Javier Luna ensalza en su Pregón de la Pasión la Semana Santa de Valladolid y “su lenguaje más universal: la madera policromada”

Javier Luna ensalza en su Pregón de la Pasión la Semana Santa de Valladolid y “su lenguaje más universal: la madera policromada”

10 marzo, 2025

El delegado de Medios de Comunicación Social de la Archidiócesis de Valladolid, Javier Luna, pronunció el pasado 7 de marzo, primer viernes de Cuaresma, el Pregón de la Pasión durante el acto ‘Música y Versos de la Pasión’, que desde el año 2000 organiza la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo.

A continuación, reproducimos el texto íntegro de su intervención ante una concurrida Iglesia de San Quirce y Santa Julita:

“Pasión. Una sola palabra —pasión— sigue concitando casi seis siglos después a la Valladolid que vio nacer sus primeras procesiones de Semana Santa en las inmediaciones de los conventos de San Francisco, San Pablo, La Trinidad, La Merced y los Agustinos Calzados. En su inmensa mayoría, hoy, desaparecidos. Una sola palabra y un hombre: Cristo. Flagelado, con la cruz a cuestas, camino del Calvario, dirigiendo su mirada al mismo cielo al que hoy conducimos nuestras oraciones mientras los sayones elevan al verbo en ti clavado, derramando sangre y agua por sus cinco llagas o pidiendo para sus verdugos, arrodillado en la extenuación del Monte Calvario, el perdón por el que hoy, casi dos milenios después, nos reconciliamos.

De la pasión es esta ciudad que hasta al más recio castellano emociona, encandila y sobrecoge con su lenguaje más universal: la madera policromada.

Y mi pasión es la del niño que, al regresar a casa después de ver a la Pasión en procesión, vacía su caja de construcciones para emular los tambores de la Banda del Santísimo Cristo del Perdón. En 2024, refundada en Agrupación Musical.

Mi pasión es la del hijo menor que de riguroso morado nazareno da sus primeros pasos como cofrade en otra ciudad, llamémosla Palencia, tomando de una mano el faldón de la túnica de su padre y de la otra a su hermano, el mayor. Mi pasión es un camino de Fe cristiana que se inicia en la familia, tan necesarias hoy y siempre —la iniciación y la familia— para despertar nuevas vocaciones cofrades que, como tantas veces oí entonar a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, pasan, pero a la vez se quedan, cuando en sus sueños de libertad y sin olvidar quién los enseñó a volar, vuelan ahora, un cuarto de siglo después, con el hábito que por el camino perdió la capa corta, capirote marrón y un cordón franciscano que lo sostiene en pie por tres nudos.

Mi pasión es el hábito aireándose, colgado del tirador de un armario o de una ventana, resistiéndose a perder el aroma a incienso que embriaga las calles, las casas y el alma. Y la mantilla negra, estirándose por encima de la blanca, como queriendo retrasar la llegada de la Pascua, sobre el edredón de la cama del cuarto de invitados que por Semana Santa regresan, siempre que pueden regresan.

Mi pasión es la madre que, preocupada, trata de adivinar, por el color de los ojos y la silueta que dibujan las manos más allá de la bocamanga del hábito gris, si es su hijo el que ha salido descalzo.

Mi pasión es el “no te preocupes, mamá” cuando madre e hijo, definitivamente, cruzan y clavan sus miradas por debajo del capirote, que nos iguala a todos, también la señal de la cruz que voluntariamente nos identifica como cristianos a cada paso que el Señor y su madre, Nuestra Señora María Santísima de la Pasión, dan por las vías de Valladolid, convertidas en vías dolorosas, porque, aunque verdaderamente nuestra Semana Santa sea pura maravilla de arte, no es un teatro, tampoco un museo —aunque la reclamen las mejores galerías—, sino imponente catequesis de calle. Del pueblo, para el pueblo y con el pueblo, porque todo él lo es de Dios.

Mi pasión es el compromiso del joven que, teniendo mil razones para trasnochar la madrugada del Jueves al Viernes Santo, guarda su turno de vela junto a otros cofrades jóvenes que son más que amigos, son hermanos.

