Presentación de la Semana Santa de Valladolid en Roma por don Ricardo Blázquez
15 enero, 2022Agradezco la oportunidad de presentar en Roma la Semana Santa de Valladolid, que es Patrimonio Cultural de la Humanidad. Deseamos que hoy resuene singularmente en esta embajada de España ante la Santa Sede, que está a punto de celebrar el año 2022 los 400 desde que cumple esta misión ininterrumpidamente; además el próximo año se cumplen también en feliz coincidencia los cuatro siglos de la canonización de San Felipe Neri, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, san Francisco Javier y San Isidro Labrador. Esta mañana celebramos la Eucaristía junto al sepulcro de San Felipe Neri en la Chiesa Nuova, que cuando fui creado cardenal el año 2015 me fue asignada por el Papa Francisco como iglesia titular. Manifiesto mi gratitud a la Excma. Sra. Embajadora, Dña. Carmen de la Peña, saludo al Excmo. Alcalde de Valladolid, D. Óscar Puente; a todos manifiesto mi respeto, afecto y gratitud por su presencia. En esta Embajada hallamos acogida y hospitalidad. Yo he experimentado en ella la ampliación familiar de nuestra patria. Compartimos el gozo de presentar en este palacio de España la Semana Santa de Valladolid, que es sin duda un acontecimiento religioso-cultural de primera magnitud.
Mi intervención, a la que ha precedido la del Señor Alcalde, desea ser como una mirada al monumento magnífico y vivo de la Semana Santa de Valladolid desde diversas perspectivas, apoyándome sobre todo en mi experiencia personal acumulada en los once años de mi ministerio pastoral como Arzobispo de Valladolid; y antes había recibido numerosas informaciones que han sido avaladas con creces, con la participación personal y ministerial en la Semana Santa a lo largo de los años transcurridos en Valladolid con una historia memorable y con un presente abierto esperanzadamente al futuro. Siempre he vivido con honda admiración en sus momentos estelares la Semana Santa en esta ciudad.
1.- He conocido personalmente la Semana Santa de Valladolid, cuando ya está desde hace tiempo consolidada la armonía, como en otras ciudades de España, entre las celebraciones litúrgicas en las iglesias y las manifestaciones de la piedad popular que tienen lugar sobre todo en las calles y las plazas. Siendo yo seminarista en Ávila, mi diócesis de origen, recuerdo que costó algún tiempo alcanzar la relación mutuamente enriquecedora entre la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II y las procesiones animadas, sostenidas y organizadas por las correspondientes cofradías. Se produjo en los primeros años post-conciliares un desajuste a veces chirriante entre liturgia y piedad, también en lo referido a los horarios. De Ávila, donde recibí la ordenación presbiteral el año 1967, recuerdo particularmente el Vía-crucis del Viernes Santo a las cinco de la mañana alrededor de las murallas, en que participábamos más de cinco mil personas cuando la ciudad no pasaba de treinta mil habitantes. Año tras año se congrega una multitud para participar en el mismo Vía-crucis. Tengo también grabada en la memoria del corazón la procesión del Santo Entierro el mismo Viernes Santo, que comenzaba ya anochecido y de vez en cuando la luna llena (del mes llamado “nisán” por los judíos) y de nuestra Pascua aparecía entre las almenas de la muralla. Guardo estas imágenes impactantes que en lugar de amortiguarse se intensifican con el paso del tiempo.
Serenada ya aquella estridencia, a veces con polémica incorporada, entre liturgia y piedad, entre la renovación litúrgica conciliar y la tradición religiosa protagonizada sobre todo por las cofradías penitenciales, podemos afirmar que las dos dimensiones de la Semana Santa, la litúrgica y la piadosa, convergen complementariamente en la transmisión de la fe cristiana y la iniciación de los pequeños en la vida de la Iglesia. “Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio, da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes. Aquí toma importancia la piedad popular verdadera expresión de la acción misionera espontánea del Pueblo de Dios” (Evangelii gaudium 122 del Papa Francisco). También la piedad popular puede ser y debe ser evangelizadora. Además, como la fe cristiana está arraigada hondamente en la historia y por ello está vinculada a la memoria de nuestro Señor Jesucristo, nacido y educado en la historia de su pueblo Israel, la narración es en sí misma apta particularmente para la transmisión del Evangelio a través de la fe; la historia de la Pasión del Señor ha encontrado su singular actualización en las imágenes y en las procesiones. La Palabra de Dios se ha hecho imagen; y la fe está también en la mirada.
