Hermanos y amigos:
Pueblo santo de Dios, Cuerpo vivo de Cristo en el mundo, acompañado en tu peregrinación por el ministerio ordenado –Obispos, presbíteros, diáconos–, humilde representación sacramental de Cristo que encabeza y sirve, y de la vida consagrada que explora sendas en el camino y anticipa rasgos del Reino deseado y prometido.
Autoridades, servidores públicos, ciudadanos de Valladolid, como pueblo caminamos con vosotros, somos ciudadanos, somos la Iglesia, un pueblo reunido de entre las naciones.
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que en la fuerza del Espíritu Santo nos permite adentrarnos por este rito en el Misterio de la Pascua en donde encuentra su Fundamento y Plenitud la Comunión y Misión de la Iglesia en la que estamos llamados a participar.
El rito, repetido, insistente –quizás opaco y aburrido si no entramos en él y participamos– quiere ayudarnos a poner en hora el reloj de nuestro corazón –con sus altibajos eufóricos, anodinos o depresivos– y el reloj de la historia – con sus días y trabajos llenos de logros, fracasos y crisis inesperadas – con la presencia eterna de quien es, Rico en misericordia, Rey redentor y Señor y dador de vida.
El rito nos introduce en el Misterio del Dios Comunión que nos desborda y sostiene, en el Misterio de la Iglesia y de la Historia santa, al mismo tiempo que nos ayuda a descifrar nuestro propio misterio.
Hoy al iniciar como Obispo, miembro del Colegio de los Doce y sucesor de los apóstoles, el ministerio en la Archidiócesis de Valladolid, os invito a entrar en el Misterio de la Iglesia que en toda su anchura se manifiesta en esta liturgia.
Somos la Iglesia: una, santa, católica y apostólica; universal y particular. Varios hermanos con su presencia en esta Catedral nos recuerdan la universalidad de la Iglesia y la Comunión entre las Iglesias:
Querido Sr. Nuncio, ha sido portador de las letras apostólicas y me ha impuesto el palio; haga llegar al papa Francisco mi comunión y disponibilidad. Hermanos cardenales, Arzobispos y Obispos, os saludo y agradezco vuestra presencia que expresa nuestra común pertenencia a los Doce; permitidme un saludo especial a D. Ricardo ya arzobispo emérito y a D. Braulio, últimos obispos que ocuparon esta sede; agradezco vuestra enseñanza, cercanía y amistad. La liturgia que enlaza el cielo y la tierra me permite también recordar a D. José Delicado. Saludo asimismo a los miembros de la Provincia eclesiástica a quienes la imposición del palio otorga hoy una relevancia especial, a todos los Obispos de Iglesia en Castilla y los de las 11 diócesis de la Comunidad autónoma. Saludo a quienes trabajáis en la Conferencia Episcopal
Española con quienes comparto desde la Secretaría General la solicitud por las Iglesias diocesanas de toda España. Algunos miembros de toda esta gran familia nos siguen por Trece Tv y RTVCL.
La Iglesia, una, santa, católica y apostólica, acontece en esta porción del pueblo de Dios unida al Obispo que hoy se presenta ante vosotros.
Queridos presbíteros, tenemos el singular don y responsabilidad de ser representación sacramental de Cristo Cabeza, Esposo y Pastor de esta Iglesia; diáconos que nos enviáis en nombre del Señor como servidores de la Paz; seminaristas, vida consagrada, activa y contemplativa; niños, adolescentes y jóvenes que participáis en la iniciación cristiana, padres y catequistas; voluntarios y trabajadores de Caritas, de la pastoral de enfermos y de pastoral penitenciaria; quienes en diversas
Organizaciones que cuidáis de inmigrantes y necesitados; miembros de los equipos de liturgia; novios en preparación al matrimonio; familias cristianas, abuelos y ancianos, laicos que asociada o personalmente hacéis germinar el Reino de Dios en ambientes e instituciones; cofradías penitenciales y de gloria que cultiváis la devoción, ensayáis la fraternidad y hacéis presente la fe en la calle y la caridad en vuestra acción social; instituciones promovidas por Congregaciones y asociaciones: escuelas y hospitales, servicios sociales. Todos celebramos la Eucaristía que nos hace Iglesia, asamblea convocada para el servicio del mundo.
La Eucaristía alimenta y cuida la caridad recibida en el bautismo, según la forma de la vocación en la que hemos sido llamados. La misión de nuestra Iglesia diocesana depende de nuestra unidad y fidelidad a la vocación en la que hemos sido convocados, congregados y enviados.
Un saludo fraterno a los representantes de otras confesiones religiosas.
