Hermanos y amigos, santo pueblo fiel de Dios que peregrina en Valladolid, señor Deán de la Catedral, Cofradía de San Pedro Regalado, comunidad parroquial del Salvador y Santiago Apóstol. Señor alcalde, deseamos su pronta y total recuperación, corporación municipal, hagan llegar nuestro agradecimiento a todos los servidores públicos que contribuyen a la buena convivencia entre los vallisoletanos.
La fiesta de San Pedro Regalado nos convoca de nuevo en la Catedral vallisoletana para celebrar la fe y también para afirmar nuestra condición de ciudadanos y convecinos.
¿Tenemos algo que decirnos y aportarnos mutuamente, creyentes y ciudadanos? Respondámonos, ya sea en la intimidad de nuestro corazón, que se debate entre el reconocimiento de la presencia y el amor de Dios y vivir como si Dios no existiera; en las relaciones sociales de las que formamos parte, que deambulan entre la privacidad de la fe y su relevancia para generar amistad y fraternidad, compromiso y perdón; o al nivel institucional en el que reclamamos independencia y colaboración desde una común vocación de servicio.
Un hombre culto, un vallisoletano de nuestros días, ¿puede creer en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo? ¿en la fuerza regeneradora del Evangelio? ¿en el valor del testimonio de alguien que vivió en el final de la Edad Media como Pedro Regalado? Un vallisoletano que no renuncie a ejercer toda la capacidad de su razón, toda su exigencia de libertad, todo el potencial de su afecto. Es decir, un hombre que no renuncie a nada de su humanidad. Algunos piensan que la religión ya no es capaz de mover a la persona y abrir su mente. Piensan que se ha convertido en un producto de consumo, una forma de entretenimiento entre otras, una fuente de consuelo para los débiles o una empresa de servicios emotivos, destinada a satisfacer algunas necesidades irracionales que todavía es capaz de satisfacer mejor que ninguna otra. Si así fuera, Nietzsche tendría razón: “Dios ha muerto”.
Permitidme que además de la presencia de San Pedro Regalado, hombre contemplativo y austero, fraterno y pobre, evangelizador y compasivo, traiga también a nuestra cita anual tres acontecimientos, dos de carácter internacional y otro nacional. En primer lugar, la coronación del Rey Carlos III del Reino Unido, un impresionante espectáculo que nos ha mostrado una manera de entender la tradición –dejando en el pasado y en el boato formal, con indudable valor simbólico y político, lo que se dice que se entrega: un príncipe cristiano, pero que ya no tiene consistencia– y una representación de las relaciones entre la Iglesia y el Estado en la que los ministros de la Iglesia son funcionarios de la Corona. Otra noticia, menos relevante en los medios, ha sido la propuesta del presidente chino a representantes de 500 partidos políticos de 150 Estados, de una Iniciativa por una Civilización global, que no cuenta entre sus referencias ni con la dignidad humana ni con el bien común, sí con un aroma de armonía confuciana en la que la democracia es reivindicada, pero no tal como la entiende Occidente. EE. UU. quiere responder con la Cumbre por la democracia, un ejercicio de geopolítica semejante al chino, pero abonando el relativismo ético impuesto, aunque suene contradictorio. Así nuestras democracias, debilitadas interiormente por esa ética sin fundamento, tienden a entregarse al fundamentalismo democrático o positivismo jurídico que define lo que está bien y lo que está mal, y a promover un significado de la vida –“la libertad nos hace verdaderos”–, que hace juego con la propuesta cultural dominante. La sentencia del Tribunal Constitucional sobre la ley del aborto es un buen ejemplo de esta deriva del positivismo ético y jurídico.
El tercer acontecimiento es la campaña electoral en la que nos encontramos. Hay personas entre nosotros que os presentáis como candidatos. Debemos agradecer la disponibilidad de quienes han decidido dar un paso adelante y presentar sus proyectos y, sobre todo, sus vidas y su tiempo, para que los ciudadanos podamos decidir en quién confiar la gestión pública en los próximos años. Se hace imprescindible que estos futuros responsables de la acción política caigan en la cuenta de que tienen que servir a todos. Es lógico que ahora, durante la campaña electoral, propongan criterios y actividades diferentes y se exageren los enfrentamientos, pero una vez que asuman sus cargos y su responsabilidad han de ser conscientes de que representan y sirven a todos.
