Homilía del arzobispo de Valladolid por San Pedro Regalado, patrón de la Archidiócesis y de la Ciudad

Homilía del arzobispo de Valladolid por San Pedro Regalado, patrón de la Archidiócesis y de la Ciudad

Homilía del arzobispo de Valladolid por San Pedro Regalado, patrón de la Archidiócesis y de la Ciudad

13 mayo, 2024

Hermanos y amigos: ¡Jesucristo ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado y ha ascendido a los cielos! Sentado a la derecha del Padre se hace presente ahora en nuestra Catedral y con Él nos llega la presencia celeste de San Pedro Regalado. Devotos del Santo de la Costanilla y Pueblo de Dios, querido Obispo emérito de Santander, hermanos presbíteros, Párroco del Santísimo Salvador, Cofradía de San Pedro Regalado y Nuestra Señora del Refugio, Sr. Deán de la Catedral, Sr. Alcalde y miembros de la Corporación municipal, autoridades y servidores públicos de esta Ciudad.

Celebramos la fiesta de nuestro santo patrón en el año jubilar del Corazón de Jesús que ha de ayudarnos a renovar nuestro encuentro personal con Cristo para decir dentro y fuera de nosotros:

  • ¡Dios te ama! ¡Cristo vive! Ha dado su vida y sigue dándola por ti.  Dios te ama primero, Cristo te ama siempre, no te pide nada a cambio. La acción de gracias por el amor inmenso de su Corazón trasforma tu vida.
  • Su amor es misericordia, llega a nuestras heridas y miserias. La misericordia nos reconcilia con nosotros mismos y nos hace capaces de perdonar y reconciliarnos.

Como fruto maduro de este anuncio del Amor del Corazón de Jesús brotan:

  • La fraternidad y la amistad social que proponemos como punto de encuentro para el diálogo social.
  • El Reinado de Cristo que invocamos, ¡venga tu Reino!, y hacia cuya plenitud peregrinamos.

 

San Pedro Regalado es un vallisoletano que tiene esta experiencia y está apasionado por vivir según la forma del santo evangelio a la manera de Francisco de Asís, un santo que, para reconstruir la Iglesia, por invitación de Cristo, elige la radicalidad de la vida evangélica a través de la pobreza y la cruz para anunciar el Evangelio a toda la creación.  Francisco de Asís no se presentó al papá Inocencio III con protestas ni con sus ideas de reforma, simplemente pedía permiso para vivir su llamada a la santidad a través de una vida ofrecida como sacrificio, una vida hecha de oración, pobreza radical, fraternidad, contemplación de la creación y predicación itinerante.

Nuestro santo patrono se encuentra con una realidad eclesial y de la fraternidad franciscana deformada y desfigurada. Acoge, junto a Pedro de Villacreces, la llamada a la reforma volviendo a la figura de Cristo pobre y crucificado. La Iglesia vallisoletana quiere también hoy responder a esta llamada en la senda que nos recuerda el Concilio Vaticano II en LG 8: “La Iglesia está llamada a entrar en la misma senda de su Señor pobre y crucificado”.

La reforma de la Iglesia la realiza el Señor a través de personas que estén profundamente arraigadas en la fe y la vivan pura y plenamente. No vendrá de aquellos que aceptan irreflexivamente el paso del tiempo o de quienes solo critican sobre la base de sus mitos infalibles; tampoco vendrá de aquellos que toman el camino fácil, que buscan escapar de la pasión de la fe considerando como falso u obsoleto, tiránico o legalista todo lo que sea un poco exigente, duela o requiera sacrificios, o simplemente vaya contracorriente de la cultura dominante.  El futuro de la Iglesia, una vez más, será innovado por los santos, es decir por hombres cuyas mentes buscan ir más allá de los meros eslóganes de moda. Esto es posible si sacamos brillo al bautismo y vivimos el sacerdocio común de los fieles que consiste, en palabras de San Pablo en Rom 12 1, en ofrecer tu vida toda tu persona como sacrificio vivo, santo, capaz de agradar a Dios.  He aquí la primera reforma de la que la iglesia tiene necesidad, la conversión de sus fieles y su santidad.

Pedro Regalado es un reformador, entra en la senda del sacrificio y la ofrenda de la vida y usa palabras fuertes en su servicio a la reforma. Impresiona, por su exigencia y ascetismo, leer la regla de vida de las fraternidades de El Abrojo y La Aguilera.

Llamar a la conversión y proponer la santidad a todos, incluso a los más débiles y pecadores, es creer en el hombre creado a imagen de Dios, es creer en la dignidad de toda persona humana capaz de Dios y abrirle un camino de esperanza. Lejos de dar a la vida de la Iglesia un simple tono espiritualista, esta orientación pastoral radical de la santidad es una opción cargada de consecuencias. Significa la convicción de que, si el bautismo nos introduce verdaderamente en la santidad de Dios, mediante la inserción en Cristo y la morada de su Espíritu, sería   contradictorio contentarnos con una vida mediocre vivida bajo el signo de una ética minimalista y una religiosidad superficial.

El año jubilar nos invita a mirar a lo alto de esta Iglesia Catedral y recibir la luz de la misericordia que irradia el Corazón de Jesús entronizado en su torre. No hay acogida plena de la misericordia sin reconocimiento de la miseria personal y social, del mal que provoca el pecado. Tampoco hay propuesta de reforma y de santidad sin misericordia. La misericordia sin reconocimiento del pecado como causa de los males es buenismo lastimero, y la supuesta reforma de la santidad sin misericordia es dureza de corazón bañada de ideología. También en las sociedades occidentales hoy se fomenta un moralismo sin perdón y una banalización del mal.

