Homilía en la Eucaristía de la fiesta de la Virgen de San Lorenzo, nuestra Patrona
Manifiesto mi afecto a todos y os agradezco vuestra presencia para celebrar en la catedral la fiesta de Nuestra Señora de San Lorenzo, Patrona de nuestra ciudad. Nos unimos a cuantos en la fe y en la devoción nos han precedido. Las fiestas patronales nos enraízan en nuestra historia secular, de que recuerdo algunas manifestaciones.
1)- Se comprende que si Nuestra Señora fue llamada “Virgen de los Aguadores”, en tiempos de sequía haya sido particularmente invocada. En el “Padre nuestro”, que es la oración principal de los cristianos, pedimos a Dios “el pan de cada día”, que lo recibimos en forma de trabajo, de salud, de bonanza de las estaciones, de solidaridad entre todos. La oración expresa nuestras necesidades pero no sustituye nuestra responsabilidad. “Ora et labora”. ¿Cómo vamos a pedir a Dios lo necesario si nos cerramos al clamor de los pobres y si, como dice San Pablo, “nos ocupamos en no hacer nada”? (2 Tes. 3, 11).
Cuando la imagen de la Virgen fue trasladada a la ermita dedicada a San Lorenzo, diácono y mártir, recibió el nombre con que tradicionalmente la invocamos; y esta advocación nos invita a testificar valientemente la fe cristiana y a servir a los necesitados, como ella hizo (cf. Lc. 1, 39 ss.) y como practicó San Lorenzo.
Ha sido frecuente acudir a Nuestra Señora para que el alumbramiento de los niños transcurriera felizmente. El gesto encomiable de acercar a los niños a la imagen de la Virgen de San Lorenzo para que los acoja en su regazo maternal, es una bella prolongación de la tradición. Poned, queridos papás, a vuestros hijos bajo la protección de la Madre de Dios (cf. J. Burrieza, La Virgen de San Lorenzo. Cien años de su coronación (1917-2017), Valladolid 2017, p. 12).
También en las guerras y rupturas sangrientas de la sociedad nuestros antepasados solicitaron su intercesión para que cesara la destrucción y llegara la reconciliación y la paz. Si nuestra patrona está hondamente entrañada en nuestra vida y es inseparable de la historia de la ciudad es porque en tiempos bonancibles y en tiempos penosos María nos ha acompañado y acompaña. Venimos hoy a celebrar la fiesta de nuestra Patrona haciéndonos eco de nuestro pasado, con las satisfacciones e inquietudes del presente y abriéndonos a nuestro futuro. Cada uno sabemos qué indigencias y esperanzas traemos confiadamente a la Virgen de San Lorenzo.
Las fiestas patronales son un acontecimiento destacado del año. Confluyen en su celebración las situaciones concretas de la vida de las personas, las familias y la sociedad. En estos días de pausa del trabajo, de juegos y espectáculos, de conciertos y cantos estrechamos los lazos de la familia y de la amistad. Son días propicios para refrescar la memoria de la fe y para celebrarla festivamente. La fiesta de Nuestra Señora de San Lorenzo tiene que ver con el sentido de la vida humana; no es un evento costumbrista que se redujera a exterioridad sin fondo. Desde el gozo popular nos emite un mensaje de vida compartida también en la piedad ¡Cómo no alegramos cuando contemplamos la imagen de la Virgen, bellamente adornada, salir de la iglesia de San Lorenzo, avanzar por nuestras calles y plaza mayor y ser saludada cordialmente por una multitud de participantes hasta que entra en la catedral! Las fiestas son una especie de “catarsis” social y de purificación colectiva; al mismo tiempo son aliento para afrontar nuestras tareas cara al futuro. Niños, jóvenes y adultos, somos invitados a susurrar con nuestros labios una oración a la Virgen que nace del fondo del corazón. Todos estamos convocados a la fiesta y si alguien faltara lo echaríamos de menos particularmente en estos días.
