Nuevos tiempos vocacionales: si somos inteligentes, no solo piadosos
5 agosto, 2024L a vocación religiosa es siempre un regalo de Dios, un regalo del cielo que conservar toda la vida del que lo recibe. La promoción de vocaciones se va volviendo un poco difícil en la actualidad, al menos, en Occidente. Se atribuye la carestía al materialismo y al hedonismo de la sociedad moderna, pero no es correcta esta explicación. Simplemente, hay pocas vocaciones religiosas porque ha disminuido tremendamente en la familia el número de hijos. Y a esto se une la fragilidad en la fidelidad y en la estabilidad en el matrimonio.
Late cierta atonía pesimista en muchos de los miembros maduros o ancianos de los grupos religiosos que van conservándose en las naciones de Europa y también de América. Se llega a considerar la resignación como virtud.
Llega el tiempo en que hay que reflexionar sobre esa pereza vocacional. Aunque, de cuando en cuando se extiende la noticia nostálgica de que tal convento o tal seminario “sí tiene vocaciones, pero pocas”. Se piensa que no son tantas como en otros tiempos había.
Deberíamos tener en cuenta que desde el Concilio Vaticano II la cuestión del mantenimiento de seminarios y conventos no corresponde a los reclutadores de cada familia religiosa, sino a la Iglesia entera. “Es la comunidad cristiana ante todo la que debe fomentar vocaciones sacerdotales y religiosas” (Conc. Vaticano II Opt. Tot. nº 2).
¿No habremos olvidado este reclamo de hace ya 60 años? Esa idea conciliar sigue vigente. La repitió el Papa Francisco cuando afirmó en una reunión con obispos italianos que “es preferible tener menos seminaristas a admitir a los que psicológicamente no tengan la personalidad sana”.
A los que vivimos en las parroquias y en grupos sensibles a los valores religiosos nos debe llegar el mensaje de que es toda la Iglesia la que debe cuidar el cultivo de las vocaciones. Y eso se cultiva valorando la familia que vive el espíritu cristiano. También invitando con valentía a los jóvenes a dar pasos vocacionales. Y se deben desarrollar planes por los educadores. Los que enseñan Matemáticas, Historia o idiomas deben entrar en juego: todos son testigos y animadores, si dan testimonios más que palabras en dirección vocacional.
No podemos olvidar las circunstancias en las que hoy se vive y el secularismo que invade la cultura actual. Pero bueno es recordar que en la historia han existido periodos negativos para el fomento de las vocaciones. Lutero y los protestantes provocaron en Europa el vacío vocacional durante un siglo. La Revolución Francesa y las guerras napoleónicas expulsaron a casi todas las instituciones religiosas, no solo de Francia sino de muchas naciones europeas. Hasta en toda Alemania el totalitario Bismark se empeñó en aniquilar el clero y los religiosos.
Hay que observar que la reacción posterior a esos movimientos fue pronto un nuevo aumento de vocaciones de diverso estilo. Los datos estadísticos actuales no deben convertirse en lamento negativista y en pasiva resignación. Los adversarios no son nada contra el mismo Dios, que es quien mueve la historia.
Muchos grupos eclesiales dan más importancia a sus análisis estadísticos que a sus desafíos apostólicos. Ni el Padre Damián en Molokai, ni Edith Stein en sus servicios sanitarios en las filas de la Primera Guerra Mundial, ni el jovencito —ya santo— Carlo Acutis hubieran sido lo que fueron si hubieran vivido con la mente llena de quejas, que tanto abundan y convulsionan en muchos conventos o seminarios. Pero los mapas estadísticos de la actualidad no pueden ignorar los movimientos ondulatorios que en los últimos cinco siglos se han dado en Occidente. La curva numérica desciende en los tiempos actuales. ¿Pero quién dice que dentro de unos años no amanezcan nuevos caminos?
Hace cuatro siglos a un fundador de escuelas cristianas que le consultaba, el beato Nicolas Barré le respondió: “Si fundas tu obra sobre tus bienes familiares, durará pocos años. Si la fundas en la Providencia de Dios, durará para siempre”.
Y no debemos olvidar que la vocaciones religiosas las da Dios, no las condicionan los hombres. Si los sacerdotes y los religiosos se mostraran entusiastas y dieran gozosos ejemplos de entusiasmo, no cabe duda de que muchas personas jóvenes incubarían en su mente y en su corazón gérmenes vocacionales.
Si somos inteligentes, no solo piadosos, volverán tiempos nuevos. La marcha de la Iglesia funciona por la consigna de Jesús: “Donde dos o tres están en mi nombre, allí estoy yo” (Mt 18.20) Y es seguro que Jesús no está dispuesto a fracasar en sus planes.
PEDRO CHICO · Educador y catequista de la Archidiócesis de Valladolid