Mi pasión, en realidad, no es solo mía, es nuestra porque la Semana Santa de Valladolid se conjuga en primera persona del plural, es una llamada al encuentro. Y las procesiones propias de estas fechas, una herencia compartida que estamos llamados a cuidar, a ensanchar y a enseñar, como hacía Nieves Bermejo, hermana de esta penitencial, cuando sobre los pupitres del Colegio Lourdes desplegaba el cartel que ya el primer viernes de Cuaresma anuncia que el Sábado de Pasión, y así desde hace 30 años, la Valladolid cofrade, conventual y parroquial estamos convocadas a participar en el Ejercicio Público de las Cinco Llagas.

Fue en 1994 cuando la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo sacó por primera y única vez tumbado al ‘Santo Cristo de las Cinco Llagas’. Un año después viviría el sueño que en 2025 —si el tiempo este año sí lo permite— verá cumplido la Preciosísima Sangre con su imagen titular: mecer a Cristo sobre sus andas en vertical.

Desde hace tres décadas las horas de esta víspera constante en la que vivimos los cofrades todo el año se apuran del Sábado de Pasión al Domingo de Ramos, después de que la Exaltación haya completado su popular viacrucis en el barrio de Las Delicias y, con la Cena del Viernes de Dolores, nos hayamos adentrado en el rubicón de la Cuaresma, tiempo de oportunidad y preparación.

Cuando avanzada la tarde se abra el portón de la Iglesia de San Quirce y Santa Julita, la Plaza de la Trinidad se habrá convertido en plaza piadosa esperando a la imagen de un Cristo muerto, de mejillas y labios amoratados. La misma imagen devocional a la que ya desde hace tres décadas le reza Valladolid para pedirle más vocaciones para la Iglesia. Miles de cofrades y devotos peregrinarán, de nuevo, orando a cada una de sus cinco llagas, empezando por la del pie izquierdo, siguiendo por la del derecho y, de ahí, hasta la lanceada por el costado, acariciando antes las de las manos.

En su camino a la perfección, las huellas del Valladolid conventual les irán guiando a paso lento hasta la cuarta fundación de Santa Teresa, que en este Año Santo custodia una réplica del bastón de la mística y reformista carmelita. Y de allí, al Convento de la Concepción, de donde sale uno renovado cuando acude al encuentro de Cristo hecho Eucaristía a la capilla de la Adoración Perpetua.

A medida que la noche avance y vayan consumiéndose los ciriales, derramando su cera sobre el Gólgota sembrado de iris morados, los cargadores del ‘Santo Cristo de las Cinco Llagas’, que en su pasión llevan también la penitencia, sumarán al cansancio físico los resaltes que se clavan sobre los pies, ya magullados, al desfilar sobre el adoquinado de la calle Encarnación.

Dejando al lado izquierdo la Iglesia de San Benito, comenzarán a divisar el Archivo Municipal, que, si en su día fue Convento de San Agustín, hoy alberga el generoso legado de la Junta de Cofradías de Semana Santa de Valladolid. Y para cuando se dispongan a girar para rezar la cuarta llaga ante el Convento de Santa Isabel, la Orden Franciscana Seglar habrá flanqueado ya la fachada de la casa de las clarisas. Se saludarán, entonces, las carracas. El tintineo de los hachones asistirá al abrazo entre los miembros de dos cofradías que son hermanas y, al enfrentarse el Cristo a las puertas de Santa Isabel, con la Virgen resguardada en su soledad de la clausura franciscana, el órgano anunciará el canto de oración acompasado de la voces desprendidas y generosas de las seguidoras de Santa Clara, elevándose por el Valladolid histórico.

Desde que cerrara la clausura de las dominicas de Santa Catalina de Siena, las clarisas vallisoletanas son las guardesas de una de las calles más semanasanteras, la de Santo Domingo de Guzmán, por la que transitará también este Año Santo la imagen de ‘Nuestro Padre Jesús Flagelado’ en viacrucis cuaresmal. La misma calle por la que al llegar la fiesta del patrón de Valladolid, San Pedro Regalado, que lo es también de la Archidiócesis, cuando los cómicos recrean la historia de la ciudad, asiste al recuerdo de la Comisaría de Reos de la Cofradía de la Pasión que, con su máxima —“Hagan bien para hacer bien”—, pedía por los ajusticiados para procurarles un entierro digno y sufragios por el eterno descanso de sus almas no muy lejos del Puente Mayor, donde se levantaba la ermita o humilladero que presidía el ‘Santo Cristo de las Cinco Llagas’ hasta el siglo XIX.

Con su oración abnegada y su especial consagración a Dios, las “isabelas” mantienen abierta esta puerta de entrada para las cofradías y para que también Cristo, escoltado por sus artilleros, pueda continuar esa misma tarde de Sábado su misión en la Semana Santa vallisoletana.

