Homilía de Don Luis Argüello en la celebración de Nuestra Señora de San Lorenzo
8 septiembre, 2017Hermanos de este santo pueblo fiel de Dios en Valladolid, Sr. Deán, presbíteros y cofrades de la Real y Venerable Hermandad de Nuestra Señora de San Lorenzo, os saludo en nombre de D. Ricardo que está en estos momentos en Covadonga, ante la Santina, celebrando, como Presidente de la CEE, la Eucaristía en honor de Nuestra Señora. La mesa del Señor y el manto de la Virgen nos unen. Permitidme que acoja con especial afecto a nuestro Alcalde y a la Corporación municipal, pues, como ha recordado el cofrade e historiador Javier Burrieza, el Ayuntamiento ha tenido mucho que ver en el impulso a la devoción de la ciudad a su patrona, antes y después de 1719, año en el que fijó el 8 de septiembre como día de la celebración de su fiesta.
Han pasado casi tres siglos, como 100 años han transcurrido de la Coronación Canónica de esta imagen. Desde entonces cada 8 de septiembre, 9 meses después del día de la Concepción Inmaculada, Valladolid celebra el nacimiento de María dando solemne culto a la milagrosa imagen de la Virgen de la parroquia de San Lorenzo. Celebramos la fiesta de un nacimiento, el de María, ligado a otro nacimiento el de Jesús, y a su vez, los dos, a la posibilidad un nuevo nacimiento, el nuestro. La Iglesia hace hoy fiesta en la natividad porque contempla la vida de la Virgen en la plenitud del tiempo.
Así, este día nos permite contemplar el tiempo en toda su andadura:
En la anchura de la historia, cuando los vallisoletanos acuden a la Virgen para solicitar intercesión ante problemas que desbordan, situados así en el territorio del misterio: antaño, un incendio, la peste, los nacimientos reales y multitud de asuntos familiares y personales; hoy, los avances de las ciencias y la mejora de nuestra organización social parecen ayudar a la resolución de los problemas e incluso nos inclinan a pensar que todo puede encontrar solución en la ciencia, en la técnica o en las leyes económicas y políticas. Muchos de nuestros problemas actuales esconden la presencia del Misterio que nos desborda. La corrupción, la violencia en las casas, las enfermedades, los derechos, los conflictos y los insaciables deseos del corazón, el envejecimiento y la muerte, reclaman soluciones. No cabe duda de que es preciso el empeño compartido por buscarlas con medidas de todo tipo, pero hay un misterio irreductible en el corazón que no puede ser tratado con las técnicas sociales de solucionar problemas. He aquí el territorio permanente de la intercesión de nuestra Madre al Hijo que lleva en sus manos para solicitar luz y fortaleza con las que contemplar y acoger la vida con sus problemas y su misterio.
Este día, Natividad de María Virgen de San Lorenzo, día grande de nuestras Fiestas, nos permite contemplar el tiempo en toda su andadura:
En la hondura y la altura de los latidos del corazón. ¿A través de qué signos se revela la naturaleza del corazón del hombre? Estos días de fiesta, queridos vallisoletanos, así como el permanente anhelo de fiesta en medio de los asuntos cotidianos, pueden ayudarnos a descubrir esos signos, siempre que no censuremos nuestra humanidad y dejemos que la sed del corazón nos mantenga abiertos a la búsqueda y acogida del fundamento y el horizonte de nuestro existir.
La fiesta hace vibrar al corazón en el deseo, fugazmente colmado, de libertad, amor y alegría, saltos íntimos que, de una forma u otra, buscan la verdad, el bien, la comunión y la belleza. Calles llenas, algarabía, música, comidas, espectáculos, bailes, toros, amigos, carruseles, encuentros, excesos, desfiles, juegos. La fiesta, también, trata de salir al paso del aburrimiento, la nostalgia y la desilusión. El aburrimiento es la inadecuación de la realidad a lo que somos. Solo podemos hacer experiencia de la insuficiencia de la realidad, y por tanto del aburrimiento, por la naturaleza inmensa de nuestro deseo. La nostalgia de algo que nos falta y que no conseguimos definir; una añoranza jamás cumplida, el lugar al que nunca hemos podido llegar. Pero es lo que hubiéramos querido ser, nuestro deseo. Cualquier ser humano lleva en sí esa esperanza de ser, ese sentimiento de que algo nos falta. La nostalgia de ese absoluto es como un telón de fondo, invisible, pero con el cual medimos toda la vida. Es el misterio.
Todo lo que vivimos, las circunstancias, los desafíos no se nos dan para complicarnos la vida, sino que son oportunidades para comprender cuál es la naturaleza de nuestra necesidad, de lo que constituye al hombre como persona.
En nuestra vida, tratamos continuamente de atrapar aquello que provoca nuestra nostalgia, tenemos sed de conocer ese algo más cuya falta advertimos y que siempre se nos escapa. Surge así la experiencia de la desilusión, inevitable precisamente porque nada corresponde totalmente al corazón, pero que no detiene al hombre, sino que acentúa su deseo, acrecienta su sed.
