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Conferencia
Jornadas sobre la vida y la obra del siervo de Dios Baltasar Pardal Vidal en La Coruña
Catequesis, Eucaristía y pobres
6 de marzo de 2012
Temas: Baltasar Pardal Vidal (radicalidad, pobreza y catequesis), evangelización-caridad y Catecismo de la Iglesia Católica.
Publicado: BOA 2012, 178.
Si a una persona suficientemente informada de la Diócesis de Santiago e incluso de Galicia se le preguntara quién reúne el ser sacerdote, catequista, fundador y amigo de los pobres, difícilmente se equivocaría: D. Baltasar Pardal (1886-1963). Yo lo conocí por la Grande Obra de Atocha y particularmente por sus hijas. Traté a las Hijas de la Natividad de María en esta Casa, en Santiago de Compostela (Seminario, Casa de Ejercicios, Residencia del Arzobispo), Puentedeume y Arzúa. Bien talladas según el carisma transmitido por D. Baltasar e identificadas claramente como pertenecientes a una misma familia espiritual: serviciales, sacrificadas, trabajadoras, humildes, generosas, sencillas, piadosas, amantes de la Iglesia, pacientes y gozosas con su vocación. Es uno de los recuerdos más entrañables que me llevé de Santiago y que me acompaña siempre. Aquí quedó parte de mi corazón y me alegro de volver a encontrarme con él y con todos vosotros1.
Las coordenadas de tiempo y lugar de D. Baltasar son las siguientes: Se formó en el Seminario de Santiago de Compostela desde el año 1900; recibió la ordenación sacerdotal en 1910. Transcurrió su vida ministerial casi enteramente en La Coruña; aquí se forjó su personalidad apostólica, aquí gastó y desgastó su vida, en La Coruña murió; y aquí, en la Capilla junto al sagrario, a cuya proximidad condujo a miles de niños, reposan sus restos mortales esperando la resurrección. El 18-12-1997 presidió la celebración de apertura del proceso de beatificación en La Coruña el actual arzobispo de la Diócesis compostelana D. Julián Barrio. Deseamos que pronto podamos reunirnos gozosamente para celebrar la beatificación. Al parecer es inminente la declaración de venerable. Será el comienzo del reconocimiento oficial de sus virtudes cristianas, sacerdotales y apostólicas. Aquí se oye el rumor de su fama de santidad y se descubren sus huellas evangélicas.
D. Baltasar, después de estar pocos meses en Betanzos, tomó posesión el 12-2-1913 de su nuevo cargo de coadjutor en la Parroquia de San Nicolás de La Coruña, con el destino especial de capellán del Barrio popular de Atocha. Su atención se centró especialmente en el Catecismo. D. Leoncio Barrio Lage se encargó de los niños en la Capilla de San Roque, y D. Baltasar de las niñas, que atendía en la Capilla de Nuestra Señora de Atocha. A este Catecismo se dedicó en cuerpo y alma, primero con todo su empuje de sacerdote joven y entusiasmado con su ministerio, y más tarde con la escucha atenta y la fidelidad paciente a la llamada especial de Dios.
Dos rasgos podemos decir, quizá simplificando, que sobresalen en D. Baltasar: La dedicación a la catequesis y la atención a los necesitados. La catequesis fue su gran pasión apostólica. Cuando el Arzobispo lo puso ante el dilema: o canónigo magistral de la Colegiata o capellán del Catecismo, no dudó un instante en elegir el Catecismo, pero le cayeron las dos cosas como ocurre frecuentemente en la Iglesia. Al ser temporalmente cerrado en 1931 y ser perseguido D. Baltasar, corriendo peligro su vida, se dedicó con algunas personas del incipiente Instituto a dar catequesis en algunas parroquias. Fue nombrado en 1933 moderador de la catequesis en la Archidiócesis por el arzobispo de Santiago P. Zacarías Martínez, que conocía su carisma de catequista. La organizó en poco tiempo en doce circunscripciones, 143 zonas y 1064 centros de catequesis. Publicó una adaptación del famoso Catecismo del P. Astete y otros escritos de apoyo. En las famosas “fiestas del Catecismo” celebradas en las diversas zonas convocó a muchas familias, niños y catequistas. El Año compostelano de 1937 reunió a más de 22.000 niños, 2.000 catequistas, 627 maestros y 528 sacerdotes. Además de esta gran tarea diocesana, D. Baltasar participó en numerosos congresos de catequesis nacionales y en Roma. La catequesis ocupó el lugar relevante que le corresponde en la vida de la Iglesia2.
