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Juan Pablo II

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Mensaje

XL Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2003

La vocación al servicio

11 de mayo de 2003


Temas: vocación, siervo y servicio.

Web oficial: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/messages/vocations/documents/hf_jp-ii_mes_20021118_xl-voc-2003_sp.html

Publicado: BOA 2003, 96.


¡Venerables hermanos en el episcopado, queridos hermanos y hermanas de todo el mundo!

1. « He aquí a mi siervo, a quien elegí; mi amado, en quien mi alma se complace» (Mt 12,18, cf. Is 42,1-4).

El tema del Mensaje de esta XL Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a volver a las raíces de la vocación cristiana, a la historia del primero a quien llamó el Padre, su Hijo Jesús. Él es «el siervo» del Padre, proféticamente anunciado como el que ha elegido y plasmado el Padre desde el seno materno (cf. Is 49,1-6), el predilecto que el Padre sostiene y del que se complace (cf. Is 42,1-9), en el que ha puesto su espíritu y al que ha transmitido su fuerza (cf. Is 49,5) y al que exaltará (cf. Is 52,13-53,12).

Enseguida se hace evidente el sentido radicalmente positivo que el texto inspirado da al término “siervo”. En la cultura actual, el que sirve es considerado inferior, pero en la historia sagrada el siervo es el llamado por Dios para cumplir una acción particular de salvación y redención. El siervo sabe que ha recibido todo lo que tiene y es, y por ello, se siente también llamado a poner al servicio de los demás todo cuanto ha recibido.

El servicio en la Biblia está siempre unido a una llamada específica que viene de Dios y por tanto representa la máxima realización de la dignidad de la criatura, además de evocar toda su dimensión misteriosa y trascendente. Así ha sido también en la vida de Jesús, el siervo fiel llamado a cumplir la obra universal de la redención.

2. «Como cordero llevado al matadero...» (Is 53,7).

En la Sagrada Escritura se da una fuerte y evidente relación entre servicio y redención, como también entre servicio y sufrimiento, entre Siervo y Cordero de Dios. El Mesías es el Siervo sufriente que padece, que carga sobre la espalda el peso del pecado humano; es el Cordero «llevado al matadero» (Is 53,7) para pagar el precio de la culpa cometida por la humanidad y devolverle así el servicio que más necesita. El Siervo es el Cordero que «maltratado, se dejó humillar y no abría la boca» (Is 53,7), mostrando así una fuerza extraordinaria: la de no reaccionar al mal con el mal, sino responder al mal con el bien.

Es la humilde energía del siervo, el cual encuentra en Dios su fuerza y que, por esto, es transformado por Él en «luz de las naciones» y artífice de la salvación (cf. Is 49,5-6). Misteriosamente, la vocación al servicio es siempre vocación a tomar parte de forma muy personal, aunque costosa y dolorosa, en el ministerio de la salvación.

3. «...como el Hijo del hombre, que no ha venido para ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).

Jesús es en verdad el modelo perfecto del “siervo” del que habla la Escritura. Él es quien se ha despojado radicalmente de sí para asumir «la condición de siervo» (Flp 2,7), y dedicarse totalmente a las cosas del Padre (cf. Lc 2,49), como Hijo predilecto en quien el Padre se complace (cf. Mt 17,5). Jesús no ha venido para ser servido, «sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20,28); ha lavado los pies de sus discípulos y ha obedecido al proyecto del Padre hasta la muerte de cruz (cf. Flp 2,8). Por ello, el Padre mismo lo ha exaltado dándole un nombre nuevo y haciéndole Señor del cielo y de la tierra (cf. Flp 2,9-11).

¿Cómo no leer, en lo ocurrido al “siervo Jesús”, la historia de cada vocación, la historia pensada por el Creador para cada ser humano, historia que inevitablemente pasa por la llamada a servir y culmina en el descubrimiento del nombre nuevo pensado por Dios para cada uno? En ese “nombre” cada uno puede comprender su propia identidad, orientándose hacia una realización de sí mismo que lo hará libre y feliz. ¿Cómo no leer, en particular en la parábola del Hijo, Siervo y Señor, la historia vocacional de quien es llamado por Él, para seguirlo de cerca y llegar así a ser siervo en el ministerio sacerdotal o en la consagración religiosa? En efecto, la vocación sacerdotal o religiosa es siempre, por su naturaleza, vocación al servicio generoso a Dios y al prójimo.

Así, el servicio se transforma en camino y medio valioso para llegar a comprender mejor la propia vocación. La diakonía es en verdad itinerario pastoral vocacional (cf. Nuevas vocaciones para una nueva Europa, 27 c).

4. «Donde estoy yo, allí estará mi siervo» (Jn 12,26).

Jesús, el Siervo y el Señor, es también aquél que llama. Llama a ser como Él, porque sólo en el servicio el ser humano descubre la dignidad propia y la ajena. Él llama a servir como Él ha servido: cuando las relaciones interpersonales se inspiran en el servicio recíproco, se crea un mundo nuevo y en él se desarrolla una auténtica cultura vocacional.

