivo. Fue enviado por Dios, a quien obedeció hasta la muerte en cruz; y ha sido exaltado por el Padre como el Señor (cf.Fil.2,6-11). El Crucificado es el Resucitado. Por eso, cantamos los cristianos: ¡”Hijo de Dios que nos diste la vida; el mundo entero te glorifica!”. La resurrección de Jesús no sólo manifiesta irrefutablemente cómo están las cosas en relación con la misión recibida del Padre, sino también nos abre las puertas de la vida. La resurrección de Jesús no es sólo el juicio de Dios sobre el mundo que lo rechazó sino también esperanza de vida nueva y eterna para quienes creen en Él. La predicación de Jesús sin el aval de Dios se habría reducido a las palabras de un sabio, de un poeta, de un megalómano, de un perturbado, de un revolucionario. Es bueno que saquemos las consecuencias del hecho de la resurrección. “Si se anuncia que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo dicen algunos de entre vosotros que no hay resurrección de muertos?. Pero si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana es también vuestra fe. Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo sólo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (cf. 1Cor. 15, 12 ss.).
La resurrección de Jesús es como la dovela clave y la piedra angular de nuestra fe. Sin ella el arco se hunde y el edificio se arruina. Somos seguidores del Crucificado que ha vencido el pecado y la muerte y ha resucitado. Necesitamos unir siempre nuestra fe a Jesús crucificado y resucitado; sin la crucifixión quedaría la resurrección como abstracta y sin ésta la crucifixión sería un enorme fracaso. La resurrección de Jesús crucificado ilumina también nuestra cruz; la luz de la fe en el Señor ilumina nuestra vida real y concreta. La resurrección de Jesús, con quien estamos unidos por la fe, la esperanza y el amor, es garantía de una vida nueva. Los creyentes somos invitados a bendecir a Dios y a pronunciar un canto de acción de gracias. “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva; para una herencia incorruptible, intachable e inmarcesible, reservada en el cielo”(1 Ped.1,3-4).
La resurrección de Jesús se convierte en nosotros en garantía de una vida eterna, de una alegría que no se marchita, de una esperanza que no defrauda ni fenece en medio de las pruebas. Sin la resurrección de Jesús no se entiende la existencia de los cristianos (cf.1Tes. 5, 12-22). Si la crucifixión del Señor nos impide evadirnos de la tierra, su resurrección abre el cielo ante nosotros como meta y morada, como pregustación anticipada y como culminación de nuestros anhelos. Por eso, los cristianos deben caracterizarse como personas de esperanza (cf. 1 Tes. 4, 13). La esperanza ilumina la mirada y la vida. Se comprende entonces que Santa Teresa de Jesús afirmara con instinto certero: “Un santo triste es un triste santo”. La cruz iluminada por la resurrección derrama luz en la realidad cotidiana. La resurrección de Jesús, en que participamos sacramentalmente por el bautismo, es para nosotros comienzo y fundamento de una existencia nueva.
El resucitar Jesús es mucho más que revivir y entrar en una forma de vida que desborda las condiciones temporales y es-paciales. “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en lamuerte” (1 Jn. 3, 14). “Si nos amamos es que resucitó” (Kiko Argüello).
El amor, en la dimensión de la cruz y con el espíritu de Jesús, manifiesta la vida nueva de resucitados. Refleja una forma de vivir que no procede de nuestra capacidad sino de Dios, porque el mundo nuevo ha entrado en nuestro mundo envejecido por el pecado. De ahí procede la originalidad del testimonio de los cristianos: Anunciamos lo que hemos visto y oído (cf. Act.10,39-43; 1Jn.1,1-4).
El día 2 de abril fue el aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II, que comenzó su ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal con aquellas palabras: “No temáis. Abrid las puertas aJesucristo”. La invitación a no tener miedo aparece repetidamente en los saludos del Resucitado: “No temáis” (cf. Mc. 16, 6; Mt. 28, 5. 10;Lc.24. 24, 38; Jn.20, 19.26).