El día 24 de abril fue inaugurada la exposición XXII de las Edades del Hombre en Cuéllar (Segovia) con la presencia de la reina Dña. Sofía, que ha presidido la apertura de varias ediciones. Le agradecemos su presencia, su estima por las exposiciones y cercanía al pueblo, que ha sabido corresponderle. Este año el tema es ‘Reconciliare’ en latín, como es habitual. Me ha producido la visita rápida de la muestra una admiración profunda. Quedé sorprendido por las tres iglesias en que el mudéjar brilla magníficamente; me ha parecido muy adecuada la combinación de arte de siglos pasados y de nuestro tiempo, ya que la fe no deja de hablar el lenguaje de la belleza, iluminando a los hombres de ayer y de hoy; el guion enlaza en un itinerario fácilmente perceptible y elocuente las piezas expuestas; ha sido también un acierto que el número de obras no sobrecarguen los espacios ni fatiguen a los visitantes. La exposición está llena de aciertos y motivos de felicitación a los organizadores. La larga serie de exposiciones no pierde altura ni calidad. La marca de origen, que se remonta al año 1988 en la catedral de Valladolid, no envejece. Se ha encontrado y consolidado una vía de recuperar y de mostrar el patrimonio artístico inagotable de Castilla y León. No se ven síntomas de cansancio en el camino iniciado ya hace muchos años. Cada exposición es nueva, valiosa y merecedora de ser visitada y elogiada. Es, me atrevo a decirlo, un acontecimiento religioso-cultural de los más importantes de España en los últimos decenios. Las han visitado con satisfacción adultos y escolares, personas de alto nivel cultural y hombres y mujeres de nuestros pueblos. Invito a que la presente exposición sea visitada teniendo en cuenta todas las dimensiones que le dan su perfil inconfundible: Refleja la indeosincracia de un pueblo, es al mismo tiempo evento religioso, artístico, catequético, elocuente para el hombre de hoy.
‘Reconciliare’, reconciliación, es un mensaje que siempre y particularmente hoy necesitamos escuchar. Después de la singular “obertura” de la exposición surge espontáneamente la exclamación: ¡Cuánta reconciliación necesitamos! Desde el principio existen caos y rupturas, en las fuerzas primordiales, en la fauna y la flora, en la historia de la humanidad, en las personas, en la familia, en los pueblos, en la mirada desde el presente hacia el futuro. El señor Obispo de Segovia aludió acertadamente a la necesidad de reconciliación en nuestro mundo, en que con palabras del Papa Francisco sufrimos una guerra mundial “a pedazos”. Vivimos heridos por la crispación, la violencia, la inquietud y la incertidumbre. Es muy oportuna, también en estas perspectivas, la visita de la exposición. Dios en Cristo nos ha reconciliado y nos ha encomendado el ministerio de la reconciliación (2Cor. 5, 19-20). Nuestro mundo, aunque esté como desgarrado, tiene remedio; hay esperanza y futuro. En el principio, ayer, hoy y siempre Dios actúa perdonando, reconciliando y moviendo a la humanidad a ser una familia de hermanos y hermanas.
Visitar la exposición, leer el hilo conductor y escuchar el mensaje emitido, precisamente en nuestros días en que no cesan noticias entristecedoras y oprimentes sobre la corrupción, es una llamada a la catarsis personal y social. La corrupción es lo contrario de la solidaridad de todos en bienes y necesidades (cf. Act.2, 42); el camino es el amor fraterno, la unión de los hombres y pueblos, el reconocimiento del mismo Dios Creador y Padre, la historia como construcción de la ciudad presente esperando la futura edificada por Dios (cf. Ef. 2, 19-22; Heb.11, 13-16).
La corrupción es como la gangrena de la confianza de los ciudadanos y de la sociedad en quienes se han aprovechado sin miramientos desde el poder.
Necesitamos una regeneración democrática y ética. Una sociedad democrática digna del hombre requiere el fundamento y la compañía de la moral. Es preciso robustecer la dimensión ética en la vida social. La corrupción es bochorno para los causantes, y provoca comprensiblemente irritación en todos; es caldo de cultivo para empujar a los ciudadanos a salidas falsas de futuro. La conciencia moral se clarifica y fortalece recordando los mandamientos de Dios, que impregnan todo comportamiento ético digno del hombre. Es pecado abandonar a los padres, es pecado matar, es pecado adulterar, es pecado engañar y traicionar. Una cosa es la equivocación, propia de la condición humana, y otra contaminar la vida común con la mentira, el orgullo, la apropiación indebida de lo que pertenece a otras personas y al bien común de la sociedad. Para vivir moralmente, como corresponde a personas que están llamadas a compartir la misma sociedad, no basta tomar medidas que eviten ser denunciados y conducidos a los tribunales; necesitamos vivir ante Dios en conciencia y con respeto. Por otra parte, como dice el Evangelio, no hay cosa secreta que no se termine conociendo. El que vive moralmente en conciencia ante Dios y ante los hombres no está inquieto por el temor, es libre, puede mirar al futuro sin las sombras que proyecta la actuación indebida.
La catarsis de la vida social, la purificación de los gravísimos focos de corrupción en tantos lugares, se debe realizar pronto y eficazmente para detener el deterioro de nuestra convivencia social. La curación empieza con el reconocimiento sincero y público de los abusos cometidos pidiendo disculpas por ellos; es engaño pretender el descargo de la propia responsabilidad con el recurso “más eres tú”; se debe devolver lo que se ha sustraído; ciertamente se requiere una legislación adecuada pero sería insuficiente sin la formación moral de la conciencia. Las personas ejemplares, que son tantas, deben ser reconocidas públicamente, ya que son guía y norte moral; no es legítimo generalizar embadurnando todo y a todos, y sugiriendo operaciones peligrosas. La historia es maestra tanto en sus aciertos como en sus fracasos. ¿Por qué no aprender de la “transición“en que el diálogo fue el impulso a dar todos unidos un paso al futuro, buscando la justicia, el respeto y la paz?
La exposición de Cuéllar contiene un mensaje para todos.