2.- De la Semana Santa de Valladolid quiero subrayar algunas manifestaciones que me han impresionado siempre, ya que al contemplarlas año tras año no se desgastan, más bien se reavivan y vigorizan. La procesión del Domingo de Ramos o de la Borriquilla es muy bella. Cientos de niños, a veces incluso vestidos de cofrades ya que son inscritos frecuentemente en la cofradía de sus mayores cuando son bautizados, acompañados de sus papás y abuelos, unos participando desde las aceras y otros “procesionando”, ofrecen una imagen luminosa y llena de gozo festivo. La perspectiva desde el balcón de la iglesia de la Vera Cruz que se extiende a la calle Platerías y calles adyacentes es sorprendente e inolvidable. Se termina la calle ampliada hasta la plaza del Ochavo y hacia la Plaza Mayor y no ha abarcado la contemplación toda la multitud de participantes. Todos aguardan unas palabras conclusivas del Arzobispo y esperan la bendición final, blandiendo algunos las palmas y otros cantando. Yo no he tomado parte en otras procesiones del Domingo de Ramos que me hayan llegado tanto al alma como las que he vivido en sintonía con la multitud de niños y adultos en la ciudad de Valladolid.
El llamado Sermón de las Siete Palabras, que tiene lugar en la Plaza Mayor a las doce, pronunciado desde un púlpito levantado para esta ocasión y seguido por cientos de personas sentadas en las tribunas, en sillas o de pie es un espectáculo en el más noble sentido de la palabra que produce asombro. Varias imágenes colocadas al lado del púlpito y mirando a la plaza enaltecen la predicación y la escucha. No es extraño que quienes han participado un año, deseen estar presentes en años sucesivos. El Sermón de las Siete Palabras, que nuestro Señor pronunció desde la Cruz, viene anunciado a primera hora de la mañana por un pregonero montado a caballo y acompañado por muchos, en diversos lugares de la ciudad para invitar al sermón. El pergamino en que está escrito el anuncio de cada año se conserva con cuidadoso esmero.
La llamada Procesión General del Viernes Santo, que transcurre desde el comienzo de la noche y continúa varias horas es sublime. Circulan por las calles más de treinta “pasos”, unas veces son imágenes individuales y otras, grupos escultóricos, a cual más bellas e impresionantes. Las imágenes son casi todas desnudas, sin ropajes. Cada “paso” va acompañado de los correspondientes cofrades. Desde que aparecen en la marcha procesional hasta que pasan delante de los espectadores y desaparecen para ceder el lugar a otros, son contemplados por la multitud con respeto, piedad y estupor. El acompasado ritmo procesional y la música son también elocuentes e insustituibles. Como representación y eco de las siete palabras pronunciadas por el Señor moribundo desde la cruz, desfilan siete imágenes de Jesús crucificado bellísimas e impresionantes. Resulta imposible elegir entre ellas a una en particular. Es una vivencia que se graba hondamente. Yo descubrí particularmente la imagen del “Ecce homo” de Gregorio Fernández contemplándolo desde la tribuna colocada delante del edificio consistorial. ¡Qué rostros, qué miradas, qué elocuencia! Ante estas imágenes no cuesta creer, como se ha dicho, que esculpían algunos artistas el rostro del Señor rezando. Realmente sólo inspiran las imágenes inspiradas; cuando la mirada del imaginero está iluminada por la fe fácilmente se contempla con fe la imagen esculpida.