Entramos en este misterio como miembros de la Iglesia católica y de la sociedad vallisoletana que se hace presente como comunidad política organizada en las personas e instituciones a quienes saludo con respeto y deseo de colaboración: Sr. Alcalde de la ciudad, Presidente de la Diputación, representantes de las Cortes Generales y de las Cortes de Castilla y León, representantes del Gobierno de la Nación y de la Junta de Castilla y León, autoridades académicas y judiciales, miembros del Ejército, la Guardia Civil y Policía nacional y municipal, medios de comunicación social.
Estamos convocados a un coloquio en favor del bien común. Los desafíos de este tiempo son extraordinarios, y queremos ofrecer nuestra colaboración de palabra y de obra desde una convicción: vivir y edificar la Iglesia es la mejor manera de humanizar a cada persona, desde la afirmación de su sagrada dignidad, y de hacer sociedad en servicio a los demás, desde el reconocimiento de Cristo en los empobrecidos, allí donde Él juzga la historia.
En la familia, iglesia doméstica y célula social, se realiza un primer laboratorio de este ejercicio. Saludo a mi familia –a mi sobrino Guillermo en el día de su cumpleaños–, a los habitantes de Meneses de Campos, al cura párroco y a su Alcalde.
La Iglesia es familia de familias, estamos pues llamados a no cerrarnos en la propia carne y a ser una permanente escuela de acogida, reconciliación y colaboración desde la alegría y esperanza que nos regala la misericordia que brota del Corazón de Jesús.
Somos la Iglesia, universal y particular: una, santa, católica y apostólica. Cada una de estas notas es un don, una tarea y una escuela. Luz para mi servicio entre vosotros.
Iglesia Una. “La Iglesia es una debido a su origen, a su Fundador y a su alma”. Don recibido de Dios, Uno y Trino, a cuya imagen todos hemos sido creados y regenerados en la Iglesia como hijos adoptivos. Unidad de personas que descubren un vínculo y una alianza en la que es posible conjugar identidad y diferencia. Unidad de personas, no de individuos ciegamente autónomos que combaten entre sí, pactan unos mínimos o viven en la indiferencia. Unidad que reclama cultivar la relación con el vínculo fundante y renovar la alianza allí donde se ha sellado la Alianza nueva y eterna para el perdón. La unidad, don y tarea permanente de la Iglesia, es una escuela ofrecida a la sociedad para superar la dialéctica de contrarios y la polarización de las diversidades, en el reconocimiento de una identidad común que hace fecundas las diferencias.
Iglesia Santa, pues “el solo Santo la ama como su Esposa, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo para gloria de Dios”. La Iglesia es, pues, el Pueblo santo de Dios, y sus miembros son llamados “santos”.
¿Quiere decir esto que los miembros de la Iglesia seamos impecables? No, somos pecadores permanentemente necesitados del perdón. La santidad que se nos regala y encomienda es una apremiante llamada a salir de la doble vida. No es un halo de elegidos y desborda los requerimientos de una vida honrada o éticamente exigente. La santidad es el resultado de la unidad de vida guiada por el Espíritu. El grave riesgo de la Iglesia de nuestro tiempo es la escisión entre fe y vida –libertad y gracia, realidad y Dios, vida privada y vida eclesial o pública, sociedad civil e Iglesia, historia y vida eterna–
La santidad nos habla del misterio trinitario y pascual que atraviesa toda la existencia y todos los órdenes de la creación. La santidad sale al paso del dualismo de finalidades de nuestra vida: la vida temporal tiene fines temporales modelados por la cultura dominante, la vida cristiana tiene fines sobrenaturales situados fuera de la realidad y de la historia y encerrados en los templos y en los días marcados en rojo. El dualismo, más aún que “la doble vida moral”, es el gran riesgo de nuestra forma de ser cristianos en este cambio de época. Somos llamados a un combate espiritual para crecer en una genuina espiritualidad de encarnación, de comunión y misionera, que llene nuestra existencia y se derrame en los ambientes e instituciones sociales, económicas y políticas de las que participamos. Ofrecemos así una escuela que integre lo privado y lo público, el clamor de la tierra y el grito de los pobres, el Mercado, el Estado y el Don, en una propuesta de amistad cívica, de fraternidad y de bien común. Queremos así contribuir al nuevo estilo de vida que la actual situación reclama.
