Beata ANA DE SAN BARTOLOMÉ (I) EL NACIMIENTO DE UNA VOCACIÓN DE SERVICIO

Beata ANA DE SAN BARTOLOMÉ (I) EL NACIMIENTO DE UNA VOCACIÓN DE SERVICIO

28 julio, 2017
ANA DE SAN BARTOLOMÉ ENSEÑANDO A LAS MONJAS EN SUS FUNDACIONES. GRABADO SIGLO XVII
ANA DE SAN BARTOLOMÉ ENSEÑANDO A LAS MONJAS EN SUS FUNDACIONES. GRABADO SIGLO XVII

Bienaventurados – Los santos que moraron en Valladolid. Serie de Artículos de Javier Burrieza

Ana García Manzanas nació el 1.X.1550 en Almendral de la Cañada (Toledo), recibió el hábito y velo blanco en San José de Ávila. Acompañó a santa Teresa en los últimos años como enfermera y escritora, asistiéndola hasta los últimos momentos de su vida. Después permaneció junto a María de San Jerónimo y finalmente, fue fundadora y priora en Francia y Países Bajos de diferentes Carmelos —por eso tomó el velo negro— muriendo en Bruselas, el 7 de junio de 1626. Fue beatificada el 6 de mayo de 1917 por Benedicto XV.

La enfermera, cuidadora, compañera y secretaria que fue la carmelita descalza Ana de San Bartolomé vivió con la madre Teresa de Jesús sus últimas estancias en el ámbito vallisoletano, tras la caída que experimentó la reformadora en las Navidades de 1577 en el convento de San José de Ávila. Desde entonces se convirtió en su otro yo, ya solicitado años antes por santa Teresa, precisamente para con alguna monja de Valladolid, bien formada y de buena letra como era María de San José Dantisco.

            Su nombre de bautismo fue Ana García Manzanas y nació en la localidad, hoy toledana, de Almendral de la Cañada, aunque ella en su Autobiografía hablaba de “un pueblo cercano de Ávila donde se vino a casar mi padre”. No hablaba, como la madre Teresa de Jesús, de lecturas y virtudes en sus padres. Reconocía que su linaje era “humilde”, aunque a su progenitor no le faltaban “ganados y heredades y fue tenido él y mis hermanos en reputación de hombres buenos y prudentes, y así casi siempre les nombraban por alcaldes del pueblo o mayordomos de la iglesia”. Fue bautizada, precisamente, junto a su prima Francisca Cano, aquella que con el tiempo sería monja descalza en San José de Medina del Campo —la hermana Francisca de Jesús—. Con nueve y diez años perdió, respectivamente, a su madre y a su padre, quedando Ana bajo la tutela de sus hermanos. Descubrieron las dos primas, Ana y Francisca, su vocación para la vida en el convento, aunque sus hermanos pretendían que se casase. A través de un clérigo que pasó por Almendral tuvieron conocimiento del recién fundado convento de San José de Ávila. Ella quería ser hermana lega o monja de velo blanco y fue la primera que la madre Teresa admitió en esta fundación aunque habría de pasar muchas vicisitudes hasta que el 2 de noviembre de 1570 entró en San José con veintiún años.

Necesitaba de una persona que le ayudase en su cotidianidad y en su trabajo, además del cuidado de la salud. Ana de San Bartolomé estaría hasta el final a su lado.

            Entre la Navidad de ese año y la primavera de 1571 se encontraron aquella novicia que se llamaba Ana de San Bartolomé y la madre Teresa de Jesús, cuando se estaba ultimando la fundación de Salamanca y se iniciaban las gestiones de Alba: “el mismo día que entró en casa me abrazó en viéndome y dijo: «Aunque sea novicia, llévenla a mi celda, que quiero que sea mi compañera»”. Fue un encuentro breve pues, Teresa de Jesús estaba en pleno periodo fundacional, tras ser priora de Medina y antes del gobierno forzado sobre la Encarnación de Ávila. Estaba profesando Ana de San Bartolomé cuando la madre Teresa fundaba en Segovia, en Sevilla y habría de interrumpir esa trayectoria por la persecución de los “calzados”. La Madre se refugió, de nuevo, en San José de Ávila. Allí se reencontró con Ana de San Bartolomé y la llamó junto a sí. La pidió que fuese su enfermera, “y no me venga a pedir licencia para lo que hubiere menester”. La hermana mostró toda su vocación de servicio, ante una mujer de sesenta y dos años. Preocupada por su salud y descubriendo la fundadora que en tiempo de descanso se dedicaba la joven hermana a la oración, la ordenó con palabras tajantes: “hija, en tañendo a dormir, quite la oración y duerma”.

          Fueron las Navidades de 1577 en las que fray Juan de la Cruz fue preso por los calzados y conducido a Toledo. En esa Nochebuena, Teresa de Jesús rodó por las escaleras del convento, aquellas que las monjas llamaron desde entonces la “escalera del diablo”. La caída provocó una rotura del brazo izquierdo con su consiguiente grado de invalidez. Necesitaba de una persona que le ayudase en su cotidianidad y en su trabajo, además del cuidado de la salud. Ana de San Bartolomé estaría hasta el final a su lado.

          Tras el mencionado periodo, ambas dos salieron de Ávila, visitaron las casas ya fundadas y emprendieron los últimos años. El camino se iniciaba hacia Medina del Campo en junio de 1579 donde Ana de San Bartolomé se pudo encontrar con su prima Francisca de Jesús. Las siguientes etapas fueron Valladolid, para continuar ese verano hacia Salamanca donde Teresa de Jesús le solicitó a su enfermera que le ayudase en la complicada tarea de contestar a las cartas que tenía pendientes. En una espiritualidad de muchas ignorancias, el milagro estuvo en “romper a leer y a escribir”.