Y no está de más que caigamos en la cuenta de su presencia necesaria y que así se lo reconozcamos, especialmente, después de un año en el que no ha sido fácil para ellas seguir regando la “plantita” de San Francisco de Asís, como la llaman en la Segunda Orden Franciscana, ante los envites de quienes desde Belorado olvidaron las enseñanzas del padre Julio Micó, franciscano capuchino, cuando dejó por escrito que “una de las pocas seguridades que jalonaron el camino espiritual de Francisco fue su convicción de que la forma de vida evangélica que el Señor le había inspirado debía crecer y realizarse dentro de la Iglesia”.

Si esa plazuela cofrade hablara, le rezaría a la cuarta llaga, la de la mano derecha, por aquel Sábado de Pasión en el que una mujer, con acento del Sur, tiró suavemente de la tela de mi capirote y me preguntó: “¿Se le puede cantar una saeta?”. Con el dedo señalaba a este ‘Santo Cristo de las Cinco Llagas’, de la escuela palentina. ¿Qué iba a decirle? ¿Quién era yo para negárselo? “Aquí no es típico…”, creo recordar que le dije. Y ella enmudeció y enmudecimos los dos. Con el tiempo comprendí que no era desconocimiento, sino la demostración de que con el silencio vallisoletano la religiosidad popular surte el mismo efecto en el fiel que con la copla desgarrada de quien expresa con su voz su devoción.

Si esa plazuela cofrade hablara, le confesaría hoy a la Cofradía de La Pasión que no hay mayor honor para un franciscano que ingresa en la Comisaría de San Diego para cargar a hombros sus pasos procesionales que convidar a sus hermanos a un fraternal cocido el Sábado de Pasión y, después, revestirse de marrón para poner a los pies del ‘Santo Cristo de las Cinco Llagas’ una ofrenda floral que es expresión de hermandad. Ese honor yo ya lo vi cumplido en una de esas tardes lluviosas en las que lagrimea el cofrade y la devoción se atrinchera en parroquias e iglesias penitenciales.

Un honor que, tiempo después, compartiría también la que hoy es mi esposa, luciendo mantilla negra de blonda, del brazo de su padre, un recuerdo ya imborrable de la que sería su última vivencia juntos como cofrades antes de llamar él a las puertas del Cielo. Aquellos fueron días de preguntarnos si llegaría, de encomendarnos más que nunca, y no sin serias dudas, a Cristo para que, si no podía curar nuestras propias llagas, al menos, las aliviara. Pero es que la Semana Santa también es eso: la tradición sostenida en el tiempo, la especial intención de oración por quienes nos precedieron y el anhelo permanente de que cuando vuelva a ser Domingo de Ramos todo siga en su lugar, como siempre lo recordábamos.

En cuestión de horas Valladolid pasará de la vigilia y el recogimiento a la alegría de ver a Jesús entrar triunfante en Jerusalén.

Cuando este año los niños agiten con fuerza sus palmas en una desbordante calle Platerías, estarán alejando el fantasma de un aciago 25 de junio en el que no solo cayó a plomo una cúpula, sino parte del paisaje con el que crecimos como cofrades durante siglos. Verdaderamente, creo que lo ocurrido en la Vera Cruz tuvo algo de providencial porque apenas tres meses antes esa misma Iglesia había resguardado de la lluvia al Nazareno que este 2025 anuncia al mundo la Semana Santa de Valladolid. Y no ocurrió nada, pese a arreciar con fuerza la lluvia aquel Miércoles Santo contra una estructura, por lo que supimos después, seriamente deteriorada. El aciago día de su colapso, abriéndose paso entre una sofocante nube de polvo, un rayo de sol impactó durante un instante directamente sobre el sagrario, a los pies de la Dolorosa coronada, mientras no dejaban de llegar mensajes de apoyo de todas las cofradías de Valladolid, ofreciendo, incluso, sus propios templos, como hizo también el Arzobispado, para que la Vera Cruz pudiera resguardar sus imágenes devocionales de Gregorio Fernández, padrino del también escultor Bernardo del Rincón, de cuya gubia saldría el ‘Santísimo Cristo del Perdón’.

Y ese ofrecimiento es especialmente significativo cuando proviene de una Cofradía, como la Sagrada Pasión de Cristo, que en los años 20 del siglo pasado se vio obligada a abandonar su Iglesia Penitencial. Aquellos cofrades, abuelos y bisabuelos de muchos de vosotros, perdieron por su estado ruinoso su hogar en la calle Pasión y gran parte de su patrimonio. Pero, ¿sabéis lo que no perdieron? La esperanza cristiana.

