La pandemia puede ser una “lección de futuro”. Don Ricardo en San Pedro Regalado
14 mayo, 2021Homilía de nuestro cardenal arzobispo, don Ricardo Blázquez, en la fiesta de San Pedro Regalado, en la catedral de Valladolid.
“Celebramos hoy la fiesta de San Pedro Regalado, patrono de nuestra ciudad y de nuestra diócesis. Es nuestro santo titular. A él nos acogemos confiadamente como defensor y protector. Nacido hacia el año 1390 en la calle Platerías, junto a la plaza del Ochavo, en el centro de la ciudad. Fue bautizado en la actual parroquia del Salvador, donde se conserva la pila bautismal. Descubrió pronto que su vocación específica dentro de la Iglesia discurriría como fraile franciscano; en la orden de San Francisco ingresó en el año 1404. En aquel tiempo la expectativa de vida era más corta, y todo comenzaba pronto. Entonces y ahora la fidelidad exigía el amor a Dios y al prójimo, la paciencia en las pruebas y fiarnos del Señor que conduce providencialmente la vida. Murió San Pedro Regalado en el convento de La Aguilera, cerca de Aranda de Duero, donde está su sepulcro.
El año pasado casi interrumpimos la tradición secular de las celebraciones religiosas y sociales a causa de la pandemia. La fiesta de este año coincide con el final del “estado de alarma”, después de largo tiempo de limitaciones en la movilidad, las comunicaciones y con especiales trabas en la libertad. Ahora, coincidiendo las fiestas patronales y la terminación del estado de alarma, se suscitan en nosotros y en la sociedad un haz de sentimientos. Por una parte, la satisfacción de haber superado un tiempo particularmente arriesgado y el sentido de liberación; por otra, miramos al futuro sin que desaparezcan del todo la inseguridad y la incertidumbre; nos impulsa el deseo de cuidar mejor la salud, de comunicar normalmente con los familiares, de acometer la recuperación de la sociedad en los aspectos económicos y laborales. Estamos contentos de haber alcanzado una meta tan deseada después de padecer amenazas y cansancios; y al mismo tiempo somos conscientes de que con sus más y sus menos tenemos que vérnoslas con este virus que, al parecer, tarda en dejarnos. Hoy recordamos ante el Señor, apoyándose en la intercesión de San Pedro Regalado, a tantas personas que de manera hondamente dolorosa nos han dejado. A muchos hombres y mujeres, sobre todo del mundo de la salud, debemos agradecer sus cuidados y su entrega profesional admirable.
¡Cuánto sufrimiento en silencio y cuántas lágrimas escondidas! La historia grande y pequeña poco a poco podremos conocerla y narrarla como lección para el futuro.
En la fiesta de nuestro patrono miramos hacia el pasado no para ajustar cuentas sino para purificar nuestra memoria, reconciliarnos con estos meses sombríos, y para unirnos de cara al futuro. Debemos trabajar conjuntamente; ha sido tan grande el estrago que requiere unir nuestros corazones y nuestra inteligencia para gestar proyectos solidarios. La concordia nos fortalece, la división nos debilita; se comprende que cuando hay tantas y tan grandes tareas que afrontar nos enojen las polémicas estériles. Aunque con limitaciones, celebramos hoy la fiesta de nuestro patrono, los adultos testificando lo vivido por las generaciones anteriores y los pequeños incorporándose a la tradición que es parte de nuestra identidad histórica. San Pedro Regalado, nuestro paisano, nuestro patrono y nuestro modelo nos invita a la fiesta. En esta coyuntura excepcional acometemos el porvenir con responsabilidad, con esfuerzo y confianza. ¡Abramos una puerta a la esperanza de los niños, adolescentes y jóvenes! A todos, la pandemia nos ha limitado la movilidad, las actividades profesionales, la participación presencial; esto ha comportado disminución en los recursos económicos y en algunos casos, en muchos, quedarse como a la intemperie. Ensanchemos nuestra mirada a cuantos han sido tan duramente golpeados de cerca y de lejos. No olvidemos que la humanidad está llamada a ser como una sola familia bajo la providencia de Dios. Los datos referidos a situaciones cercanas nos impresionan vivamente; pero ante las cifras de hermanos nuestros y de países distantes quedamos sobrecogidos.
Celebramos la fiesta de San Pedro Regalado, un discípulo de Jesús en la escuela de Francisco de Asís, que recorrió la ribera del Duero de arriba abajo y de un lugar a otro. Hace siglos, un fraile impartió unas lecciones que nunca han dejado de estar vigentes. Nacido entre nosotros, eligió ser pobre siguiendo a Jesús pobre, para acercar a los pobres el Evangelio de la fraternidad y del perdón, de la esperanza y de la humildad; de la “minoridad” utilizando una palabra muy elocuente en la familia franciscana.