El segundo rasgo de la vida pastoral de D. Baltasar fue la cercanía a los necesitados. Cuando fue nombrado capellán del Barrio de Atocha se mostró nítidamente esta veta humano-cristiano-apostólica. «Fue aquí donde se distinguió como gran apóstol de los necesitados. Instrumento fiel de Dios para la transformación del Barrio, se propuso construir la “Grande Obra de Atocha”, compuesta por una iglesia, una escuela grande, y fábricas y mesas para los obreros. Con tal fin comenzó a mendigar por todas las casas de La Coruña»3. Fue D. Baltasar un sacerdote impulsado por un dinamismo evangelizador incontenible, que se tradujo particularmente en la catequesis, y en la cercanía y ayuda a los necesitados. Fue un apóstol, un misionero, un evangelizador, que unió con buen instinto evangélico la catequesis al servicio a la Palabra de Dios, a los sacramentos y al amor a los pobres como señal de acreditación y testimonio evangélico. Nunca olvidó sus orígenes de familia pobre; compartió las estrecheces económicas con su entorno, que por su experiencia comprendió mejor. Su padre había emigrado a Argentina para conseguir algunos recursos; y la madre, profundamente religiosa, cuidó a los hijos y veló por su educación.
1. Palabra, sacramentos, caridad
En los documentos del Vaticano II se ha seguido de una forma consecuente la trilogía ministerial de Jesús (Profeta, Sacerdote y Rey) y se ha aplicado a todos los miembros y ministerios en la Iglesia, obispos, presbíteros, diáconos, laicos y pueblo de Dios como tal. Al mismo tiempo se han diversificado las acciones fundamentales de la Iglesia en tres campos: predicación de la Palabra, celebración de los sacramentos y servicio de la caridad. Los sacerdotes, en concreto, somos ministros de la Palabra, de los sacramentos y de la caridad.
En las dos últimas Asambleas del Sínodo de los Obispos se ha elegido intencionadamente una formulación paralela y complementaria en el enunciado del título de cada Asamblea: “La Eucaristía en la vida y misión de la Iglesia” y “La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia”. El lema del III Encuentro en Villagarcía de Campos de Obispos, Vicarios, Arciprestes, Delegados y Directores de Cáritas, celebrado los días 27 al 29-2-2012, ha sido “La caridad en la vida y misión de la Iglesia”. Sabiendo que aquí “caridad” es una realidad más amplia, que no se identifica con Cáritas como organización de la caridad en la Iglesia. Cáritas es Iglesia y la Iglesia es también Cáritas.
La cuestión que se plantea es la siguiente: Las tres perspectivas son necesarias, son inseparables; pero, ¿cómo interaccionan? ¿Cómo se refuerzan mutuamente la palabra pronunciada “verbalmente” y la palabra hecha gesto y hecha signo sacramental? ¿Por qué Jesús en persona es Palabra de Dios y, por ello, todo lo que “hizo y dijo” es elocuente? ¿Qué armonización debe haber entre enseñanza y actuación caritativa? En este sentido, a mí me parece ejemplar la unión que vivió y enseñó D. Baltasar entre la catequesis, la Misa con la visita al sagrario y la atención a los necesitados. A nadie se le debe imponer la fe; pero la predicación es más incisiva si va unida al amor. San Vicente de Paúl dijo con admirable penetración de la condición humana: Los pobres nos perdonan lo que les damos porque los amamos. Dar no basta; el que practica la generosidad debe darse a sí mismo y ofrecer también a Dios.
El amor cristiano es evangelizador (cf. Jn 13,34-35), ya que es un amor en el que el corazón de la persona se pone en los labios, actúa en las manos y alienta en los dones y limosnas. ¿No se ha producido a veces una cierta secularización, reduciendo a promoción humana y social la oferta de lo que damos? La revelación de Dios ha acontecido en obras y palabras íntimamente unidas: las obras respaldan a las palabras para que no queden huecas, y las palabras explicitan las obras para que no sean mudas. En ocasiones la Iglesia quizá tenga que limitarse a las obras, pero no siempre ni mucho menos. ¡No seamos cristianos que tengan miedo a hablar de Dios como el Padre que nos trata bien! Evangelizar significa transmitir buenas noticias de Dios. Es digno de admiración un cristiano que con libertad y sencillez dice claramente lo que cree y lo que piensa; en cambio, produce pena el que esconde su fe por no desentonar.
