1.marzo.2020__ Funeral en la Santa Iglesia Catedral por el eterno descanso de D. Félix López Zarzuelo (85 años). Fue administrador diocesano entre 2009 y 2010. Profesor de Derecho y vicario judicial, su servicio a la Diócesis de Valladolid fue inmenso.
Cuando casi terminaba el día 28 de febrero, pasaba de este mundo a la presencia de Dios Félix López Zarzuelo, D. Félix, como a pesar de los años, el cariño y la confianza muchos le conocíamos. Más de cinco años sin salir de casa, los dos últimos encamado y con muchas estancias hospitalarias, hacían pensar que ya no se encontraba entre nosotros y, sin embargo, mucha gente preguntaba “¿cómo está D. Félix?”. Durante este tiempo su nexo de unión con la calle fueron sus hermanas y Melgar y Baz y compañeros de curso que fielmente le han asistido y acompañado.
Con D. Félix se pone fin, en cierto modo, a una época en la vida de nuestra Diócesis. Nacido en 1935 y confirmado por el después obispo mártir de Barbastro en aquella macroconfirmación de 1936 en Villavieja del Cerro, vivió su vocación en el ambiente de exaltación religiosa que siguió a la Guerra Civil. Ingresó en 1945 en el preseminario que el naciente instituto de las Discípulas de Jesús tuvo frente a la iglesia de la Magdalena y como recordaba Juan Manuel Martínez “Félix y yo fuimos los que lo abrimos”: Vinieron después Seminario Menor, Seminario Mayor y estudios en la Universidad Pontificia de Salamanca, cuando ésta era la institución académica más potente de la Iglesia en España. Allí sus pasos se encaminaron al Derecho Canónico en aquel momento y después también Civil, alcanzando el grado de doctor en la Universidad de Valladolid. Vivió como sacerdote el preconcilio, el Concilio Vaticano II y el postconcilio; el paso de un régimen político confesional católico a uno aconfesional que ha devenido laicista, y todo ello se manifestó en su vida pastoral, de jurista y de gobierno. Para él, simplemente, eran modos diversos de su ser sacerdotal, el mayor don que había recibido y que como decía “si volviera a nacer volvería a ser sacerdote”.
Querido como párroco en Gallegos de Hornija, después coadjutor en San Pedro Apóstol, donde los mayores le recuerdan siempre con los jóvenes: jugando al fútbol, abriendo un arco de la iglesia para poder meter el paso de la Sagrada Cena, la Acción Católica… Las clases de religión en Enfermería, el paso a la curia diocesana como Notario mayor y, después,al Tribunal eclesiástico, la Catedral y las clases como profesor de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico, marcaron la parte central de su vida.
En la Catedral fue con Vicente Vara el último canónigo con aprobación del Rey, antes de la firma del Acuerdo marco de 1976 por el que el Monarca renunció a todos sus privilegios en el ámbito de los nombramientos eclesiásticos. En el Tribunal eclesiástico, primero como juez diocesano y luego como vicario judicial, vivió el enorme incremento de las separaciones matrimoniales previo a la aprobación de la Ley del Divorcio de 1981 y el cambio de praxis jurídica que se iba introduciendo en el campo de las nulidades matrimoniales y que culminaría con los capítulos referidos a los defectos psíquicos, en el Código de Derecho Canónico de 1981. La práctica forense, así como la enseñanza académica como profesor titular de Derecho Eclesiástico del Estado en nuestra Universidad, le hicieron ser reconocido como jurista. Suya es una monumental obra sobre la Dispensa de matrimonio como rato y no consumado, la más importante en lengua española, o su Práctica procesal canónica. También su jurisprudencia desarrolló los aspectos psicológicos en la nulidad matrimonial introduciendo temas como la anorexia, la bulimia y las adicciones, que centraron su discurso de ingreso como académico de número en la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia de Valladolid. El culmen de su vida sacerdotal fue el ser Vicario General durante el pontificado de don Braulio Rodríguez y los primeros meses del de don Ricardo Blázquez y ser el Administrador Diocesano entre ambos. Después: El silencio de la enfermedad.
En la homilía de su funeral nuestro arzobispo definió a D. Félix con la palabra “finura”, un término que engloba muchos significados para aquellos que le tratamos: elegancia, educación, delicadeza en lo material y en lo espiritual… creo que nadie puede recordar una mala palabra suya. En cristiano lo podríamos llamar caridad, el amor de Dios derramado en nosotros que desbordaba también en la generosidad material con los más necesitados.
Descansa en paz, querido D. Félix.
José Andrés Cabrerizo. Vicario judicial y deán de la Catedral