Cuando decimos Iglesia no hablamos de una sociedad humana en donde una jerarquía manda y una colectividad de cristianos obedece. Hablamos de una comunidad que se inspira en el Evangelio y que se declara como cuerpo místico de Cristo, como pueblo que vive en el mundo desde hace dos milenios, como seguidora de un Pastor bueno y presente en el mundo según su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el fin de los siglos” (Mt 28,20).
Algunos cristianos se sienten molestos y acusan su lentitud para hacer cambios y multiplican las quejas sobre el Papa y los obispos, sobre los sacerdotes y los religiosos, sin caer en la cuenta de que ellos son miembros de la Iglesia, pero no son “la Iglesia”. Es decir, corren el peligro de considerarla un grupo político o social de extensión universal. Y hasta consideran que los grupos islámicos, los miembros de las religiones orientales y los cristianos que se separaron de la autoridad en diversas etapas de la Historia son más decididos en los cambios que la Iglesia “santa, católica, apostólica y romana”. Pero hay que ser sinceros: la Iglesia no es es una reliquia del pasado, por mucho que algunos periodistas o predicadores afirmen que la ven más lenta y retrasada que la Historia. Los movimientos ecuménicos insisten en que todos somos hermanos y, por lo tanto, iguales. Y reclaman con valentía cambios. La Iglesia valora todos los movimientos con respeto y hasta con afecto, pero sabe que es única en el mundo, pues es la que mantiene vivos los mensajes que brotaron de los labios de Jesús. Es prudente sin ser lenta. Los que de verdad se sienten iglesia de Jesús saben que Dios está de parte de esa comunidad que vive del Evangelio. Saben que es una realidad humana que, a veces, se equivoca cuando algunos teólogos, algunos obispos o algunos periodistas la acusan de estar marginada o lenta ante los cambios del mundo en el que vivimos.
En nuestra sociedad, en donde hay tantos partidos políticos nacionales o internacionales que se pelean con agresividad y donde hay tantos lugares del mundo donde crueles guerras destruyen la paz, se reclama que la Iglesia actúe con valentía. Las autoridades jerárquicas o morales, tal vez, deben cambiar sus tradicionales actitudes. Pero no siempre tienen razón los que la acusan de lenta. La prudencia enseña que no siempre se puede ir deprisa. Los principios de la comunidad cristiana, que es la Iglesia verdadera, reclaman justicia, paz, solidaridad y tolerancia. Y eso hace siempre la Iglesia, pero no siempre lo hace con prisa.
Abundan los periodistas y teólogos que quisieran cambiar los caminos pacíficos y serenos por los que la Iglesia avanza. Reclaman el sacerdocio femenino, la comprensión con el movimiento gay, la tolerancia con el aborto, el divorcio y tantas cosas que se ven como progresos entre los paganos, pero que simplemente son cambios interesados. La Iglesia verdadera sabe y mira cómo el mundo cambia, cómo África despierta de su dependencia de siglos pasados, cómo América Latina pierde la mayoría católica que vivió en los cinco siglos pasados y cómo Asia Oriental explota en la abundancia de población que pretende el dominio económico del mundo en el siglo XXI.
Los miembros de la Iglesia son conscientes de esos cambios y evitan equivocarse por caminos que no son los del Evangelio. La Iglesia sigue clara en la misión que ella ejerce en el mundo. Y sabe que no basta pedir una moral abierta o una Liturgia más democrática, unas normas más libres en su Derecho Canónico y unos criterios más flexibles para hablar de la igualdad entre los hombres. Ella sabe que tiene que adaptarse a los cambios, pero no tiene prisa. No está parada, pero nunca cambiará por tolerancia con el error, el racismo o la prioridad de la autoridad terrena sobre la esencia del Evangelio. Piensa, reza, discute, transforma pasos, pide comprensión y afirma porque sabe que Jesús está en ella y que está para defender la verdad, como dijo a Pilato cuando iba a ser condenado a muerte (Jn 18,37)
Pero no se olvide que la Iglesia no es el Papa y los obispos. La Iglesia somo todos los que vivimos con el mensaje del Evangelio. La Iglesia —nosotros— tiene la verdad en la Doctrina, en la Moral y en la Liturgia. Sabe que la Providencia está con ella. Evidentemente, no basta citar al Sínodo, el camino, para justificar que la Iglesia camina y avanza en la Historia y se acerca a la realidad de los hombres. Hay que tener confianza en que la Iglesia, esa comunidad cuya cabeza no es el Papa de Roma sino el mismo Jesús, Hijo de Dios e hijo del hombre, seguirá presente en el mundo por muchas dificultades, persecuciones o teorías filosóficas nuevas que aparezcan en el horizonte.
Con el actual Papa Francisco hay que afirmar mensajes como éste: “Debemos despertar el entusiasmo personal de cada bautizado y reavivar la conciencia de estar llamados a realizar la propia misión en la comunidad. Y eso requiere escuchar la voz del Espíritu, que nunca deja de estar presente. El Espíritu llama hoy a los hombres y mujeres para que salgan al encuentro de todos los que esperan conocer la belleza, la verdad y la bondad de la fe cristiana”.
PEDRO CHICO · Educador y catequista de la Archidiócesis de Valladolid