Estoy convencido de que D. Baltasar habría sintonizado desde el primer momento con la “nueva evangelización”, a la que nos invitó Juan Pablo II y que continúa de forma más organizada Benedicto XVI. Habría dicho D. Baltasar: “¡Si esto es lo que yo había intuido! En este Barrio de Atocha yo quise reavivar la fe y el amor cristianos”. Hoy vemos que «naciones un tiempo ricas en fe y vocaciones van perdiendo su identidad bajo la influencia de una cultura secularizada» (Verbum Domini, 96) . Siempre, y particularmente en esta situación, es necesario subrayar la relación intrínseca entre comunicación de la Palabra de Dios y testimonio cristiano. Para D. Baltasar fue una acción con dos laderas: la catequesis y la atención a los necesitados. La palabra de la predicación necesita el refuerzo del testimonio para que sea creíble, y las acciones requieren ser explicitadas en su significación. ¿Por qué hacer esto o lo otro? ¿Por qué vivir así? ¿Por qué seguir esta vocación? ¡Que las acciones no sean ciegas ni las palabras huecas! Todo auténtico evangelizador, ahora y antes, tiene muy en cuenta esta relación. La luz de la Verdad del Evangelio y la luz del Amor de Dios en Cristo no se esconden, sino que se ponen sobre el candelero; no para aparentar, sino para cumplir la misión confiada por el Señor.
Existe una interacción entre servicio a la Palabra de Dios, a los sacramentos y a la caridad. Son inseparables y uno incide en los otros. Es un acierto que se hayan mantenido sin traducir las palabras cristianas Evangelio, Eucaristía y cáritas. El tenor original de las palabras nos ayuda a mantener la autenticidad de esas realidades cristianas fundamentales.
En este contexto, las siguientes expresiones revelan fecunda asimilación evangélica. D. Baltasar dijo de los sacerdotes: «Ser el Evangelio personificado es el ideal del sacerdote cristiano. A esto debe aspirar». D. Baltasar dejó una estela luminosa como buen pastor y como eficaz instrumento de Jesucristo; ministerio y vida se fusionaron en él ejemplarmente.
La alegría es inherente a la fe: «Dichosa tú porque has creído», dijo Isabel a María (Lc 1,45). «El Dios de la esperanza os colme de gozo y paz en la fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). La alegría es una acreditación del evangelizador, del hijo de Dios, del trabajador en el campo del Señor. «Sed aleluyas de Resurrección, portadoras de esperanza, buen humor, optimismo e ilusión» (D. Baltasar). En la fe germinan y crecen alegría, serenidad y confianza (cf. Is 7,9; 28,16; 30,15).
«Nunca apareció Dios tan grande y admirable, como cuando apareció más pequeño» (D. Baltasar). La fiesta de Navidad fue vivida intensamente en la Grande Obra de Atocha. ¿No están relacionados la celebración gozosa del nacimiento de Jesús y el misterio del Hijo de Dios hecho débil, pequeño e indigente? «La educación es la más noble de las empresas y el mejor bien que se puede hacer al hombre». «Con Dios, todo; sin Dios, nada». La sabiduría, la experiencia, la fe, el amor cristianos de D. Baltasar han cuajado en frases que por una parte abren la puerta a un horizonte luminoso y por otra resumen un camino largo. Son palabras recogidas con amor por sus Hijas de la Natividad, que por su hondura y elocuencia son recordadas frecuentemente, sin preocupación por datarlas en tiempo preciso4.
Hay, enseña la Exhortación Apostólica postsinodal Verbum Domini (30-9-2010), una «circularidad entre testimonio y Palabra» (n. 98). Y antes había dicho Pablo VI en Evangelii nuntiandi, 22 que nuestra responsabilidad no se limita a sugerir al mundo valores compartidos; hace falta que se llegue al anuncio explícito de la Palabra de Dios, y solo así seremos fieles al mandato de Cristo: «La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios».