Con este mensaje, quisiera casi dar la voz a Jesús, para que proponga a los jóvenes el ideal de servicio y les ayude a superar las tentaciones del individualismo y la ilusión de obtener así la felicidad. A pesar de cierto impulso contrario, también presente en la mentalidad actual, en el corazón de muchos jóvenes se da una disposición natural a abrirse a los demás, especialmente a los más necesitados. Todo ello les hace generosos, capaces de empatía, dispuestos a olvidarse de sí mismos para anteponer al otro a sus propios intereses.

Servir, queridos jóvenes, es una vocación completamente natural, porque el ser humano es siervo por naturaleza, no es dueño de la propia vida y, a su vez, necesita el servicio de otros. Servir manifiesta la libertad respecto a la tiranía del propio yo y la responsabilidad hacia el otro; y servir es posible para todos, con gestos aparentemente pequeños, pero grandes en realidad, si provienen del amor sincero. El verdadero siervo es humilde, sabe ser «inútil» (cf. Lc 17,10), no busca provechos egoístas, sino que se entrega por los otros experimentando así el gozo de la gratuidad.

Queridos jóvenes, deseo que sepáis escuchar la voz de Dios que os llama al servicio. Éste es el camino que lleva a formas de ministerio beneficiosas para la comunidad, desde el ministerio ordenado a otros ministerios instituidos y reconocidos: la catequesis, la animación litúrgica, la educación de los jóvenes, y las diversas expresiones de la caridad (cf. Novo millennio ineunte, 46). He recordado, en la conclusión del Gran Jubileo, que esta es «la hora de una nueva “creatividad” de la caridad» (ibíd., 50). Os toca en particular a vosotros, jóvenes, hacer que la caridad se exprese en toda su riqueza espiritual y apostólica.

5. «Si alguno quiere ser el primero, que sea el último y el servidor de todos» (Mc 9,35).

Así dice Jesús a los Doce, sorprendidos al discutir entre ellos sobre «quién era el más grande» (Mc 9,34). Es la tentación constante, que no perdona ni siquiera a quien está llamado a presidir la Eucaristía, el sacramento del amor supremo del “Siervo sufriente”. Quien ejerce este servicio, en realidad, está llamado a servir de una forma aún más radical. Está llamado, de hecho, a actuar in persona Christi, y por tanto a revivir la misma condición de Jesús en la Última Cena, asumiendo por ello la misma disponibilidad para amar hasta el fin, hasta dar la vida. Presidir la Cena del Señor es, por lo tanto, una invitación apremiante para ofrecerse como don, para que permanezca y crezca en la Iglesia la actitud del Siervo sufriente y Señor.

Queridos jóvenes, cultivad la atracción por los valores y por la elección radical que hacen de la existencia un servicio a los demás, tras las huellas de Jesús, el Cordero de Dios. No os dejéis seducir por los reclamos del poder y de la ambición personal. El ideal sacerdotal debe ser constantemente purificado por éstas y otras peligrosas ambigüedades.

Resuena todavía hoy el llamamiento del Señor Jesús: «El que quiera servirme, que me siga» (Jn 12,26). No tengáis miedo de aceptarlo. Seguramente encontraréis dificultades y sacrificios, pero seréis felices por servir, seréis testimonios del gozo que el mundo no puede dar. Seréis llamas vivas de un amor infinito y eterno; conoceréis las riquezas espirituales del sacerdocio, don y misterio divino.

6. Como en otras ocasiones, fijemos también ahora la mirada en María, Madre de la Iglesia y Estrella de la nueva evangelización. Invoquémosla con confianza para que no falten en la Iglesia personas dispuestas a responder a la invitación del Señor, que llama a un servicio más directo del Evangelio:

María, humilde sierva del Altísimo, el Hijo que has engendrado te ha hecho sierva de la humanidad. Tu vida ha sido un servicio humilde y generoso:

  • Has sido sierva de la Palabra cuando el Ángel te anunció el plan divino de salvación.
  • Has sido sierva del Hijo, dándole la vida y permaneciendo abierta a su misterio.
  • Has sido sierva de la Redención, permaneciendo valientemente al pie de la Cruz, junto al Siervo y Cordero sufriente, que se inmolaba por nuestro amor.
  • Has sido sierva de la Iglesia, el día de Pentecostés, y con tu intercesión continúas generándola en cada creyente, también en nuestros tiempos, difíciles y problemáticos.
  • Que los jóvenes del tercer milenio dirijan su mirada con confianza a Ti, joven Hija de Israel, que has conocido la turbación del corazón joven al enfrentarse al plan del Dios Eterno;

  • Hazlos capaces de aceptar la invitación de tu Hijo a hacer de la vida un don total para la gloria de Dios.
  • Hazles comprender que servir a Dios satisface el corazón, y que sólo en el servicio de Dios y de su reino nos realizamos de acuerdo con el plan divino, y la vida se convierte en un himno de gloria a la Santísima Trinidad.
  • Amén.

    En el Vaticano, 16 de octubre de 2002.