Qué propicio sería el 2026, coincidiendo con el primer centenario del cierre de esta Iglesia, para que la actual Sala Municipal de Exposiciones que en ella se levanta se convierta en Centro de Interpretación de la Semana Santa de Valladolid. Para que locales y foráneos podamos disfrutarla, debatirla y redescubrirla todo el año, para tener un punto de entrada y de salida hacia los templos donde se encuentran las imágenes devocionales y para que podamos también rememorar, por ejemplo, cómo echando mano de un carro, los cofrades de La Pasión pusieron a buen recaudo al ‘Santísimo Cristo del Perdón’, una de las grandes devociones de esta Cofradía y de toda Valladolid, e iniciaron su propia peregrinación por la Iglesia de San Felipe Neri, la Basílica—Santuario Nacional de la Gran Promesa y la Parroquia de Santa María Magdalena hasta este templo donde, bajo la advocación de San Quirce y Santa Julita, siguen resonando las enseñanzas de San Rafael Arnaiz por empeño de la propia Cofradía, pese a no habitar ya en él las Madres Cistercienses.

Perseveraron, entonces, y perseveráis ahora para cumplir y hacer cumplir vuestra propia Regla, visitando al Santísimo en la Procesión de Oración y Sacrificio cuando al llegar el Jueves Santo la ciudad de Valladolid respira Semana Santa por sus cuatro costados. Ese día la Liturgia de la Catedral y la religiosidad popular laten al mismo compás. Con su contención característica, irrigan Fe por las principales arterias de un casco histórico en comunión misionera, donde, si el tiempo es favorable, no se distinguen dónde comienzan y acaban los cofrades de acera y los que alumbran la noche más luminosa. Y ves al niño, como el que pintó Bellido, embelesado ante el paso de cristos y vírgenes; al enfermo, con la mirada fija, absorto en sus rogativas; al turista, que deja de serlo por un momento; e, incluso, al ateo, cuestionándose a sí mismo al sentirse también interpelado.

El mar de gentes acompasa sus movimientos como olas que, entre procesión y procesión, sin apenas tiempo para reponerse de lo intensamente vivido, abren camino a los cortejos que transcurren con una diferencia de apenas 10 minutos entre las calles Cascajares y Arribas. Por esta última accederá a la Seo vallisoletana La Pasión, en toda una demostración de cómo una cofradía puede contar con su planta procesional su labor caritativa, que no es un aditivo, sino la esencia misma de su existencia. Labor caritativa que ha sabido adaptarse a las necesidades de las dos últimas crisis económicas, a la pandemia del COVID-19 y, más recientemente, a la emergencia provocada por una riada de lodo que en los días previos al de Todos los Santos arrasó parte del Sureste español.

En las plantas de procesión de La Pasión todo tiene sentido y tratan de emular, con fidelidad a sus orígenes, las que pisaron las calles del Valladolid de los siglos XVIII y XIX. Tras la Cruz alzada y la Cruz de guía, con sus características potencias de plata, el Libro de Reglas que inspiraría a la Hermandad de Pasión de Sevilla, una muestra más de la universalidad de nuestra Semana Santa. Entre varas, faroles de mano y estandartes, la bandera de San Juan, su patrón, cuya imagen, degollada, aún se conserva. Marcando tramos, las banderas arrastradas, y, en su propio claro, las campanas que resonarán también al día siguiente en la Procesión General del Viernes Santo, evocando a los hermanos que en otros tiempos pedían por los ajusticiados. El relato dramático de la Pasión del Señor lo completan cofrades de hábito, mujeres de devoción y hermanos de carga que en un ejercicio casi heroico asumen la responsabilidad, cual cirineos, de llevar a hombros a Jesús flagelado, con la cruz a cuestas, ya crucificado en el calvario y al ‘Santísimo Cristo del Perdón’, sobrecogidos por su espalda en carne viva e iluminados por el farol que en su día guio a los niños olvidados en bodegones y casas de mal vivir al hospital donde la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo les procuraba cama y cena calientes.