Recordamos las lecturas que terminamos de escuchar. Son muy elocuentes en la situación que atravesamos. Estas son las palabras de Pablo en la despedida a los presbíteros de Éfeso: “De ninguno he codiciado dinero, oro o plata. Bien sabéis que estas manos han bastado para cubrir mis necesidades y de los que están conmigo. Siempre os he enseñado que es trabajando como se debe socorrer a los necesitados, recordando las palabras del Señor, que dijo: “Hay más dicha en dar que en recibir” (Act. 20, 33-35). Y la opción personal que nos comunica en las siguientes palabras altera nuestra escala de valores: “Todo lo considero pérdida con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Fil. 3, 8). Si eliges el dinero como “tu Dios”, se “metaliza” tu corazón y se vuelve insensible para no escuchar su voz en la conciencia y el clamor de los pobres de tu entorno. Y las palabras del Evangelio nos llenan de estupor: “No os inquietéis por el mañana”. “No os inquietéis por la vida, qué vais a comer; ni por el cuerpo, con qué os vais a vestir, pues la vida es más que el alimento y el cuerpo es más que el vestido”. “No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino”. Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón (Lc. 12, 22-23; 32-34). ¿Dónde está tu tesoro, tu suprema aspiración? ¿Con qué actitud deseamos reconstruir social y económicamente nuestra sociedad?
Debemos reconocer que nuestro patrono, siguiendo el Evangelio, nos ha puesto la meta muy alta.
En la coyuntura actual necesitamos compartir solidariamente, renunciando a muchas cosas y siendo generosos con los que han sufrido duramente las incidencias del Covid-19. Debemos aprender a distribuir las cargas. Se puede decir que la pandemia a todos nos ha empobrecido; pero hay muchos que han quedado a la intemperie, remitidos a la solidaridad de los demás. Todos hemos sido amenazados por la tormenta y la oscuridad en la misma barca; que nos acerquemos al puerto y desembarquemos juntos.
Siendo portero del convento de El Abrojo se desvivió nuestro santo para atender a los necesitados. Un año tuvo que multiplicarse para atender a los pobres de Puente Duero, Boecillo y Laguna porque habían perdido las cosechas y se encontraban radicalmente indefensos, a la intemperie entre el cielo y la tierra. El amor de Dios Padre le llevó a compartir con sus hermanos los recursos y las necesidades. La caridad no queda en buenos sentimientos, bellas palabras y nobles deseos (cf. Sant. 2, 15-16). Cuando el hombre vence la tentación de la avaricia, que es como una especie de idolatría, está libre para compartir, para dar y recibir. El ansia de dinero cierra el corazón de las personas a la fraternidad solidaria. ¡Bella lección nos dio San Pedro Regalado en la utilización de los bienes! Podrán ser varias las formas sociales, pero el espíritu es el mismo. San Pedro hizo en su situación lo que debía hacer: Compartir los recursos y la indigencia. ¿Qué debemos hacer nosotros hoy en la nuestra?. Cuando se descubren y padecemos tantas y tan ingentes necesidades, nuestro patrono nos ha dado ejemplo. La memoria de su historia es una lección siempre actual; su intercesión por nosotros nos abre al seguimiento de Jesús pobre.
Hoy celebramos, además de la fiesta de nuestro patrono San Pedro Regalado, la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Fátima. María se apareció en el año 1917 a tres niños que cuidaban las ovejas de sus padres. A través de ellos, sorprendentemente, comunicó la Virgen mensajes de paz, de oración, de penitencia y de conversión destinados a todos los hombres. Fue una visita de la Madre del cielo, que cuida de la humanidad y por unos niños nos llamó a reorientar la historia por los caminos del amor, de la fe y de la esperanza. Lejos de Dios caminamos a tientas. Nos viene buen contar con Dios en la vida.
Ante el poder de la pandemia nos acogemos confiadamente a la protección de María, la Madre del Señor y nuestra Madre. Rezamos la oración del Papa Francisco en este tiempo de riesgo y de fragilidad que atravesamos la humanidad.
“Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.
Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos, que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación de todos los pueblos, sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros que proveerás, para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba.
Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús, quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado nuestros dolores para conducirnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.
Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies nuestras súplicas que estamos en la prueba y libéranos de todo pecado, o Virgen gloriosa y bendita”.