En este ambiente local e internacional, la anchura de la fe de nuestro santo patrón nos ofrece unos puntos de referencia:
San Pedro Regalado es contemplativo
En la encíclica Deus Caritas est Benedicto XVI enseña que la política es más que una mera técnica para definir el orden público: su origen y su finalidad se encuentran en la justicia y ésta es de naturaleza ética. Es, ante todo, ciencia ética, que no es una mera descripción sociológica de las costumbres, sino un criterio de éstas. El papa Ratzinger afirma que la justicia es el fin y, por tanto, también la medida de toda política. Ésta no es poder. El poder es un instrumento de la política. La política es potestas. Por tanto, postula un criterio regulador intrínseco para el ejercicio del poder. El criterio regulador intrínseco no depende de la voluntad humana: ni de la de uno, ni de la unos pocos, ni de la voluntad de muchos. En efecto la voluntad, incluso la voluntad política, debe guiarse por la razón, no por la razón operativa reducida a “cálculo”, sino por la razón contemplativa que es un instrumento para captar el orden profundo de la naturaleza creada y el que explica el ser, no sólo el funcionamiento de las acciones humanas.
San Pedro Regalado vive la fraternidad en la escuela de Francisco de Asís.
El papa Francisco ha querido sacar brillo al tercero de los gritos de la Revolución Francesa, la fraternidad, que tiene un ámbito de ejercicio cotidiano, el cultivo de la amistad social y la práctica de una virtud que brota del manantial de esta mesa que hoy nos congrega, la Ésta rompe los límites de la correspondencia e inaugura siempre la posibilidad de un nuevo reencuentro. Dice el papa Francisco: “La caridad política se expresa también en la apertura a todos. Principalmente aquél a quien le toca gobernar, está llamado a renuncias que hagan posible el encuentro, y busca la confluencia al menos en algunos temas. Sabe escuchar el punto de vista del otro facilitando que todos tengan un espacio. Con renuncias y paciencia un gobernante puede ayudar a crear ese hermoso poliedro donde todos encuentren un lugar”.
San Pedro Regalado es austero y sacrificado.
Esta virtud del Regalado nos abre la puerta a considerar la importancia de las virtudes por parte del hombre público. Cuando hablamos de la acción política es habitual ponerla en relación con la virtud de la justicia, pero ésta es inseparable de las otras tres virtudes cardinales: prudencia, fortaleza y templanza. Las cuatro nos ayudan a interrelacionar e integrar razón, libertad y afecto.
Prudencia. En el imaginario actual, la prudencia está asociada sobre todo a un proceder lento y pormenorizado (como en la conducción automovilística) o a una indecisión de fondo para evitar riesgos o, peor todavía, a una forma de pusilanimidad o cobardía que impide tomar una posición. Para los antiguos, en cambio, la prudencia era considerada la virtud más bella que el hombre tenía a disposición, guía de todas las demás (auriga virtutum), porque permite reconocer el objetivo fundamental de la vida en una situación concreta, y, sobre todo, porque identifica los medios adecuados para poder alcanzarlo.
Justicia. Es la virtud que se relaciona de manera connatural con la política. Los valores que sustentan la justicia (la libertad, la igualdad, la dignidad de todo ser humano, la protección de los más débiles, los derechos humanos), privados de justificación, se vuelven difíciles de sostener y acaban siendo desplazados o regulados arbitrariamente por la voluntad del legislador. Un ejemplo de la dificultad que paraliza hoy la reflexión sobre la justicia es la cuestión de la dignidad y los derechos humanos. Temas que a primera vista parecen obvios e incuestionables, pero que plantean serias dificultades cuando se explicitan las implicaciones filosóficas y éticas de su justificación, pues exigirían, ante todo, el abandono de una antropología materialista. Si los seres humanos no son diferentes de cualquier otro organismo vivo, la idea misma de los derechos se desmorona. Los derechos y la dignidad sólo pueden tener un estatus de realidad si los seres humanos son algo más que materia biológica. El discurso secular moderno sobre los derechos humanos depende de que se preserve de algún modo la creencia de que todo ser humano ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Los fundamentos intelectuales de la modernidad están fallando porque los supuestos metafísicos que los rigen, combinados con una confianza desmedida en las ciencias naturales, no ofrecen ninguna razón para creer en sus afirmaciones morales, políticas y normativas más básicas. Se sostienen por el poder.
