“Vivir para ayudar” habría sido el lema que mejor definiría la vida de un gran hombre que, tras una larga enfermedad, falleció a los 96 años en la madrugada del día 26 de mayo, en Pamplona. Ayer martes, 31, y concelebrada por una veintena de dominicos y párrocos, la iglesia de San Pablo acogió la Misa funeral por fray Paco Villacorta.
Fr. Francisco Villacorta Herrero, dominico, vivió durante cincuenta y dos años, en el convento dominicano de San Pablo-S. Gregorio, Valladolid. De una actividad desbordante, se propuso atender a todos los necesitados que acudían a él. Nunca le importó la religión, la raza o la condición de quienes pedían. Su entrega a esta causa fue total. Para él no hubo ni vacaciones, ni descanso, ni momentos de bajar la guardia. Siempre estuvo dispuesto a favorecer a los que pudo, sin importarle la hora y la necesidad. Especial interés puso en el trabajo con los internos de dos centros penitenciarios, Villanubla y La Moraleja (Dueñas, Palencia). Sus visitas eran largas y con frecuencia orientaba a esas personas y solucionaba sus muchos problemas. Un detalle significativo. Consciente de la necesidad de comunicación de aquellos internos, solía entregar tarjetas telefónicas para que esas personas, privadas de libertad y sin muchos recursos, pudieran contactar con sus familias. Muchos problemas afrontó en esa actividad. De todos salió adelante porque su sencillez y su libertad eran el sello de todo lo que llevaba a cabo y, por ello, pese a la resistencia de algunas personas, mantuvo su actividad hasta donde le fue posible. Su trabajo fue reconocido oficialmente recibiendo de manos del Ministro del Interior la “la medalla de plata al mérito social penitenciario”. En aquel momento tenía 87 años y seguía manteniendo su actividad.
El P. Villacorta fue un hombre campechano, alegre, licenciado en Filosofía y en Teología. En sus relaciones, siempre manifestó una gran sencillez que allanaba el trato con la gente. Siempre quiso prestar sus servicios desde una entrega generosa para servir a todos. A lo largo de muchos años fue el correo de la comunidad. Desde un sentido grande de la pobreza vivió austeramente. Su presencia en la comunidad fue siempre motivo de alegría, de plena confianza, a quien podía acudir por cualquier necesidad. Aquí se podría decir lo se decía de Santo Domingo “porque a todos amaba, de todos era amado”.
Su final fue un lento deterioro que le condujo a la muerte. Tenía 96 años. Mucha alegría habrá habido en el cielo a su llegada, sobre todo por parte de tantas personas a las que él entregó su vida y favoreció de forma gratuita. Descanse en paz.