Los días 8 al 10 de junio tuvo lugar en Salamanca un Congreso de Teología Ecuménica, organizado por un grupo de profesores de Ecumenismo y Eclesiología de España y del Instituto de Ecumenismo de Estrasburgo. El coordinador del Congreso ha sido el profesor Fernando Rodríguez Garrapucho, director del Centro Ecuménico Juan XXIII de la Universidad Pontificia de Salamanca. Han participado el Secretario General de la Federación Luterana Mundial y el Obispo Secretario del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos. Ha sido un Congreso muy concurrido y la impresión compartida por los participantes altamente positiva. Es un acontecimiento teológicamente relevante, una oportunidad de encuentro de cristianos católicos y luteranos y un estímulo en el camino de la unidad.
El título del Congreso es el mismo de la Declaración conjunta católico-luterana firmada por el Papa Francisco y por el Presidente de la Federación Luterana Mundial en Lund (Suecia) el día 31 de octubre de 2016: “Del conflicto a la Comunión”. La Liturgia luterano-católica en la iglesia de La Clerecía utilizó los mismos textos de la celebración tenida en la catedral de Lund.
El motivo del Congreso es la conmemoración de los 500 años de la Reforma Luterana y los 50 del comienzo del diálogo oficial luterano-católico. Ha sido el primer congreso organizado conjuntamente por profesores de teología católicos y protestantes de España y Francia. La Iglesia católica en el Concilio Ecuménico Vaticano II se comprometió de manera decisiva en el camino, que no tiene vuelta atrás, en favor de la unidad de los cristianos, según el mandato de Jesús: “Sed uno para que el mundo crea” (cf. Jn. 17, 21). Los papas han sentido como una responsabilidad básica el compromiso ecuménico. La unidad de los cristianos tiene también una dimensión evangelizadora. La unidad de los discípulos de Jesús acredita el Evangelio; la división, en cambio, lo desautoriza. ¿Cómo podemos en medio de un mundo como el nuestro, marcado tan profundamente por la indiferencia religiosa y por la fragilidad de la Iglesia, continuar desunidos? La obediencia al mandato de Jesús y la eficacia apostólica postulan apremiantemente la unidad de los cristianos y de las Iglesias.
¿Por qué conmemoramos los católicos los 500 años de la Reforma de Lutero? ¿Por qué celebramos conjuntamente ese acontecimiento de enorme trascendencia? No celebramos, obviamente, la división ni las polémicas, ni las acusaciones mutuas, ni las guerras de religión. Nos unimos católicos y protestantes en esta ocasión para avanzar, respondiendo al deseo de Jesús, en el camino que va del conflicto a la comunión, de las polémicas al diálogo, del distanciamiento a la cercanía, del olvido cargado de desprecio a la memoria purificada por el amor y la urgencia evangelizadora. No somos extraños sino hermanos por el bautismo. Si la fraternidad alienta el dinamismo de unos y otros iremos dando pasos en el camino de la unidad en la fe, en la celebración de los sacramentos, en el amor y en el testimonio del Evangelio. En nuestros días el testimonio de la sangre, la rúbrica martirial de la fe en Jesucristo, en diversos lugares de persecución nos ha unido a todos.
Hay varias palabras emparentadas entre sí por un origen común. La misma palabra básica viene especificada con diversos prefijos. De los cartujos, de la orden fundada por San Bruno, se ha dicho que nunca ha sido reformada porque nunca se ha deformado. Lutero quiso promover una reforma porque la Iglesia padecía escandalosas deformaciones. Lutero puso en el centro la cuestión de Dios, revelado misericordiosamente en Jesucristo, con profundidad religiosa y también, como es fácil constatar al leer sus escritos, con agresividad de lenguaje. Buscaba la transformación de la Iglesia por el camino de la renovación; por esto, el nacimiento de una específica Iglesia luterana no fue el éxito sino el fracaso de la Reforma protestante. La Reforma buscó la forma purificada de la Iglesia de tantas desfiguraciones como padecía, que la habían distanciado de la forma genuina. El endurecimiento de los cristianos para escuchar la llamada de Dios a la fe y a la conversión, los influjos indebidos de la política y los intereses económicos se apoderaron de la Reforma de Lutero que fue precipitándose en la ruptura y la separación.
¿Cuál es la forma original de la Iglesia y de los cristianos? San Pablo exhorta a los cristianos de Filipos a tener los mismos sentimientos de Jesucristo, que existiendo en la “forma de Dios” tomó la “forma de esclavo”, haciéndose obediente hasta la muerte. Jesús es la “forma”, el modelo originario cuyas huellas debemos seguir (cf. Fil. 2, 3-8: 1 Ped. 2, 21-25). Jesucristo, su persona y su obra, su palabra y ejemplo, los discípulos primeros son el referente de la Iglesia en su peregrinación por la historia. Por las deformaciones nos alejamos del Señor. En la “conformidad” con Jesucristo; siendo “conformes” con Él unos y otros, todos nos encontraremos unidos en la concordia y la paz. Debemos vivir y caminar como corresponde a nuestra vocación (cf. Ef. 4, 1-6). Las palabras forma, deformación, reforma y conformación están íntimamente unidas. La Iglesia siempre necesita ser purificada, ya que todos sus miembros somos pecadores; y hay ocasiones en que la llamada a la reforma es grave y apremiante. Lutero fue un grito a favor de la reforma de la Iglesia, que deseamos escuchar humildemente católicos y protestantes. El Concilio Vaticano II quiso renovar la Iglesia, y reformarla en las instituciones sometidas a cambio, volviendo a los orígenes, asentando su forma de vivir más fielmente en Jesucristo que es la piedra angular y el cimiento del edificio (cf. Ef. 2, 19-22). Porque Jesucristo es nuestra paz, todos podemos y debemos vivir reconciliados con Él y entre nosotros. La vida en Cristo debe manifestarse en el amor recíproco, en el servicio al Señor en los pobres y marginados, en la testificación del Evangelio que debe llegar a todas las formas de periferias de la humanidad. La urgencia de la misión recibida del Señor debe ser un aliciente para orar y trabajar sin pausa por la unidad de los cristianos. Unidad y misión están mutuamente interrelacionadas: La unidad impulsa a la misión y la misión urge la unidad.
Si el deseo reformador no implica la conversión del cristiano, renunciando a la mediocridad, sus denuncias en lugar de reformar, dividen. ¡Que todos sean uno! (cf. Jn. 17, 21).