Iglesia católica. “La Iglesia es católica porque Cristo está presente en ella. “Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica…lo que implica que ella recibe de Él la plenitud de los medios de salvación. Es católica porque ha sido enviada por Cristo en misión a la totalidad del género humano. Está verdaderamente presente en todas las legítimas comunidades locales de fieles, unidas a sus pastores.” La catolicidad nos descentra doblemente, hacia el Señor y hacia el mundo. Este descentramiento nos une y nos libera de las luchas ideológicas y de poder para organizar la Iglesia. La catolicidad del corazón es un permanente empeño de conversión y de misión. También es una escuela para salir de sectarismos ideológicos en tantas situaciones de la vida. Desde esta escuela ofrecemos a nuestra sociedad una mirada o perspectiva católica. Por ejemplo, la fraternidad no es un valor de los ilustrados sino un hecho: somos de la misma carne, habitamos la misma tierra, recorremos la misma historia, somos hijos del mismo Padre, somos hermanos. La catolicidad abraza y respeta el tiempo, pasado, presente y futuro, lo fundamenta, lo ensancha y le da horizonte. La catolicidad sitúa y amplía las etnias, los credos, los proyectos, los plazos. Compromete hasta la entrega y relativiza nuestra acción pues la sitúa entre el fundamento y el horizonte.
Iglesia apostólica. “La Iglesia es apostólica porque está fundada sobre los apóstoles. Es enseñada, santificada y dirigida por los apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia. Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, llamó a los que Él quiso, y vinieron donde Él. Instituyó Doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Desde entonces, serán sus “enviados” –es lo que significa la palabra griega apostoloi–. En ellos continúa su propia misión: “Como el Padre me envió, también yo os envío”.
Desde la Mesa donde experimentamos el indicativo de su Amor misericordioso y escuchamos el imperativo de la misión apostólica – “Id” – salgamos al Camino. La Mesa es arranque y término de esta salida misionera, pero también forma del corazón apostólico – “Haced”–. Solo concordando nuestro corazón con el Corazón de Cristo en la entrega sacerdotal de la vida, en el ejercicio de la caridad pastoral, política y consumada, será fecundo el apostolado de pastores, militantes laicos y consagrados.
Dar forma al corazón es así un empeño permanente y una escuela que ofrecemos a la sociedad para vivir trabajos y profesiones con espíritu de servicio y respuesta vocacional a las llamadas que nos hacen las necesidades de las personas con las que nos encontramos en nuestras tareas y funciones. Descubrir que “soy una misión” en el servicio a la verdad, la justicia y la paz.
Hermanos, salgamos de nuevo de la Mesa al Camino para cantar a diferentes voces que hemos encontrado “el tesoro escondido”:
– Dios te ama, es Creador y Padre. Somos hijos y hermanos, la tierra es hogar de familia.
– Cristo ha dado la vida por ti. Camina libre del poder del pecado y del miedo a la muerte.
– El Espíritu te ayuda a vivir hoy la novedad de la Vida eterna y a peregrinar “contra corriente” en la esperanza de llegar a la morada donde la promesa se cumple.
Como dije en mi saludo a la Diócesis, unidos en lo esencial, hemos de acoger y potenciar, en la comunión de la Iglesia diocesana, lo que cada cual aporte a la mesa común y transformarlo en singular cauce misionero que haga llegar el Evangelio a hombres y mujeres en diversas situaciones y sensibilidades sociales y religiosas.
El palio sobre los hombros me une especialmente a Pedro y a los Doce y su lana de oveja me recuerda la misión prioritaria de mi oficio de Pastor de esta Iglesia en favor de quienes están mal alimentados en su cuerpo o en su alma, heridos o desorientados.
Quiero acompañaros en la Mesa y en el Camino para edificar “tiendas de encuentro y hospitales de campaña”. En las casas y en las plazas proclamemos la sagrada
dignidad de la vida humana, en el grito de los vulnerables y empobrecidos, como fundamento del bien común.
Salgamos a los caminos sin que nos escandalicen y desanimen las dificultades, pues la mesa de la Comunión está definitivamente puesta y la senda de la Misión está definitivamente abierta.
Hemos entrado en el Misterio de la Iglesia para comprender mejor quién es. La respuesta adecuada a la pregunta ¿quién es la Iglesia? no es un concepto, es una persona, es María, la que obedeciendo al mensajero de Dios Padre se abre a la acción del Espíritu Santo y ofrece al mundo al Hijo, Luz de las Naciones y Señor de la Historia.
A ella me encomiendo en sus advocaciones de El Tovar, Lourdes y San Lorenzo parainvocar: ¡Ven luz que penetras las almas, “veni lumen cordium”!
Id, amigos y hermanos. El Señor os envía como sembradores de la buena semilla del Reino. Ahondad en vuestra participación en el Misterio, para que la Comunión se afiance y ensanche; y la Misión se adentre en la espesura de la historia, hasta que Élvuelva. Amén.