La vida es bella no porque todo esté en su sitio o porque sea exactamente como la imaginamos. La vida es bella porque cada día nos da la posibilidad de relación con el Misterio, y todo puede convertirse en un desafío para descubrir esta relación y para obtener de ella una ganancia para uno mismo. Lo que nos libera de la ansiedad y del miedo – enfermedades de este tiempo que tantos tratan de curar con medicinas o con experiencias vertiginosas. ¡Cómo si fueran solo problemas!– es haber experimentado que en lo imprevisto se esconde algo que ha sido preparado para mí, una ocasión para profundizar en esa relación con el Misterio.
El motivo por el que la gente ya no cree, o cree sin creer, es porque no vive su propia humanidad, porque no está comprometida con su propia conciencia. La falta de conciencia de nuestra sed de un significado para vivir, junto a la ausencia de aceptación de nuestro límite, de nuestro pecado, y por tanto de nuestra necesidad de perdón y de salvación, nos cierran al encuentro con el que nació de la mujer cuyo nacimiento hoy celebramos, que se llama Jesús, el Salvador, que es Emmanuel, Dios con nosotros. En cuanto censuramos o minimizamos la sed, en cuanto nos cansamos de buscar el fundamento y el horizonte humanos, Cristo se vuelve irrelevante, tan absurdo como la respuesta a un problema que ya no se plantea. “Cristo es la respuesta a la sed que tiene el hombre de vivir la relación con lo que constituye su destino, es el significado de lo que hace, del comer, del beber, del velar, del dormir, del amar, del trabajar”, dice un creyente contemporáneo. Pero es también el origen de la sed. De hecho, Cristo es interesante justamente por la capacidad que tiene de hacer vibrar nuestro corazón, de disponerlo para corresponder a su amor de forma total y de hacernos capaces de tal correspondencia.
Este día 8 de septiembre de 2017, año del centenario de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de San Lorenzo, nos permite contemplar el tiempo en toda su andadura y adentrarnos en la espesura de la existencia con nuestros conciudadanos para compartir fiesta, abordar problemas y sentirnos, al tiempo, abrazados y desbordados por el Misterio.
Celebramos la fiesta de un nacimiento, el de María, ligado a otro nacimiento el de Jesús, y a su vez, los dos, a la posibilidad un nuevo nacimiento, el nuestro y a la apertura de la historia a la plenitud del tiempo en la eternidad. Por eso podemos entrar en la espesura de la historia y aventurar la vida, porque no hay paz en la tierra.
Os animo a entrar en la espesura alentados por la esperanza en la fuerza de la vida – celebramos el nacimiento de la que al decir FIAT hace posible la Navidad–, y apostar por la vida. ¡Cuánto necesita nuestra sociedad hombres y mujeres, familias abiertas a la vida!
Es verdad, hay problemas que dificultan los nacimientos: falta de trabajo o condiciones laborales enemigas de la vida, problemas de vivienda, estilos de vida en los que los niños parecen un estorbo para la realización personal… Pero sobre todo falta el asombro agradecido ante el misterio de la propia vida que encienda el deseo de transmitirla a otros para engrandecer, de asombro en asombro, el río de la vida.
Os animo a entrar en la espesura de las relaciones y convivir en la familia y con los vecinos; en el trabajo y en la comunidad política, con los compañeros de equipo y con los contrarios. La convivencia lleva consigo problemas que precisan fórmulas de organización o de resolución de conflictos, pero esconde el misterio del vínculo que nos une que, tanto en la fiesta como en el dolor compartidos –pensemos en los atentados de Barcelona o los desastres provocados por los huracanes– abre los corazones y las manos a la solidaridad. El nacimiento que hoy, Virgen de San Lorenzo, celebramos que hace posible en el tiempo el Nacimiento del Verbo eterno, es preludio de la palabra que descifra el nombre del vínculo fundante: el Creador es Dios y Padre y nos abre sus entrañas para que podamos participar del corazón compasivo del Hijo.
Entremos en la espesura de la historia y toquemos las llagas de los perdedores para abordar, desde el ejercicio de la caridad política, los problemas económicos y sociales que empobrecen y excluyen, y adorar el misterio de una presencia sorprendente que nos recuerda el papa Francisco en su mensaje para la I Jornada mundial de los pobres que se celebrará el próximo 19 de noviembre: “Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles. Son siempre actuales las palabras del santo Obispo Crisóstomo: «Si queréis honrar el cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez»”.
La Virgen de San Lorenzo sigue acompañando el devenir de esta ciudad, nos espera en su casa de Pedro Niño y sale, al menos una vez al año, a recorrer sus calles para compartir nuestra andadura por el tiempo y ofrecernos la presencia de su hijo Jesús, Emmanuel y Salvador. Pongamos a sus pies nuestras vidas, proyectos y problemas. Su manto materno nos adentrará en la anchura, hondura, altura y espesura del Misterio acogedor que sostiene nuestras existencia.
Pongo ante nuestra Madre la súplica del apóstol: “que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; de modo que así, con todos los santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios”.
Veni lumen cordium