D. Baltasar no habría pasado junto al herido del camino dando un rodeo, ni se habría limitado a transmitir unos “valores”, que se comparten más o menos con el ambiente cultural, pero que no son estrictamente evangélicos. ¡Caminen unidas vida con transparencia evangélica y enseñanza cristiana sin ocultamientos! A veces, so pretexto del derecho de las “minorías”, quizá en nuestros colegios también, silenciamos lo propio cristiano, dejando la catequización muy enflaquecida y casi vacía. Hablemos con claridad y respeto, sin imposiciones ni alardes, pero sin falso pudor ni permitir que se recluya en la privacidad de la comunidad cristiana o de la familia practicante la Palabra del Señor y la profesión de la fe. Los testimonios procedentes de Iglesias que padecen persecución o son cortésmente marginadas eran en el Sínodo un aldabonazo para que el Verbum mundo, como se titula la parte tercera de la Exhortación, no sea desvaído. Los hombres están esperando de nosotros la unión entre testimonio y palabra, catequesis y atención a los pobres. No basta ni aquella sin esta ni esta sin aquella. «Deseo reiterar, dice el Papa, que la religión nunca puede justificar intolerancia o guerras. No se puede utilizar la violencia en nombre de Dios» (n. 102). Y también escribió lo siguiente: «La fuerza profética de la Palabra de Dios actúa y nos repite que la paz es posible y que debemos ser instrumentos de reconciliación y de paz» (n. 102).
D. Baltasar fue un hombre de esperanza y sembrador de esperanza en este Barrio. Allí donde se enciende la luz en medio de las tinieblas de las personas y donde se abre la puerta al futuro en personas como tiradas al borde del camino, se está ejercitando el ministerio precioso de esperar con otros y a favor de otros. «Lo que la Iglesia anuncia al mundo es el Logos de la esperanza (cf. 1P 3,15); el hombre necesita la gran esperanza para poder vivir el propio presente, la gran esperanza que es el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo (Jn 13,1)» (Verbum Domini, 91). Jesús es el “Narrador de Dios” (Jn 1,18). Es, según san Ireneo, el “Revelador del Padre”. Es el “Exegeta de Dios”, a quien nadie ha visto jamás. «Es imagen del Dios invisible» (Col 1,15). Nosotros, los cristianos, somos al mismo tiempo destinatarios de la revelación divina y también sus transmisores (cf. n. 91).
2. Dos rasgos de su fisonomía espiritual: radicalidad cristiana y pobreza evangélica
Entre los rasgos de su espiritualidad pastoral hay uno que llama particularmente llama la atención: la radicalidad, es decir, ir a la raíz. Dice así Augustinovich, p. 82: «Un temple “extremista” desvela el misterio de sus éxitos: la entrega total a un ideal». «Al Señor, dirá D. Baltasar, no le gustan las cosas a medias y a mí tampoco». O todo o nada. Su entrega fue total al Catecismo, a la misión sacerdotal, a la Gran Obra de Atocha. El único estímulo de esta entrega fue su caridad. Está persuadido de que sin caridad no hay vida. Como Pablo, se siente urgido por el amor de Cristo (cf. 2Co 5,14). El amor moviliza todas las potencialidades del hombre. «La caridad hace de uno lo que es y lo que debe ser». Por otro lado, está convencido de que «ninguna obra buena se viene abajo por falta de dinero, si abunda el amor». «Si nos compadecemos de los demás, Dios mira por nosotros».
D. Baltasar sabe que la mediocridad no sacia el corazón de la persona, ni realiza nada importante en la vida. Frente a la mediocridad, los cálculos falsamente prudentes y las cautelas y componendas, se entrega de lleno, enteramente a la misión que Dios le confía. Por eso podía aparecer a veces impositivo; la ambigüedad y vacilación proceden de una decisión menguada. En Cristo las promesas de Dios son “sí”; no fueron “sí” y “no” (cf. 2Co 1,19).
¡Qué bien se hubiera sentido D. Baltasar con el lema de este año para la Jornada del Seminario!: “Pasión por el Evangelio”, es decir, determinación sin condiciones ni reservas, entusiasmo, entrega, alegría y dedicación. Lo contrario sería, como dijo san Juan de Ávila, “barato de almas”.
