“Que seais con vuestra vida, un comentario viviente del Evangelio, parábola de fraternidad en un mundo herido”
2 febrero, 202102.febrero.2021__ Nuestro arzobispo, don Ricardo Blázquez, presidió la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada en la Santa Iglesia Catedral
“La XXV Jornada de la Vida Consagrada, en este año 2021, lleva por lema ‘La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido’; como relata el mensaje de los obispos españoles, vuelven a resonar dos ecos, por un lado, la condición llagada del ser humano y de la creación entera, en la que todos nos sentimos reconocidos y espoleados; por otro lado, evoca la vocación y misión de las personas consagradas en la Iglesia y en la sociedad, como signo visible de la verdad última del Evangelio, de la llamada perenne de Jesucristo y de la cercanía del Padre para con cada ser humano.
La parábola del buen samaritano es propuesta por el Papa Francisco en Fratelli tutti, como faro y horizonte para toda la familia eclesial y humana, para todos aquellos que queremos bregar unidos y animosos al soplo del Espíritu de Cristo, aun en medio de tormentas desconocidas e inesperadas.
Consagrados: ¡comencemos de nuevo, comencemos siempre, comencemos cada año como nueva oportunidad! Hablemos del encuentro, del seguimiento, de la fidelidad, del testimonio y de la cercanía de Cristo, lo cual no puede por menos que producir una inmensa alegría que es fruto del Espíritu, pues denota el reconocimiento de Dios en la propia vida. La alegría no es un adorno, sino una exigencia de aquel que busca sinceramente a Dios.
Quizá tengamos que aprender a “salir de uno mismo”, a realizar continuamente un éxodo de uno mismo para centrar la existencia en Jesucristo y en su Evangelio. Esta fidelidad es la que lleva a la alegría, mientras que la carencia de fidelidad provoca la esterilidad y la tristeza. La alegría se consolida en la experiencia de la fraternidad (como un lugar teológico), donde cada uno es responsable de la fidelidad de todos los demás. Porque una fraternidad sin alegría se aparta del Evangelio y no nos identifica.
El camino del amor en la entrega conduce necesariamente al encuentro con el rostro de Jesús. Y quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la verdad que es Él, está obligado a proclamarla y a vivirla. Esta es la gran fuerza de la caridad profética de la Vida Consagrada que no conoce ni edad ni número.
Digamos no a un camino personal y fraterno marcado por el descontento, por la amargura que conduce a la lamentación y a la nostalgia. Volvamos, juntos, al centro profundo de la vida consagrada: Jesucristo, su ternura que enardece el corazón, despierta la esperanza y atrae hacia el bien… ¡testigos de amor samaritano y misericordia! Confiemos en una felicidad verdadera y una esperanza posible, que no se apoya solamente en los talentos o en las cualidades y el saber… ¡Da igual la edad, no importa ser menos! Nuestra consagración se fundamenta en Él, que es el mismo ayer y hoy y siempre. No te guardes el amor, no lo privatices, sal y encuéntrate con la carne de Cristo. Porque donde se encuentran los consagrados tiene que brillar la alegría de saber que el Señor ha estado grande con nosotros.
Que vivimos en un mundo herido es una realidad constatable en todos los pueblos y en todas las etapas de la historia. Estas tristezas y angustias de los hombres son en realidad nuestras tristezas y angustias de hoy y de siempre. Pensemos en rostros que experimentan nuevas formas de injusticia, aflicción y desesperanza: los afectados por la pandemia de la COVID-19, que se está cebando con los enfermos, los mayores y los más vulnerables, muchos de ellos de nuestras familias religiosas.
En todos los rostros descartados nos miramos y nos sentimos llamados los consagrados; en todas las cunetas de nuestra sociedad encontramos a Cristo sediento, maltratado, abusado, extranjero, encarcelado; en todos los abismos de la humanidad nos arrodillamos y entregamos, haciéndonos prójimos de cada uno sin excepción. Nuestra fortaleza está en cada gran momento orante ante Él, en el silencio, ante el Sagrario, en la contemplación de todo don creado, adorando a quien sabemos nos ama en toda circunstancia. Sólo así podremos ser parábola de la fraternidad divina.
Fraternidad divina que es humana; fraternidad humana que es divina. Esta es la entraña de la Vida Consagrada que se convierte en aceite y vino para las heridas del mundo, vendaje y hogar de la salud de Dios.
Juntos, demos gracias a Dios por esta vocación, tejedores de lazos samaritanos hacia dentro y hacia fuera. Y en ellos y con ellos escuchemos una vez más la voz de Jesucristo, Buen Samaritano, que nos envía: «Anda, entonces, y haz tú lo mismo» (Lc 10, 37).
Francisco Sánchez Oreja es Prior de los Carmelitas de Medina del Campo y presidente de CONFER Valladolid