2)- Termina de ser proclamado el Evangelio que hemos escuchado con respeto, reconociéndole una autoridad para orientar nuestra vida que no tiene ninguna otra palabra. La genealogía evangélica enumera, entre otros, los más relevantes antepasados de Jesús, para desembocar en Él como culminación y al mismo tiempo como origen salvífico. María entra en la genealogía indirectamente, pero como eslabón insustituible: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo” (Mt.1, 16). María es la Madre virginal de Jesucristo, cuya concepción y nacimiento son referidos. Yo invito a todos a que ante las obras maravillosas de Dios nos inclinemos respetuosamente adorando sus designios que no humillan nuestra dignidad personal sino nos enaltecen dilatando nuestro corazón hacia los misterios del Señor. Ante la zozobra de José, el ángel le manifiesta el origen trascendente del Hijo que está gestando María su esposa, y él fiándose de Dios obedece (Mt.1,24).
La genealogía significa ascendencia, fuente y origen. Celebramos la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, Madre de Jesucristo, el Salvador del mundo. Y en esta fiesta participamos espiritualmente nosotros que necesitamos ánimo y fuerzas en el comienzo de este nuevo curso. Podemos decir con imágenes muy elocuentes: María es la “estrella de la mañana” y la “aurora de la salvación”; Jesús es el Sol que nace de lo alto, y viene a visitarnos para iluminar a los que estamos en tinieblas y para guiar nuestros pasos por el camino de la paz (cf. Lc. 1, 78-79).
3)- Es una convicción ampliamente compartida que nos encontramos en una situación de inquietud e incertidumbre. ¿No experimentamos un malestar que impregna nuestro interior y dificulta nuestras relaciones? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué tantas familias rotas con las consecuencias que todos conocemos? ¿Por qué miramos al futuro con más preocupación que esperanza? ¿Por qué abundan entre nosotros más descalificaciones que propuestas para promover el bien común? ¿No padece la sociedad fatiga y pesadumbre? ¿Por qué no acortamos las distancias entre ricos y pobres, siendo más solidarios con los necesitados, con los que no tienen empleo estable, con los que sufren, si todos somos hermanos? Hace años un filósofo judío (Martin Buber) habló de “eclipse de Dios” en la historia y en las conciencias, comparable al eclipse solar. El sol brilla más allá de la oscuridad transitoria causada por el eclipse, pero a veces lo damos por apagado. A la luz de Dios, comprendemos la dignidad de todo hombre, varón, mujer, ya que hemos sido creados a su imagen y semejanza (cf. Gén. 1, 27). Sin el reconocimiento de Dios el hombre va por la vida como a tientas. Por ser el hombre cuerpo, alma y espíritu (1 Tes. 5, 23), necesita alimento y hogar, pero también compañía para vencer la soledad –que se está convirtiendo en una enfermedad característica de nuestro tiempo-; y también necesitamos fe y esperanza para mirar al futuro cercano y distante sin abatimiento ni desesperación. ¿No es verdad que llevamos en nuestro corazón una llamada a buscar en medio de nuestras fatigas el reposo en Dios?
María es el puente por el cual el Hijo de Dios ha llegado a nuestra orilla y se ha encarnado en sus purísimas entrañas; y también la Virgen María Madre de Dios puede mostrarnos al Salvador del mundo como lo manifestó a los pastores en la noche de Belén y a los Magos venidos de Oriente, que entre las estrellas buscaban el astro que señala el camino de la humanidad.
Al tiempo que os felicito cordialmente en la fiesta de Nuestra Patrona, os pido que no descuidemos los valores morales y eternos.
¡Siempre es posible la esperanza! ¡Que María nos guíe todos los días!
Valladolid, 8 de septiembre de 2019
+ Cardenal Ricardo Blázquez Pérez
Arzobispo de Valladolid