ORACIÓN DEL DÍA 27 DE MARZO CON EL PAPA FRANCISCO
El Santo Padre:
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo
R: Amén
Oremos: Dios omnipotente y misericordioso protege nuestra dolorosa condición conforta a tus hijos y abre nuestro corazón a la esperanza para que sintamos en medio de nosotros tu presencia de Padre.
Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
- Amén
*Evangelio:
35 Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla». 36 Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. 37 Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. 38 Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». 39 Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. 40 Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». 41 Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
*Meditación del Santo Padre
«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente. En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.
Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús. Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—. Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40).
Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38). No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad. La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo. Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12). Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.
El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar. El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado. El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad. En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas” (cf. 1 P5,7).
*Oración ante la Imagen de la Salus Populi Romani:
Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!, Amén
*Antífona a la Cruz delante del Crucifijo de San Marcello: Se trata del mismo Cristo que en 1522 fue llevado en procesión por los barrios de Roma para terminar con la “Gran Plaga” en la ciudad y ante el que el Santo Padre rezó el pasado 15 de marzo de 2020, después de dirigir también una oración a la Virgen Salus populi Romani, cuyo icono se guarda y se venera en la Basílica de Santa María la Mayor.
Puede ser esta u otra distinta: Te adoramos Oh Cristo y te Bendecimos porque con tu santa Cruz redimiste al mundo.
*Exposición del Santísimo Sacramento
*Adoración y Canto del Adoro te Devote: Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz viendo tu gloria.
Amén.
*SÚPLICA LITÁNICA
Te adoramos, Oh Señor
Verdadero Dios y verdadero hombre, realmente presente en este Santo Sacramento
-Te adoramos, Oh Señor.
Nuestro Salvador, Dios con Nosotros, fiel y rico en Misericordia -Te adoramos, Oh Señor.
Rey y Señor de la Creación y de la Historia
-Te adoramos, Oh Señor.
Vencedor del Pecado y de la muerte
-Te adoramos, Oh Señor.
Amigo del hombre, Resucitado y vivo a la derecha del Padre -Te adoramos, Oh Señor.
Creemos en Ti, Oh Señor
Hijo Unigénito del Padre, descendido del Cielo para nuestra Salvación -Creemos en Ti, Oh Señor
Medico Celeste, que te inclinas sobre nuestra miseria
-Creemos en Ti, Oh Señor
Cordero Inmolado, que te ofreces para rescatarnos del mal -Creemos en Ti, Oh Señor
Buen Pastor, que das la vida por el rebaño que amas -Creemos en Ti, Oh Señor
Pan Vivo y Medicina de la Inmortalidad, que nos das la Vida Eterna -Creemos en Ti, Oh Señor
Libéranos, Oh Señor
Del poder de Satanás y de la Seducción del mundo
– Libéranos, Oh Señor
Del Orgullo y de la presunción del poder prescindir de Ti. – Libéranos, Oh Señor
De los engaños del miedo y de la angustia
– Libéranos, Oh Señor
De la Incredulidad y de la Desesperación
– Libéranos, Oh Señor
De la dureza del corazón y de la incapacidad de amar
– Libéranos, Oh Señor
Sálvanos, Oh Señor
De todos los males que afligen a la humanidad -Sálvanos, Oh Señor
Del hambre, de la carestía y del egoísmo
-Sálvanos, Oh Señor
De la enfermedad, de la epidemia y del miedo al hermano
-Sálvanos, Oh Señor
De locura devastadora, de intereses despiadados y de la violencia -Sálvanos, Oh Señor
Del engaño, de la mala información y de la manipulación de las conciencias. -Sálvanos, Oh Señor
Consuélanos, Oh Señor
Mira a tu Iglesia, que atraviesa el desierto
– Consuélanos, Oh Señor
Mira a la humanidad, aterrorizada por el miedo y la angustia.
– Consuélanos, Oh Señor
Mira a los enfermos y moribundos, oprimidos por la soledad.
-Consuélanos, Oh Señor
Mira a los médicos y a los operarios sanitarios, afectados por la fatiga
– Consuélanos, Oh Señor
Mira a los políticos y administradores, que tienen el peso de las decisiones. – Consuélanos, Oh Señor
Danos tu Espíritu Señor
En la hora de la prueba y la pérdida.
– Danos tu Espíritu Señor
En la Tentación y en la Fragilidad
– Danos tu Espíritu Señor
En el combate contra el malo y el pecado
– Danos tu Espíritu Señor
En la búsqueda del verdadero bien y la verdadera alegría
– Danos tu Espíritu Señor
En la decisión de permanecer en ti y en tu amistad
– Danos tu Espíritu Señor
Ábrenos a la Esperanza
Si el pecado nos oprime
-Ábrenos a la Esperanza
Si el odio cierra nuestros corazones
-Ábrenos a la Esperanza
Si el dolor nos visita
-Ábrenos a la Esperanza
Si la indiferencia nos angustia -Ábrenos a la Esperanza
Si la muerte nos aniquila
-Ábrenos a la Esperanza
*El Santo Padre:
Oremos:
Oh Dios, que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de Tú pasión; Te pedimos nos concedas venerar de tal modo los sagrados misterios de Tu Cuerpo y de Tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de Tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.
El Cardenal Angelo Comastri, Arcipreste de la Basílica de San Pedro, anuncia la Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad y al mundo), con la aneja indulgencia plenaria mediante la siguiente monición:
El Santo Padre Francisco a todos los que reciben la bendición eucarística también por radio, televisión y otras tecnologías de comunicación, otorga la indulgencia plenaria en la forma establecida por la Iglesia.
*El Santo Padre da la bendición con el Santísimo Sacramento *Letanías del Santísimo Sacramento
Bendito sea Dios.
Bendito sea su Santo Nombre.
Bendito sea Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre. Bendito sea el Nombre de Jesús.
Bendito sea su Sacratísimo Corazón.
Bendito sea su Preciosísima Sangre.
Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
Bendito sea el Espíritu Santo Consolador.
Bendita sea la Incomparable Madre de Dios la Santísima Virgen María. Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción.
Bendita sea su gloriosa Asunción.
Bendito sea el Nombre de María Virgen y Madre.
Bendito sea San José su casto esposo.
Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
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