El domingo 29 de noviembre ha comenzado el nuevo año litúrgico con el inicio del Adviento. Este tiempo litúrgico, que nos llevará hasta el 24 de diciembre, es el anuncio de la venida del Salvador: “Ven, Señor Jesús“. Es un momento de espera, de conversión y de alegre esperanza.
“La esperanza no defrauda” ha afirmado el papa Francisco en el Ángelus del primer domingo de Adviento. El Pontífice entiende que la situación que vivimos, marcada por la pandemia, “genera preocupación, miedo y desesperación en muchos; existe el riesgo de caer en el pesimismo, el riesgo de caer en ese cierre y la apatía”. “¿Cómo deberíamos reaccionar ante todo esto? -se pregunta-. Nos lo sugiere el Salmo de hoy: «Nuestra alma en Yahveh espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos» (Sal 32, 20-21). Es decir el alma en espera, una espera confiada del Señor hace encontrar consuelo y valentía en los momentos oscuros de la existencia. ¿Y de qué nace esta valentía y esta apuesta confiada? ¿De dónde nace? Nace de la esperanza”.
En la Santa Misa del domingo 29 de noviembre, el Santo Padre también ha recordado otras dos palabras clave para Adviento: cercanía y vigilancia. Es el tiempo para “hacer memoria de la cercanía de Dios” y de estar vigilantes, “porque un error de la vida es el perderse en mil cosas y no percatarse de Dios”.
SÍMBOLOS PARA VIVIR EL ADVIENTO
Una llamada
Resonará fuertemente en la Palabra de Dios ¡preparad el camino del Señor!
Tres voces
Las de Isaías, Juan el Bautista y la Virgen María María. ¿Dejaremos que resuenen en nuestras conciencias?
Un color
El morado de los ornamentos. Hace presente la esperanza, y nos recuerda que estamos en un tiempo de preparación, en este caso a la Navidad. En el tercer domingo de Adviento -“Gaudete”- se suavizará en el rosa, para recordarnos que ya estamos avanzados en ese camino de preparación, para que no nos desanimemos.
Un símbolo. La corona de Adviento
No es propiamente un signo litúrgico, pero nos va haciendo presente el camino de nuestra preparación espiritual. Las luces van creciendo, hasta que recibamos al que es la Luz verdadera. El verde se va marchitando, pero brotará un renuevo. La corona la vemos en muchas iglesias. ¿Por qué no hacerla también en casa?
Un ambiente
La austeridad, que debe presidir nuestras iglesias y celebraciones: pocas flores, sobriedad en la música… ¡Centrémonos en lo importante! Pero también la alegría, subrayada sobre todo en el tercer domingo de Adviento, pero presente en todo este tiempo.
Una ausencia
El «gloria». Solo se cantará o recitará en las solemnidades. En la práctica, únicamente el día de la Inmaculada Concepción de la Inmaculada Virgen María. Una ausencia para alimentar nuestro deseo de volverlo a entonar, unidos a los ángeles que anunciarán el Nacimiento del Salvador.
Una invitación
Porque el Adviento, más que nunca, es un tiempo de oración.
Ocho días
Una octava, desde el 17 hasta el 24, que nos invitan a prepararnos más fuertemente para la Navidad.
Ocho nombres
Cada día de esa octava, en la antífona del Magníficat, en Vísperas, o en el versículo del Aleluya, llamaremos a Cristo por un nombre distinto. En latín: Sapientia (Sabiduría), Adonai (Señor, en hebreo), Radix Iesse (Raíz de Jesé), Clavis David (Llave de David), Oriens (Sol que nace), Rex Gentium (Rey de las Naciones), Emmanuel (Dios con nosoros). Ocho palabras cuya primeras letras, leía al revés, irán formando un acróstico: las palabras ERO CRAS (“llegaré mañana”). ¡Viene el Señor!.
Una virtud teologal
Que es, por tanto, un regalo de Dios: la esperanza. Sin olvidar las otras dos -fe y caridad- porque las tres van juntas y una no se puede dar sin las otras dos. Que realmente sean las actitudes que guíen nuestra vida cristiana.