Real Monasterio de San Joaquín y Santa Ana: la morada de la madre Ana María de la Concepción
12 enero, 2024Imágenes de devoción, por Javier Burrieza
Valladolid, camino de devoción del Sagrado Corazón de Jesús (7)
REAL MONASTERIO DE SAN JOAQUÍN Y SANTA ANA:
la morada de la madre Ana María de la Concepción
No nos hemos confundido al hablar de este claustro de monjas cistercienses de San Bernardo y la devoción del Sagrado Corazón de Jesús. Su presencia en Valladolid se remonta a 1596 cuando se acogió a la comunidad de bernardas recoletas. Entonces de la construcción se encargó Francisco de Praves. Sin embargo, casi dos siglos después el edificio se encontraba muy deteriorado y fue en 1777 cuando la comunidad se dirigió a Carlos III para recibir del monarca el amparo ante un edificio que se venía abajo y al considerar que la fundación gozaba del patronato regio. Los planos del nuevo edificio fueron encomendados al arquitecto Francisco Sabatini comenzándose las obras en 1780. De esa misma década, de 1787, databan los tres óleos de Francisco de Goya y de su cuñado Ramón Bayeu. Sin embargo, para entonces ese mismo Rey ya había expulsado a los jesuitas de su Monarquía, los impulsores de la expansión de la devoción del Sagrado Corazón iniciada por el padre Bernardo de Hoyos. Además, aquel nuevo monasterio no lo conoció una monja que mantuvo una relación espiritual muy cercana con el joven sacerdote de Torrelobatón con motivo de la difusión de esta espiritualidad.
Precisamente, fue la Congregación jesuítica de la Buena Muerte, la que publicó desde su imprenta del Colegio de San Ignacio en 1747 las honras fúnebres que predicó el también jesuita Francisco Mucientes de la que era conocida como “venerable Ana María de la Concepción” (1667-1746), monja de este claustro de San Joaquín y Santa Ana. Estas honras y su predicación por el que era catedrático en el Colegio de San Ambrosio debieron tener una notable repercusión en la ciudad pues también de ellas se hacía eco el ensamblador Ventura Pérez en su Diario. Trató en el sermón de desarrollar un compendio de virtudes de la vida monacal femenina dentro del Císter. Eso sí, vinculaba esta trayectoria con la dirección espiritual que sobre ella habían desarrollado los miembros de la Compañía de Jesús. Diferentes jesuitas le habían hecho llegar al padre Mucientes testimonios e incluso correspondencia que habían mantenido con ella. No faltó Manuel Ignacio de la Reguera, catedrático “pro religione” de la Compañía en la Universidad de Valladolid, después llamado a Roma como consultor de la Sagrada Congregación de Ritos, donde habría de colaborar en el reconocimiento litúrgico de la fiesta del Sagrado Corazón.
Había llegado esta joven como monja al “observantíssimo” monasterio de San Joaquín y Santa Ana en 1694, profesando al año siguiente. En el sermón del padre Mucientes se daba cuenta del modelo de monja intensa y profunda dentro de un claustro repleto de visiones, donde no faltaba la carta de hermandad con la propia Compañía. Visiones en las que mantenía diálogos con Dios. Nada decía Mucientes de sus conversaciones con Bernardo de Hoyos y de la presencia de la obra el “Tesoro Escondido” que empezó a circular en tantas librerías sencillas de los monasterios. Sin embargo, en la Vida del padre Hoyos escrita por su maestro tan cercano, el padre Juan de Loyola, se daba cuenta del modo en que entraron en contacto ambos: “sus extraordinarios favores le habían dado [a Bernardo de Hoyos] bastante noticia de una grande alma muy favorecida de Dios que vivía en Valladolid”. Dispuso de la licencia de sus superiores para visitarla y hablarla sobre la devoción del Corazón de Jesús: “era esta persona [se refería a la cisterciense], aunque singularmente favorecida de Dios, menos oportuna que Bernardo para propagar el culto que se le proponía. Porque era religiosa oculta en la clausura de una rigidísima observancia: fue muy larga y muy santa la conferencia que tuvieron la ferviente religiosa y el joven estudiante jesuita. Convinieron en que el negocio era muy arduo y que pedía muchas y fervorosas oraciones al mismo Sagrado Corazón de Jesús, y que se encontrarían muchas oposiciones”. En ella no podía encontrar una colaboradora en el ámbito de la publicística, pues tampoco iba a convertirse en la Margarita María de Alacoque de Castilla, pero obtuvo de la misma la encomienda de la oración, “que es lo que Bernardo deseaba, y lo que le consoló sobre manera”.