Otro rasgo iluminador de su espiritualidad, vivido con sinceridad, autenticidad, sin ideologizaciones ni fachadas de imagen, fue la pobreza, que abarca todo el arco de actitudes que aparece en el Evangelio: la pobreza que es sencillez, infancia espiritual y transparencia de espíritu; la pobreza que es poner el corazón no en el dinero y las seguridades, sino en Dios; la pobreza que es participar en la suerte de los pobres, compartiéndola en la proximidad, con la ayuda posible y sin “desclasarse”. El Hijo de Dios, al encarnarse, descendió; hizo la opción de ser pobre (cf. Flp 2,6-7; 2Co 8,9).
«Para Jesús, el niño es símbolo del pobre, del hombre que no se vale por sí mismo, que debe ser “acogido”, es decir, ayudado por otros para conseguir lo que necesita y que él mismo no puede procurarse (cf. Mt 18,3-11; 19,13-15). Por eso, Jesús amó al pobre como amó al niño; en Él, estos dos amores se motivan mutuamente» (p. 85). «En la escuela de Jesús, D. Baltasar aprendió su propio amor al pobre, con sinceridad y convicción cristiana, pero calladamente».
La Grande Obra de Atocha, porque pertenecía a Dios y en ella Dios actuaba, llevaba la marca paradójica de la grandeza en la debilidad: Grande Iglesia, Grande Escuela, Gran Taller, Gran Cocina. «La pobreza del Barrio de Atocha hizo nacer en él la idea de la Grande Obra. Se preocupó de las necesidades materiales y morales del Barrio. Como base de la Grande Obra pone precisamente la “Gran Cocina”. A los niños quiso educarlos y también darles de comer. Visitaba a las familias para recabar fondos para la Grande Obra: “Suscitar la caridad de los demás para el consuelo de los pobres”. Quiso compenetrarse con el Barrio y asimilar en su propia persona la vida del Barrio. Se acercó evangélica y apostólicamente, “para compenetrarse más y más con el Barrio, ver más de cerca sus necesidades, ponerse en contacto con sus penas, tocar sus mismas miserias; para asemejarse a ellos, viendo y sintiendo lo más íntimamente posible su vida: bajar y descender hasta lo más ínfimo… Las necesidades que he visto y que he tocado no son para decir, sino para sentir; y solo se pueden sentir aproximándose los corazones”. Esta sintonía con los pobres es evangelizadora, y el Evangelio la nutre y promueve. Poco a poco cambió el Barrio»5.
Su preocupación son principalmente los niños pobres, pero está abierto igualmente a todos los problemas sociales: la mujer trabajadora, la solidaridad y compartición, el salario justo para el obrero. En la celebración del mes de mayo en la Capilla de Atocha, un domingo la escenificación tenía como protagonistas a las niñas “huerfanitas”, y el otro, la niña “mendiga”, la “pobre”, la “obrera” y la “ciega” (p. 87). «Mientras haya en el Sagrario un Hambriento y pobres hambrientos junto al Sagrario, no habrá tiempo en esta Obra para pensar, hablar, comentar o tratar otros intereses que no sean la eucaristía y los pobres» (Baltasar Pardal). ¡Admirable! El grito de Jesús en la cruz, «Sitio» (‘tengo sed’) (Jn 19,28), escuchado hondamente, está en la base de la reciente congregación contemplativa de Lerma Jesu comunio. Jesús padece hambre en todos los hambrientos de la tierra, de cerca y de lejos; y la comunión con Cristo, que se identifica con los que sufren hambre y sed, están enfermos y desamparados, en el cuerpo y en el espíritu, impulsa a sus discípulos a acogerlos, a hacerse prójimos de ellos y a ejercitar el amor cordial y eficaz con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (cf. Mt 25,35-40; Lc 10,33-37).
3. Sagrada Escritura y catequesis
Es interesante tener presente cómo D. Baltasar pone por base de la preparación catequética y de la catequesis en general la Sagrada Escritura, la Historia Sagrada. Los centros de sus catequesis, las “estrellas”, son, con buen instinto, Jesucristo, la Eucaristía y la Virgen María.
D. Baltasar no fue exegeta ni un técnico en la interpretación de la Sagrada Escritura. Fue oyente orante y fiel de la Palabra de Dios, testimoniada y consignada por escrito en la Sagrada Escritura. La leyó, estudió y utilizó como un buen estudiante de Teología y como un buen pastor, tanto en la predicación como particularmente en la catequesis. Así como a María le fluía la Palabra de Dios, porque ella habitaba en la Casa de la Palabra y la Palabra habitaba en su corazón, como muestra con numerosas referencias el Magníficat, de manera semejante D. Baltasar tenía en la Escritura su campo más fecundo, su seguridad más firme y abundante repertorio de textos y de orientaciones. La autoridad de la Sagrada Escritura leída en la Iglesia le garantiza acierto y seguridad.
En sus escritos son numerosas las citas tanto del Nuevo Testamento como del Antiguo Testamento. La lectura de la Historia Sagrada y la celebración de la liturgia actualizan la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia. Leía la Escritura como Palabra de Dios, interpretada por el Magisterio de la Iglesia, con ayuda de los libros estudiados y también a la luz de su maduración espiritual (cf. p. 209). Merece la pena estudiar con detenimiento la forma de leer y utilizar pastoralmente la Sagrada Escritura. La utilizó “a su modo”. Utiliza la Vulgata como versión de la Sagrada Escritura, o alguna versión castellana de la Vulgata, no de los originales.
«D. Baltasar era verdaderamente hombre de la Biblia. Se podría decir que siempre hablaba parafraseando la Biblia» (p. 247). El estilo de D. Baltasar es el de predicador, y así también utiliza la Biblia. «Consiste principalmente en la acomodación de los textos bíblicos a las situaciones espirituales de los oyentes o de los lectores, o en general de las realidades que se quiere ilustrar. No hay preocupación por el sentido realmente “bíblico” del texto. La Biblia sirve simplemente como punto de partida y como apoyo interpretado para desarrollar una idea» (p. 249).
D. Baltasar era hombre de acción y de grandes convicciones (cf. p. 264); lo que vivió y creyó, lo enseñó con insistencia y simplificación, con persuasión personal que transmitía luz y amor.
4. Catecismo de la Iglesia Católica y una generación de catequistas
D. Baltasar fue un sacerdote, un pastor, en quien la dedicación a la catequesis ocupó su corazón, su tiempo, su entrega apostólica. Fue un educador. Recuérdese la admiración que sintió por el P. Manjón, cuyas escuelas del Ave María visitó con detenimiento.
En este contexto quiero recordar el Catecismo de la Iglesia Católica , promulgado por Juan Pablo II el 11-10-1992 . Esta fecha (11 de octubre) ha quedado consagrada por acontecimientos de extraordinario relieve en la historia contemporánea de la Iglesia. El 11-10-1962 tuvo lugar la solemne apertura del Concilio Vaticano II ; y treinta años más tarde, el mismo día, la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, que «es uno de los frutos más importantes del Concilio Vaticano II» (Carta Porta fidei del papa Benedicto XVI, firmada el 11-10-2011) , que está relacionado con el Concilio y por ello con el 11 de octubre. También la fiesta del beato Juan XXIII ha sido fijada para el 11 de octubre, ya que su ministerio papal está íntimamente unido al anuncio, convocatoria, preparación, inauguración y presidencia del primer periodo conciliar (también la Fiesta de la Virgen de Begoña en Bilbao es el día 11 de octubre). Por esto, el Papa ha convocado el Año de la Fe, que discurrirá desde el 11-10-2012 hasta la Fiesta de Cristo Rey, el 24-11-2013. Dentro de este marco tendrá lugar la Asamblea del Sínodo de los Obispos, en el mes de octubre próximo . El Año de la Fe nos orienta a los fundamentos de la vida cristiana y de la nueva evangelización. La fe en Dios es la prioridad pastoral.
