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Consideraciones
Visita ad limina apostolorum 2005
Respuesta a la relación 1996-2004
de la Archidiócesis de Valladolid
20 de junio de 2005
Publicado: BOA 2005, 294.
Excelencia:
Doy respuesta a la Relación sobre el estado de la Archidiócesis, que Vuestra Excelencia presentó con motivo de la visita ad Limina cumplida por los señores obispos de España a comienzos del presente año.
Saludo cordialmente a Vuestra Excelencia y a todos los fieles de la comunidad diocesana confiada a sus cuidados, a la vez que hago votos para que al inicio de este tercer milenio sepan anunciar con renovado vigor a Aquel que es «esperanza de la gloria» (Col 1,27).
He leído con interés y ánimo cercano la Memoria, prestando particular atención a las páginas finales en las que, en síntesis apretada, se resume su contenido. Vuestra Excelencia valora con clarividencia algunos aspectos relevantes de la realidad viva de la Archidiócesis, si bien se trata de asuntos que no tienen que ver sólo con ella, sino que conciernen en buena medida a gran parte de las diócesis de España. A ello se refería también el Santo Padre Juan Pablo II, de feliz memoria, en el Discurso que dirigió a los señores obispos de España en el pasado mes de enero : «En los últimos años (...) han cambiado muchas cosas en el ámbito social, económico y también religioso, dando paso a veces a la indiferencia religiosa y a un cierto relativismo moral, que influyen en la práctica cristiana y que afectan consiguientemente a las estructuras sociales mismas» (24-1-2005, 3) Algunas de las estadísticas que ofrece la Memoria, relativas, por ejemplo, al número de matrimonios canónicos o de confirmación, demuestran la verdad que encierran estas palabras.
Vuestra excelencia observa que es preciso despertar a los fieles laicos para que tomen conciencia de los nuevos tiempos y de la nueva sociedad en la que viven y en la que deben realizar su misión como cristianos. Ecclesia in Europa lo ha recordado a todos con palabras iluminadas al afirmar que el anuncio del Evangelio de la esperanza comporta que «se promueva el paso de una fe sostenida por la costumbre social, por apreciable que sea, a una fe más personal y adulta» (n. 50). En este empeño la Archidiócesis de Valladolid no parte ni mucho menos de cero, sino que cuenta con un notable patrimonio de fe y de religiosidad. Los cambios sociales en acto hacen, sin embargo, que resulten necesarios y urgentes nuevos empeños e iniciativas.
En este contexto siguen siendo plenamente válidas las conclusiones de la Asamblea Diocesana de 1996 que ponían el énfasis en la necesidad de mejorar la formación de los fieles, cuidar para que las celebraciones litúrgicas sean más vivas y gozosas, impulsar a los laicos a no esconder su fe en las circunstancias y en los ámbitos en que se desarrollan sus vidas.
En este sentido hay que animar constantemente, acompañar de cerca y sostener las labores de la Escuela Diocesana de Liturgia y los trabajos para la formación de los miembros de los equipos litúrgicos, la válida iniciativa de los encuentros con profesores universitarios, que deben servir para iluminar las cuestiones que se debaten hoy en varias instancias sociales; la atención preferente que, por razón de su número y calidad, requieren los catequistas; los pacientes esfuerzos para dotar de mayor hondura a las manifestaciones de la rica piedad popular, que forman parte de la identidad histórica de ese pueblo. Una particular mención merece cuanto se viene haciendo a favor del elevado número de religiosas de vida contemplativa presentes en la Archidiócesis: deben tener plena conciencia de que la Iglesia tiene necesidad “vital” de la santidad de su entrega. Las particulares circunstancias por las que pasan hoy algunos de sus monasterios hacen especialmente oportuno un prudente y eficaz acompañamiento.
La nueva evangelización exige testimonios fuertes, decididos, de la vida nueva en Cristo que anima a los cristianos. En ella corresponde un papel fundamental a los pastores de almas. Son muchos los laicos bien dispuestos, competentes y hondamente cristianos, que necesitan que el sacerdote sea verdaderamente alma de sus comunidades con una guía discreta alegre y positiva, que impulse, sostenga, fortalezca, sugiera y modere. Las circunstancias exteriores adversas y la fragilidad personal de muchos cristianos hacen hoy más necesario personalizar la atención espiritual, para ayudarles a asumir de manera coherente las propias responsabilidades familiares y sociales y ofrecer a cada persona los cuidados necesarios. Esto requiere contar con un número suficiente de sacerdotes que asuman gozosamente los retos del momento presente y quieran gastarse completamente (cf. 2Co 12,15), no con cálculos cicateros sino con gozo y ánimo pródigo, al servicio de la misión consciente de que es el sentido de su sacerdocio y la raíz de su realización y felicidad personal.
Se entiende bien entonces la preocupación de Vuestra Excelencia por la pastoral vocacional y por la formación de los seminaristas. El seminario es, en efecto, «institución primaria de la diócesis» y debe contar con «las atenciones más intensas y asiduas» del ministerio pastoral del obispo (Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 84) . El seminario se presenta por tanto como tarea decisiva para una diócesis: en él se deben forjar esos sacerdotes nuevos que Usted acertadamente defiende con tres notas realmente fundamentales: «amor grande a la Iglesia, comunión activa y efectiva, enamorados de su tarea sacerdotal». Son estas notas características, las que deben hacer de los seminaristas los primeros responsables, me atrevería a decir, de la pastoral vocacional, colaboradores en primera línea de una pastoral juvenil que no duda en proponer, con audacia y de manera atrayente, «la medida alta de la santidad» (Tertio millennio ineunte, 31).
De este modo, la Iglesia, orgánicamente estructurada en la variedad de sus dones y carismas, será efectivamente sal y fermento en el mundo y para el mundo de hoy: comunidad de creyentes, santificada por el Espíritu, con irrepetible y eficaz vocación de universalidad, pues Dios la ha querido como casa común y arca de salvación para todos los hombres.
Excelencia, al poner fin a estas breves consideraciones, surgidas al hilo de la lectura de la Relación de referencia, me es particularmente grato comunicarle que el Santo Padre, en su solicitud por esa Iglesia particular de Valladolid, imparte de buen grado la Bendición Apostólica a usted y a todos los miembros de la comunidad diocesana.
Por mi parte, me sirvo de esta circunstancia para hacerle llegar mi más cordial y fraterno saludo, mientras me confirmo de Vuestra Excelencia devmo. en el Señor.
† Giovanni Battista Card. Re, Prefecto de la Congregación para los Obispos