“Hemos vuelto felices por todo lo que hemos aportado”

“Hemos vuelto felices por todo lo que hemos aportado”

15 noviembre, 2024

De lo malo siempre hay que sacar lo mejor y lo hemos comprobado con la irrupción de la DANA en España. Han pasado más de dos semanas desde que Valencia, varios puntos de Castilla-La Mancha y zonas de Aragón se vieran afectadas por este fenómeno de la naturaleza, que esta misma semana volvía a ser protagonista en la parte sur del país.

Ante la catástrofe, miles de personas se han volcado para echar una mano a los damnificados. Una mano, que también se ha tendido desde nuestra Archidiócesis, a través de diversas acciones. Elena Gordo está al frente de la delegación de Familia junto a su marido, Ricardo Pindado. El pasado fin de semana cambió su uniforme de enfermera por el de voluntaria en la zona de Levante, donde la DANA ha causado mayores estragos.

 

 

 

Elena nunca hubiera imaginado verse allí. La “inquietud” de su hijo Darío por colaborar y participar activamente como voluntario —la contagió a ella, a otros dos de sus hijos y a cuatro compañeros de los scouts— para vivir una experiencia única que planificaron en tan solo una tarde. A su regreso, las sensaciones han sido contradictorias, “hemos vuelto cargados de energía y felices por todo lo que hemos aportado” pero al mismo tiempo “estamos tristes” por todo lo que “hemos visto”.

En su empeño de estar presente, se aseguraron, desde el primer momento, ser útiles, no colapsar. Por ello, se informaron previamente para conocer dónde era necesaria la ayuda que podían prestar. Y lo hicieron por medio del padre Jorge García, vicario judicial de Valencia y director del SAMIC, servicio de acompañamiento a parejas en situación grave de crisis y familias rotas, donde Elena y Ricardo, reciben actualmente formación en un curso. De esta manera, conocido el destino y establecidos los contactos pertinentes, “hemos ido a tiro hecho, sin perder tiempo”.

Comienza la aventura

Con las manos sobre el volante de su furgoneta pusieron rumbo a Valencia “con un remolque prestado y dos karchers”, muy necesarias estas últimas para las labores de limpieza que han llevado a cabo, emprendiendo así un viaje cargado de “diosidencias”. Una vez allí, iniciaron su periplo para retirar barro no solo de las calles, sino también de casas parroquiales, de garajes y de particulares. En el corazón de todos ellos está María José, escéptica al principio por su presencia, pero que, al final del trabajo realizado, no pudo evitar fundirse en un emocionado abrazo con los “ocho ángeles” que le habían mandado desde Valladolid para recuperar su hogar.

Después de las largas jornadas de trabajo tras las que quedaban “exhaustos”, este grupo de voluntarios tuvo “el gran regalo” de alojarse en la residencia de la Congregación de las Madres de Desamparados y San José de la Montaña, donde además del “descanso físico” con cama para dormir, una ducha con agua caliente y un plato de comida, también acogieron -con la superiora a la cabeza- su “descanso moral y emocional”.

Un grano de arena que ayuda a mover montañas

El ser humano ha demostrado que nada se le pone por delante y que es capaz de arrojar luz ante el desastre, con tantas y tantas muestras de solidaridad con las que iluminar el camino de quienes se han quedado con las manos vacías. Ante el caos y la situación en la que se encuentran en la zona cero, “lo que hemos hecho representa un grano de arena” porque “es mucho el trabajo que hay que hacer”. A pesar de todo, la ayuda prestada ha colaborado a mover “la montaña” de muchas “familias”.

A pesar de la dureza del trabajo, se quedan con lo “recibido” que ha sido “muchísimo”, siendo conscientes de que han vivido “algo muy grande” que ha provocado que “se muevan los corazones de forma intensa”.

La Iglesia de Valladolid no aparta su mirada, con pequeñas acciones y buena voluntad, -como la de Elena y estos siete jóvenes- en el intento de aliviar el dolor y así, retirar las lágrimas de barro que han inundado las calles de Valencia y otras zonas de nuestro país.