Se debe cultivar el sentido integral de la fe cristiana frente a la situación actual, marcada por una ignorancia supina de la fe cristiana y por un “analfabetismo religioso”; por una dispersión en la confesión de la misma fe, como si cada uno pudiéramos construirnos el mundo de la fe eligiendo de una parte o de otra a nuestro capricho; con el riesgo de reducir la fe, que es actitud y contenidos, a un sentimiento inconcreto y a unas actitudes difusas. Da la impresión de que la comunión en la fe de la Iglesia como aceptación de lo revelado por Dios se ha diluido bastante. El Papa ha hablado con alguna frecuencia últimamente de “emergencia educativa”, originada entre otros factores por el relativismo que socava la posibilidad de una educación entendida como introducción al conocimiento de la verdad y del sentido profundo de la realidad, y consiguientemente como progresiva introducción a la Verdad que es Dios. Pues bien, en este contexto es muy importante que en el Año de la Fe recordemos el Catecismo de la Iglesia Católica, lo recibamos con docilidad como Magisterio papal, lo estudiemos y leamos detenidamente, ya que fue bastante extendida la actitud suspicaz cuando fue hecho público. El Concilio de Trento promulgó su Catecismo dirigido a los párrocos. El Catecismo del Vaticano II (podemos así decir, porque el magisterio conciliar del Vaticano II, que se benefició de la renovación teológica anterior, está recogido en él como doctrina auténtica y segura) tiene como destinatarios a obispos, sacerdotes, catequetas, Iglesia… Encareciendo el sentido del Catecismo, escribió Juan Pablo II en la Constitución Fidei depositum: «Este Catecismo es una contribución importantísima a la obra de renovación de la vida eclesial… Lo considero una regla segura para la enseñanza de la fe y un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial». La confianza que transmiten estas palabras da serenidad en la situación presente sobre la verdad acerca de Dios y del hombre.
El Catecismo de la Iglesia Católica está estructurado siguiendo los cuatro pilares de la iniciación cristiana: La profesión de la fe (el credo), la celebración del misterio cristiano (los sacramentos), la vida en Cristo (los diez mandamientos) y la oración en la vida cristiana (el padrenuestro).
El Catecismo no es un manual de Teología en pequeño; es una presentación sistemática y orgánica, completa y armoniosa de lo que la Iglesia ha recibido, comparte en su vida y quiere transmitir a las generaciones futuras para que sean iniciadas cristianamente. El Catecismo de la Iglesia Católica es el texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica y muy particularmente para la elaboración de los catecismos locales. Es una síntesis de la fe de la Iglesia en su objetividad, garantizada por el Magisterio del papa con la colaboración de los demás obispos.
La catequesis tiende a alimentar, a cuidar, a acompañar el crecimiento en la fe del cristiano. Forma parte de la actividad maternal de la Iglesia que desea la formación de Cristo en sus hijos. El Catecismo enuncia más que argumenta, tiende menos a convencer y persuadir que a exponer y testimoniar. La Teología es una reflexión sobre la fe cristiana; el Catecismo es una exposición eclesial —no particular— de la fe cristiana6.
Notas:
[1] Las Hijas de la Natividad de María fueron y son el alma de la Grande Obra de Atocha. Es un Instituto Secular Femenino. Con la publicación por Pío XII el 2-2-1947 de la Constitución Provida Mater Ecclesia, vio D. Baltasar la solución canónica a la vida consagrada de muchas señoritas que venía gestándose aproximadamente desde los años veinte. Son consagradas en el mundo; llevan una vida secular con la profesión de los tres consejos evangélicos. El 11-12-1950 dio la Santa Sede el “nihil obstat” para su erección; y el 19-3-1951 (día de san José) el cardenal Fernando Quiroga firmó el Decreto de erección. El 15-10-1977 la Santa Sede aprobó el Instituto.
Las caracterizan los siguientes rasgos: infancia espiritual que nace del mismo Evangelio; acendrado carácter mariano (la “Morenita” ocupó un lugar apostólico en su corazón y en su Obra de Atocha); carisma apostólico en la enseñanza, la catequesis, la evangelización de los pobres y el cuidado por la promoción humana integral de la mujer; humildad con normalidad y transparencia; serena unión de familia; espíritu de sacrificio, pues «la cruz, en palabras de D. Baltasar, ha de ser la señal que distinga nuestra Obra»; el espíritu eucarístico las caracteriza como fuente de su vida, por su centralidad catequética. Estatutos. Instituto Secular Femenino “Hijas de la Natividad de María”, La Coruña 1995. D. Baltasar Pardal: Natividad. Para las niñas y todas las que quieran hacerse como ellas (colección de artículos publicados en la sección especial de la Revista La Grande Obra de Atocha), La Coruña 1992. Id., Recuerdo de la comunión de la Fiesta de la Virgen de Atocha, La Coruña 1923. Cada detalle del simbolismo del sagrario está muy cuidado catequéticamente.