A los pies de la escalinata de la Catedral, que corona el Sagrado Corazón de Jesús, volverá a escucharse el crujir de la madera de las andas y el suspiro de los hermanos de carga cuando enfilen la rampa cuesta arriba para hacer estación de penitencia, luchando por mantener el digno transitar del Señor por las calles de Valladolid al compás de la Agrupación Musical Santísimo Cristo del Perdón, que desde este Año Jubilar llevará también con sus sones la esperanza a los niños que padecen la epidemia del siglo XXI, el cáncer, y que se verán interpelados cada vez que la Agrupación interprete su marcha: ‘Seres de luz’.

Habiendo negado ya San Pedro por tercera vez que conocía a Jesús, en la noche del Miércoles Santo, la Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo se recogerá una última vez en el tránsito del Jueves al Viernes Santo con el tradicional canto “Perdón, oh, Dios mío”, que en esta Iglesia de San Quirce y Santa Julita suena como en ningún otro templo cuando la candelería ilumina el Solemne Quinario en honor del ‘Santísimo Cristo del Perdón’. Porque la Semana Santa de Valladolid es silencio, sobriedad, recogimiento, pero también el sonido de la campana cuando la noche del Martes Santo se viste de albiceleste; la Salve popular, entonada ante las Angustias, la Piedad y la Virgen de la Amargura, ya se nos presente despojada de su hijo o ante el Monte Calvario; es el viacrucis de Gerardo Diego; el canto universitario ante una de tantas perlas de nuestra imaginería; las tablillas, llamadores, dulzainas y gaitas; el Sermón de las Siete Palabras y los cascos de los caballos resonando por los mismos soportales por los que el Lunes Santo reverbera el rezo comunitario del Santo Rosario; es la corneta y los tambores con parche de cuero y la cola arrastrada del hábito del Santo Entierro; los dolores de toda una ciudad; y el aleteo de palomas en el reencuentro de Jesús resucitado con su madre, María, en la Plaza Mayor ante un sepulcro felizmente vacío.

Recientemente, durante el Jubileo de la Comunicación, tuve la oportunidad de visitar en Roma la Iglesia de los Españoles. Hablando con su rector, monseñor José Jaime Brosel, un entusiasta de la religiosidad popular, comprendí el porqué de su importancia. Porque “por suerte”, dijo él, “somos hijos de Dios”. Y eso nos convierte en carne y en seres necesitados del contacto piel con piel, también en la vivencia de la Fe.

La Semana Santa es un signo de esperanza en tiempos de comunicación y relaciones polarizadas, es fuente inagotable de historias humanas y reflexiones de artistas que encuentran sustento en la representación de la Pasión del Señor, es el cosquilleo que, como en otros géneros periodísticos —porque también lo es—, se siente al anunciar una primicia o exclusiva sobre una Semana Santa, la de Valladolid, que cambia sin perder su esencia con el paso de los años, de las necesidades y de los anhelos.

Por todo ello y, de corazón, agradecido al honor que me ha concedido el Cabildo de Gobierno de esta histórica y muy pía Cofradía Penitencial de la Sagrada Pasión de Cristo, yo os convoco a las solemnes misas en honor del ‘Santo Cristo de las Cinco Llagas’, de ‘Nuestro Padre Jesús Flagelado’ y el ‘Santo Cristo del Calvario’ los próximos domingos 9, 16 y 23 de marzo. Y los lunes 10, 17 y 24, a besar con solemnidad sus pies. Os invito a rememorar el camino del Redentor hacia el Calvario en las estaciones del ‘Vía Crucis Cuaresmal’, que el próximo 15 de marzo cubrirán distintas cofradías penitenciales y asociaciones de fieles. Os incito a participar fervientemente del Solemne Quinario en honor del ‘Santísimo Cristo del Perdón’ del 25 al 29 de marzo y, dos días después, a peregrinar, de nuevo, hasta esta Iglesia de San Quirce y Santa Julita para sentir el alivio de su inmenso abrazo y la magnitud de su mirada. Y os pido que salgáis a llevar vuestra Fe a la plaza pública, participando activamente de las procesiones. Sábado de Pasión, Miércoles, Jueves y Viernes Santo, en silencio; Domingo de Ramos y de Resurrección, con la alegría de los niños porque suyo es el Reino de los Cielos; y, siempre, con el debido decoro.

En estos tiempos de tribulación y zozobra por la salud del Papa Francisco, no olvidemos el aliento que el Santo Padre dio a una delegación vallisoletana hace ya cuatro años: “¡Adelante con la Semana Santa!”, verdadera “catequesis para el Pueblo de Dios”.

Paz y Bien.

Muchas gracias.”