Todos hemos de responder a esta pregunta: ¿Por qué ser justos en un mundo injusto? Es difícil considerar suficientemente esta perspectiva ante las tragedias e injusticias que presenta la vida. El problema de una justicia basada sólo en el consenso democrático surge cuando los demás no cumplen con su parte del acuerdo: ¿qué hacer entonces? ¿Por qué ser justo en un universo en gran medida injusto? El Crucificado y seguidores suyos como San Pedro Regalado nos ayudan, desde dentro de nosotros, a responder con hechos a esta pregunta y romper, así, el círculo vicioso.
La fortaleza. Es la capacidad de oponer una barrera a las fuerzas destructivas; sin ella, resulta imposible poner en práctica la justicia y la vida civil, pero también tomar decisiones ordinarias, que conllevan frecuentemente sacrificios: el ámbito de la fortaleza es muy amplio, porque se necesita de ella cuando se debe resistir a las amenazas, superar los miedos, enfrentar el aburrimiento, el tedio, el hastío de la existencia cotidiana para conseguir hacer el bien. Por eso es una de las virtudes humanas morales fundamentales, que toda persona honrada debe vivir.
La templanza. Se ubica en el cuarto lugar en la clasificación de las virtudes cardinales. Es la última no por orden de importancia, sino porque toca la dimensión íntima del ser humano, a diferencia de las otras virtudes, que se orientan al bien común. Pero precisamente por esto es indispensable para obrar virtuosamente, pues para ello se requiere de la rectitud de la persona. La templanza es la capacidad de gobernarse a sí mismo, de dominar la sensibilidad y los pensamientos. Es una virtud indispensable para la vida en común. Cuando falta, prosperan todo tipo de males, porque quienes podrían impedirlos renuncian a tomar partido.
Hermanos, los cristianos como ciudadanos no podemos desentendernos del bien común y, sin más, esperar que todo lo realicen los políticos profesionales en las instituciones, en este caso los ayuntamientos o la diputación, sino que estamos llamados a vivir nuestro compromiso ciudadano no solo reclamando derechos, sino reconociendo el deber cívico de contribuir cada cual a realizar el bien común, desde su casa, desde su trabajo, desde sus diversas relaciones y su vida asociada.
Los cristianos laicos estáis llamados de una manera singular a vivir la caridad política; es decir, a vivir el mandamiento nuevo del Señor, ése que todos reconocemos de amarnos unos a otros como Él nos ha amado, también en la dimensión social de la existencia, contribuyendo a posibilitar esa amistad social que es indispensable para que el tejido básico de nuestra sociedad esté bien entrelazado. Es una caridad política que brota de nuestra condición de hijos y hermanos, de una fraternidad reconocida porque afirmamos un Padre común, y que hemos de saber expresar en nuestro compromiso público. Nuestra responsabilidad como ciudadanos no se agota depositando la papeleta en la urna en las próximas elecciones municipales, sino que estamos llamados a lo largo de toda la legislatura a comprometernos también por el bien común en el ejercicio de la caridad política.
La caridad se recibe del Corazón de Cristo. Valladolid, que tiene como patrono a San Pedro Regalado, goza del regalo de una singular presencia del Corazón de Jesús desde que mostró el tesoro escondido de su amor misericordioso a Bernardo Francisco de Hoyos un 14 de mayo de 1733. Os anuncio que, con permiso de la Santa Sede, mañana firmaré el Decreto por el que anuncio un año jubilar del Corazón de Jesús desde el próximo día 16 de junio Solemnidad del Corazón de Jesús hasta la misma festividad del año 2024. El Reinado prometido por Jesús nos llena de esperanza para entregar nuestra vida por la Verdad, la Justicia y la Paz.
Valladolid 13 de mayo de 2023, San Pedro Regalado