[2] Cf. Juan José Cebrián Franco, Obispos de Iria y Arzobispos de Santiago de Compostela, Santiago de Compostela 1997, pp. 325-331. El P. Zacarías Martínez era agustino, nacido en la Diócesis de Osma. Fue obispo en Huesca, y luego en Vitoria, al pasar Eijo Garay a la sede de Madrid. Entró en Santiago el 16-5-1928; durante la sede vacante gobernó la Diócesis de Santiago el pensador original y fecundo D. Ángel Amor Rubial. Entró en la Diócesis ya enfermo. Hizo venir a Santiago a D. Pedro de Asúa, sacerdote arquitecto del excelente Seminario de Vitoria. Fue para estudiar la posibilidad de algunas obras en el Seminario de San Martín Pinario. Murió martirizado, y está abierto el proceso de beatificación; había nacido en Valmaseda, actual Diócesis de Bilbao. El P. Zacarías murió el 6-9-1933. La adaptación del Catecismo de la Doctrina Cristiana del P. Gaspar Astete realizada por D. Baltasar fue extendida como obligatoria a la Archidiócesis de Santiago por el arzobispo D. Tomás Muniz Pablos en 1937.
[3] Teresa Seoane Faraldo, “Pardal Vidal, Baldasarre”, en: Bibliotheca Sanctorum, Appendice seconda, col. 1088. Id., Una vida de fe y confianza: Baltasar Pardal Vidal, La Coruña 1996.
[4] El título del libro de Agustín Augustinovich, Un cura, evangelio viviente (Santiago de Compostela 2006), me parece muy acertado. Cristo en persona es la Palabra de Dios, y D. Baltasar fue palabra evangélica por su catequesis y su existencia. A este libro se refieren las citas si no consta lo contrario.
[5] «El Catecismo de Atocha supuso la regeneración del barrio» (Vicente Cárcel Ortiz, “Pardal Vidal, Baltasar”, en: Diccionario de sacerdotes diocesanos españoles del siglo XX, Madrid 2001, p. 868).
[6] Cf. Ricardo Blázquez, “Teología y catecismo”, en Transmitir el Evangelio de la verdad, Valencia 1997, pp. 217-221. El Catecismo de la Iglesia Católica está llamado a consolidar una nueva etapa de la catequesis en España. Cuando estamos inmersos en esta tarea, es oportuno recordar a una generación de sacerdotes, catequistas y pedagogos españoles que renovaron en su momento la catequesis. Hacemos memoria de ellos, solo de algunos, con inmensa gratitud. Ellos prestaron la atención debida a la catequesis como pilar básico de la comunidad parroquial. He aquí algunos nombres: D. Baltasar Pardal Vidal (Diccionario de sacerdotes diocesanos españoles del siglo XX, pp. 864-869); D. Andrés Manjón, sacerdote de Granada (ibíd., pp. 727-729); D. Nicolás González del Solar López de la Calle, párroco de San Nicolás de Bilbao (ibíd., pp. 565-566.; Vicente María Pedrosa, “Ochenta años de catequesis en la Iglesia de España”, en: Actualidad Catequética 100=1980, pp. 67-68); san Pedro Poveda, sacerdote de la Diócesis de Guadix y fundador de la Institución Teresiana (Diccionario, pp. 918-920; Ángeles Galino, El pensamiento pedagógico del padre Poveda, Madrid, 1951); Mons. beato Manuel González, originario de la Diócesis de Sevilla, obispo en Málaga y Palencia (Luis Resines, Historia de la Catequesis en Castilla y León, Salamanca 2002, pp. 244-246); Mons. Daniel Llorente, originario de la Diócesis de Valladolid y obispo de Segovia (Luis Resines, Obra y pensamiento de Daniel Llorente, Valladolid 1981); D. Francisco Esteban, sacerdote de Ávila (Diccionario, pp. 429-430; Luis Resines, Historia de la Catequesis en Castilla y León, pp. 246-250).