La herida en el Corazón de Jesús de la que brota sangre y agua significa el horror de la ofensa causada a Dios por los pecados de los hombres y al mismo tiempo el amor infinito de Dios que ofendido por el hombre siente tal compasión por el pecador que en lugar de expresar resentimiento, su corazón exhala solo una voluntad de amor y de perdón. No hay misericordia sin pecado, no hay santidad sin misericordia.

A menudo proponemos una pastoral de la misericordia de “bajo coste”, diluimos los requisitos de las Bienaventuranzas o de los Diez Mandamientos.  Algunas veces pensamos que, como ocurre en muchas realidades sociales de hoy, hemos de rebajar las demandas del Evangelio y proponer una seudo misericordia con el pretexto de que las exigencias relativas a la concepción de la vida y la persona, al matrimonio, la familia y  la sexualidad;  a la obligación de la eucaristía dominical, al dinero y la relación con los inmigrantes y empobrecidos, son demasiado elevadas para los fieles de hoy y corren el riesgo incluso de escandalizar fuera de la Iglesia. También hay propuestas de bajo coste eclesial y alto coste económico en la manera de celebrar los sacramentos de iniciación cristiana o del matrimonio.

Así que tomamos atajos, reducimos el Evangelio a “fiesta, paz y amor” o al mero consuelo de situaciones difíciles, no nos atrevemos a denunciar el pecado y a proponer la belleza de la santidad. Nivelamos hacia abajo la vida evangélica, con el pretexto de ser amables, acogedores, tolerantes, abiertos con todos. Corremos así el riesgo de no ser fieles a nadie.   Acomodamos el Evangelio, no decimos realmente las cosas como son por miedo a incomodar a las personas que están ante nosotros o a estigmatizar comportamientos ya asentados de nuestro tiempo. Una actitud así no es más que una caridad mentirosa o una falsa misericordia. Jesús no es un tipo majete que nos pasa la mano por el lomo. Jesús es verdadero, proclama la verdad que nos hace libres. Él es la verdad y en nombre de esta verdad anuncia y denuncia, perdona y da la vida por los pecadores. He aquí una hermosa misión para nuestro tiempo: volver a enseñar a nuestros contemporáneos a nombrar el mal, a juzgar moralmente los acontecimientos; a escandalizarse ante el mal y a perdonar, para no reducir nunca a una persona indefinidamente al mal cometido.

En estos últimos meses sobre diversos asuntos voces eclesiales han resonado en nuestra ciudad con acogidas enfrentadas: oración por la vida ante un abortorio, apoyo a la construcción de un centro para refugiados y a la Iniciativa Legislativa Popular de regularización de inmigrantes, campaña a favor del matrimonio entre varón y mujer abierto a la vida y a favor de condiciones laborales propias de un trabajo digno, denuncia de propuestas públicas de educación sexual que prescinden del significado de la diferencia sexual y de la relación entre sexualidad y transmisión de la vida, campañas a favor de la vivienda, la paz en el mundo y la lucha contra el hambre, las mafias y los abusos sexuales.  La Iglesia ha promovido todas ellas como expresión de la dignidad infinita que brota de sabernos hijos de Dios y hermanos. Entre nosotros mismos estas posiciones, surgidas todas ellas de la Doctrina Social de la Iglesia, tienen acogida muy diversa, a veces, enfrentada. La catolicidad es expresión de la relación existente entre todos los asuntos que afectan a la dignidad humana.

San Pedro Regalado vio confirmada su predicación y modo de vida con los milagros que le acompañaban. Hoy ha venido desde El Salvador a la Catedral y le pedimos que se una a nuestra súplica jubilar: ¡Venga tu Reino! Y que aparezcan signos del Reino, milagros que nos confirmen en la esperanza. El milagro de matrimonios para toda la vida y abiertos a la vida, el milagro de una comunión visible y eficaz entre los presbíteros y entre estos y el pueblo de Dios, el milagro de una vida de especial consagración orante y fraterna, pobre, casta y obediente; el milagro del “rescate de la celebración de las primeras comuniones”,   el milagro también de la transformación del individualismo en empeño asociado por el bien común, el milagro de la regeneración ética de nuestra democracia, del abandono de la política de enfrentamientos y bloques y el crecimiento del diálogo desde unas reglas del juego respetadas por todos.

Hermanos acojamos la llamada a la reforma de San Pedro Regalado. Convirtámonos, aspiremos a la santidad, recurramos generosamente a la oración, a la Eucaristía, al sacramento de la Reconciliación, a la lectura de la Palabra y al servicio a los pobres. Amemos a la Iglesia, acojamos su jerarquía como Cristo la quiso, sin dejarnos contaminar por el espíritu del mundo.  Redescubramos la belleza de la Iglesia como este misterio de comunión para la misión, todos discípulos, todos misioneros. Sigamos orando en este Año Jubilar:

 

“Señor, desde la torre de la Catedral sé el foco que oriente nuestra peregrinación cotidiana. Señor Jesús ilumínanos, enséñanos el camino que pasa por el pesebre y la Cruz, envíanos como heraldos de tu reinado.

¡Señor cumple tu promesa! ¡Vénganos el tu Reino!”