Arzobispo
Braulio Rodríguez Plaza

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Carta semanal

Salvados, pero ¿por quién?

23 de marzo de 2003


Publicado: BOA 2003, 138.


Tal vez es posible hoy reconocer que el ser humano, al margen de cómo sea entendido, tiene que ser salvado de los obstáculos que se cruzan en su camino hacia el cumplimiento de sí mismo, que es en lo que consiste positivamente la salvación. Pero surge enseguida la cuestión: ¿por qué los cristianos atribuyen esa salvación a Jesucristo? ¿De dónde sacáis vosotros —se nos pregunta— que esa salvación ha sido realizada y se alcanza a través de la persona y de la obra de Jesús? ¿Por qué y en qué Cristo es Salvador, que corresponde precisamente a las necesidades o al deseo de salvación que acabamos de reconocer?

Es curioso que la persona de Jesús, comprendido sólo como hombre, es bastante respetada; no es aceptada, sin embargo, la pretensión del cristianismo de creer que Él tiene la clave de la salvación. ¿Se vio alguna vez Jesús —nos dicen— a sí mismo como Salvador? ¿En qué os basáis para creer que la salvación viene de Jesucristo? Estas preguntas hacen sospechar que la crítica viene de la idea misma de tener que recurrir el hombre a Dios. La idea de ser salvado, es decir, de tener que realizarse y trascenderse, es totalmente digna de respeto, pero no el hecho de tener que debérselo a otro. El hombre y la mujer quieren realizarse, pero por sí mismos. No aguanta tener que recurrir a otro y menos si ese Otro es Dios. Hay muchos que rechazan a Dios, no tanto por el hecho de estar o no probada su existencia, sino porque consideran que su idea es funesta para el hombre.

Parecería que la idea de Dios sería funesta para el ser humano precisamente porque le impide hacerse él mismo por sí mismo, y asumir su vida y su destino. Es toda una corriente de pensamiento que arranca de L. Feuerbach hasta el existencialismo de J. P. Sartre; su siembra tiene todavía gran cosecha. Se llama incluso corriente “humanista”, y suele hablarse de “humanismo” en sentido estricto, de un humanismo ateo: no existe más que el hombre. El hombre no puede, pues, soportar a Dios o la idea de Dios.

El panorama espiritual de nuestra sociedad es más complejo aún, pues Dios no significa hoy necesariamente una persona con la que me relaciono. Se habla más de fuerzas espirituales, energías positivas o negativas, o de influencias de no se sabe qué o dónde. La idea de una salvación por Dios, es decir, la relación entre Dios y los seres humanos es la que se plantea. Esa relación de Dios con el hombre se ha vivido evidentemente como favorable para éste último: «Miseria del hombre sin Dios, grandeza del hombre con Dios», afirmaba Pascal. Pero hoy dicen muchos: «Grandeza del hombre sin Dios y sin religión y sin Iglesia; miseria del hombre con Dios, con religión y con Iglesia».

¿No es una equivocación, al menos a priori, considerar que la presencia de Dios, de ese “otro-del-hombre”, constituye de suyo un obstáculo para la autonomía del hombre y su salvación? Eso es lo que hemos de demostrar los cristianos con nuestra vida, de modo que convenzamos a nuestros hermanos “a-teos” de que la autonomía no se conquista, como en el caso de Adán y Eva, rechazando la Alteridad, el Absoluto, el “Siempre Mayor”, pues Él no va contra nosotros sino a favor nuestro.

† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid