La Iglesia se ensancha con la ordenación de dos nuevos presbíteros en Valladolid
18 junio, 2024Sí, estaban dispuestos. El “presente” con el que respondieron tanto José Luis de la Cuesta de los Mozos como fray Diego Lorenzo Esteban (OP) al ser llamados públicamente para acceder al segundo grado del ministerio sacerdotal, el de los presbíteros, resonó en la Santa Iglesia Metropolitana Catedral la tarde del 16 de junio, decimo primer domingo del Tiempo Ordinario.
Pero para poder ser, efectivamente, elegidos presbíteros el Arzobispo de Valladolid, don Luis Argüello, preguntó primero: “¿Sabes si son dignos?”. El rector del Seminario Diocesano, Fernando Bogónez, respondió: “Doy testimonio de que han sido considerados dignos”. Y solo entonces el Coro Diocesano de Valladolid pudo unir sus voces a las del pueblo fiel para dar “gracias a Dios” por la elección de José Luis y fray Diego que, arrodillándose y tomando de la mano al Arzobispo, prometieron “respeto” y “obediencia” a este y a sus sucesores y, en el caso del dominico, también a su superior legítimo en la Orden de Predicadores.
La ordenación de estos ya dos nuevos presbíteros, que ensanchan la Iglesia con su compromiso, prosiguió con su liturgia bajo las precisas órdenes del canónigo prefecto y delegado de Liturgia, Francisco José García.
Y si imponentes fueron las letanías, con José Luis y fray Diego completamente tumbados boca abajo, encomendándose a Dios y al Espíritu Santo, mientras la misma Iglesia rogaba por ellos a todos los santos; aún más imponentes resultaron los casi siete minutos en absoluto silencio de imposición de manos que siguieron a las del Arzobispo. Empezando por las del vicario general, Jesús Fernández Lubiano, siguiendo por las del deán de la Catedral, José Andrés Cabrerizo, y, así, hasta que más de un centenar de presbíteros impusieron sus manos sobre las cabezas de los recién ordenados. Por quienes, primero, oraron con ellos arrodillados sobre dos reclinatorios frente al altar y con quienes, posteriormente, se fundieron en un abrazo para rubricar, así, su ingreso al sagrado orden del presbiterado.
Revestidos ya con las estolas y las casullas que llevaban reposando desde el inicio de la ordenación sobre los primeros bancos de la Catedral, los reservados para sus más allegados, José Luis y fray Diego fueron ungidos con el mismo crisma que había sido consagrado en Jueves Santo.
Para entonces en el libreto que se había repartido entre los fieles que asistían a esta ordenación presbiteral se anunciaba la entrega por parte de algunos de esos mismos fieles del pan y el vino, Jesucristo mismo hecho Eucaristía. Pero lo que no pudo adivinar el papel fue una inesperada protagonista. Una niña de entre los muchos sobrinos de José Luis que aguantaron estoicamente una celebración que se prolongó durante casi dos horas. Una niña, al menos, de altura la más pequeña, que había subido al altar de la mano de otros cinco niños, abriendo camino a mamá y a papá. Parecía decidida a no volver a su asiento. No sin antes tocar las mismas manos del Arzobispo que había ordenado a su tío. Y don Luis correspondió, tocó su mano con el cariño de un padre, como lo es en verdad un obispo de su presbiterio.
“Miniobispos”
Y ese gesto natural, improvisado sirvió de síntesis para los anhelos de comunión entre los distintos carismas —el Diocesano de José Luis y el de la Orden de Predicadores de fray Diego— que expresó don Luis Argüello en su homilía “en este tiempo en el que un determinado purismo ideológico”, alertó, “amenaza la vida de la Iglesia”. Un tiempo también “apasionante” en el que “vamos a ensayar nuevas formas de vida misionera, en el que los desafíos que recibimos de la Cultura son una oportunidad de encontrar ánimo, raíz y comunión en el trabajo de unos y otros”.
El Arzobispo de Valladolid llamó a ejercitar un “fecundo” diálogo en pleno Sínodo, al tiempo que agradeció la presencia del prior fray Rubén Martínez (OP), llegado desde Hong Kong, hasta donde se extiende la labor predicadora de la Provincia Nuestra Señora del Rosario de la Orden de Predicadores, a la que pertenece fray Diego en Valladolid.
A los nuevos presbíteros el Arzobispo les pidió ser esa “humilde mediación” de Cristo en parroquias y hospitales. Como las de los barrios Belén y Pilarica, en Valladolid, donde se ejercitó José Luis en sus últimos días como diácono; o La Flecha, en Arroyo de la Encomienda, donde contaron con la colaboración de fray Diego antes de recibir el segundo grado del ministerio sacerdotal. También en el Hospital Clínico Universitario, para el que siguen pastoreando ambos.
Y al Presbiterio Diocesano se dirigió el Arzobispo para hacerle también partícipe de la “nueva manera de ser y entender” la Iglesia, que en la Archidiócesis vallisoletana analiza “cuál será la nueva manera de estar presente en el territorio”, sabiendo que “no somos un miniobispo en cada parroquia”, matizó Argüello, “sino servicio compartido”.