3.- En la Semana Santa de Valladolid son inseparables varias dimensiones: La fe y la piedad cristianas, el arte y la cultura, la religiosidad y la ideosincracia del pueblo, el ritmo procesional y la música, la actitud de los cofrades y la atención de los espectadores. Los miles de personas que a lo largo del recorrido contemplan las imágenes con respeto y silencio, con la mirada fija desde que se divisa un “paso” hasta que se aleja. Son diversas perspectivas que inseparablemente constituyen un acontecimiento cultural y espiritual lleno de asombro. En la Semana Santa de Valladolid se muestra también la manera de ser del hombre de Castilla, que acoge con respeto a Dios y se abre solidariamente a los hermanos, y ambas actitudes son reforzadas por lo contemplado, escuchado y vivido. Año tras año, de generación en generación, va arraigando y madurando la Semana Santa en el alma de las personas. Los adultos transmiten fielmente y los jóvenes reciben dócilmente un tesoro que los anima y con razón los enorgullece. La Semana Santa de Valladolid está viva; aunque hay imágenes que salen de los museos para la procesión, no son piezas de un museo frío e inerte.
El escritor Miguel Delibes, nacido en Valladolid y vallisoletano de toda la vida, escribió que la procesión de Valladolid “va por dentro”. Respetando otras maneras de “procesionar”, en Valladolid una “saeta”, por ejemplo, no tiene lugar. Las palabras de Delibes significan interioridad en forma de silencio, oración, reflexión, contemplación. El silencio es acompañante de la Semana Santa de Valladolid en sus expresiones más características. Los rostros de los espectadores quedan como imantados por el rostro de las imágenes, portados sacrificadamente por los cofrades. Sin los cofrades la Semana Santa de Valladolid, en cuanto excelente manifestación de piedad popular, sería muy distinta. Por ello, se les debe gratitud y ánimo para que vayan tomando el relevo los jóvenes, que efectivamente acontece; cada cofradía es como una “escuela” en la que aprenden los pequeños hasta los detalles tradicionales y asimilan el espíritu de la piedad. Es con frecuencia herencia familiar viva. Se crea un ambiente social y espiritual entre ellos, conectando en la misma misión a los jóvenes con sus padres, abuelos y antepasados.
Como se dan cita diversas dimensiones en estas expresiones de la piedad cristiana popular es necesario afirmar que todas son convergentes y que en su relación algunas son como generadoras y otros como derivadas. Yo estoy convencido de que si la fe y la piedad se diluyeran, perdería identidad la Semana Santa de Valladolid, con toda probabilidad se desintegraría y se debilitaría radicalmente su atractivo cultural, humano y personal. Sería la Semana Santa otra cosa, quizá también bella, pero le faltaría el alma y la capacidad para hablar al hombre en su hondura personal. La llamada a la trascendencia se recibe desde el rostro de las imágenes, desde la música inconfundible, desde el recogimiento de los cofrades, desde la actitud de los espectadores que son también protagonistas en las procesiones. Dan que pensar las procesiones a personas superficiales; remueven interiormente a quienes se derraman en la banalidad; a cuantos actualmente padecen el “vértigo de las prisas” sosiegan; ante la saturación de mensajes tan dispares concentran en lo que habla al corazón.
Debo aludir también a que en los días de la Semana Santa más celebrados fuera de los templos la autoridad municipal convierte en “isla peatonal” varias calles del centro de la ciudad. Riadas de personas y de grupos se mueven por ellas; visitan el “monumento” del Jueves Santo para adorar al Santísimo presente en las iglesias con particular dignidad, sencillez y esmero en la noche en que celebró Jesús la última Cena con sus discípulos haciéndoles partícipes de su Cuerpo entregado y Sangre derramada, y les dio el encargo de hacerlo en conmemoración suya. También contemplan detenidamente las imágenes de las procesiones en sus templos y sedes. En esas horas del Jueves y Viernes Santos presenta la ciudad una holgura en los movimientos de los transeúntes, que agradecen tanto los habitantes habituales como los numerosos visitantes atraídos por la noticia y la experiencia de la Semana Santa.
Termino con una petición y unas palabras de esperanza. ¡No nos quedemos en las manifestaciones, ciertamente dignas, sin considerar el centro emisor! Sin foco de luz no hay irradiaciones. Sin manantial la corriente se secaría; si no cuidamos la fuente dejaría de fluir, sin limpiarla perdería el agua su claridad y trasparencia. Con el olvido de la fuente se amortiguaría la tradición recibida de nuestros antepasados, ya que nuestra Semana Santa es mucho más que estética y folclore. La Semana Santa de Valladolid es un acontecimiento tan elocuente en sus diversos lenguajes que nos sentimos dignificados como personas con su celebración.
Roma, 23 de noviembre de 2021