San Simón de Rojas (V). El trinitario de los Habsburgo de España
19 julio, 2017Bienaventurados – Santos Vallisoletanos. Serie de Artículos de Javier Burrieza
San Simón de Rojas, fraile trinitario, n. Valladolid, 1552 + Madrid, 1624; b. 1766, c. 3.VII. 1988.
Los biógrafos de fray Simón de Rojas han tratado su implicación en la expulsión de los moriscos de España (1609). A su muerte, el dominico Cristóbal de Torres destacó que este trinitario había otorgado el dictamen para que los reyes resolviesen a favor de la expulsión aunque Rojas no había formado parte de las Juntas de Estado conformadas para aconsejar a Felipe III sobre la cuestión morisca. Antonio Domínguez Ortiz, maestro de modernistas, pensaba que las causas que condujeron a esta decisión era menester encontrarlas en la intimidad del monarca. Todo ello ocurrió antes de la muerte de la reina Margarita en 1611, como consecuencia del parto del infante Alonso. Esta pérdida la relató fray Simón a través de una Relación publicada en dos ediciones en lengua italiana. Desde esa intimidad se podía explicar la petición de impulso que le pudo hacer fray Simón al rey para reemprender la conquista de Argel. El testimonio procede del célebre predicador trinitario fray Hortensio Félix de Paravicino, retratado por El Greco. Con esta iniciativa, Rojas no se mezclaba en un asunto de estado en lucha contra la piratería berberisca. Más bien se interesaba como trinitario por el mercado y redención de cautivos.
Felipe III quería hacer de Rojas un consejero cercano a los asuntos de estado, pero fray Simón le indicó que le eran más propios los ministerios de conciencia. El duque de Lerma preparaba en 1615 la consolidación de la alianza entre Francia y España, plasmada en el doble matrimonio entre Ana de Austria y Luis XIII de Francia, el príncipe Felipe de España e Isabel de Borbón. El monarca encomendó a fray Simón la instrucción espiritual de la futura reina de Francia. Para entonces, había vuelto a ser nombrado ministro de la Trinidad calzada de Valladolid. Ana de Austria, tras haber vivido la complicada situación en la Francia de la primera mitad del siglo XVII, recordaba el privilegio que tuvo al haber contado con la dirección espiritual de fray Simón de Rojas, manteniendo ambos el contacto a través de la correspondencia. Examinó el trinitario los “Avisos” que Felipe III había redactado para el buen gobierno de su hija predilecta en su nueva corona. En todo ello no se olvidaba de la complicada situación religiosa de Francia, de la convivencia entre católicos y hugonotes. La aconsejaba evitar las controversias, dando testimonio de la fe a través de sus acciones. Hacía una llamada a evitar la presencia de validos, tratando de que la reina no fuese sujeto paciente de esas redes políticas que tan bien conocía fray Simón. Además éste estuvo presente en los escenarios de la Corte que despedía a una de sus infantas y recibía a una princesa que Rojas iba a conocer muy bien: Isabel de Borbón, de la cual fue confesor.
El monarca encomendó a fray Simón la instrucción espiritual de la futura reina de Francia. Para entonces, había vuelto a ser nombrado ministro de la Trinidad calzada de Valladolid.
Antes, el monarca continuó confiando responsabilidades al trinitario. Durante el viaje que Felipe III realizó a sus territorios de Portugal en 1619, encomendó a fray Simón los oficios de preceptor y confesor de sus hijos los infantes Carlos y Fernando. A cambio Rojas pidió al rey que se ocupase del progreso de la orden trinitaria en aquellas tierras. Fue en este periodo cuando llegó noticia de que el papa Paulo V había creado al infante Fernando cardenal de la Iglesia. Un año tendría que esperar para recibir la mitra de Toledo, la más copiosa en renta de España. Este infante, que estudió Quintín Aldea, ha sido calificado como el Habsburgo español mejor dotado intelectualmente del siglo XVII. Cuando murió el trinitario, el cardenal-infante escribió al Papa, solicitando que agilizase su proceso de beatificación. Incluso, don Fernando —que fue gobernador de los Países Bajos— se había atrevido a encomendarse a su intercesión en el transcurso de las circunstancias bélicas de la Guerra de los Treinta Años. Si poca era la inclinación del cardenal-infante por la vida eclesiástica —solamente recibió las órdenes menores—, menos gustaba fray Simón de las propuestas de Felipe III para convertirlo en obispo. Lo intentó para Jaén y Valladolid pero el trinitario no lo aceptó. Cuando en 1624 el patriarca de las Indias, Diego de Guzmán, visitó la capilla ardiente de fray Simón de Rojas, exclamó que a sus pies faltaban dos mitras: aquellas que había rechazado. Por eso, se quitó la suya depositándosela a su lado y mandó traer otra de la Capilla Real.
La salud de Felipe III se deterioró a su regreso de Portugal y el monarca llamó en repetidas ocasiones al trinitario cuando pensaba que su vida corría peligro. En la cabecera de aquel último lecho permanecieron hombres de predicación sagrada como Rojas o el jesuita Jerónimo de Florencia, cuestionando el propio monarca los efectos negativos que sobre su reinado había alcanzado el valimiento —el duque de Lerma había caído políticamente en 1618—. Quizás sobre esta cuestión trató el recado que el rey dio a fray Simón para que se lo comunicase a su hijo y heredero, Felipe IV, acerca del gobierno de la Monarquía.