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Carta
A los presbíteros
12 de enero de 2003
Publicado: BOA 2003, 7.
Un saludo cordial, queridos hermanos:
Hace ya tres meses que soy vuestro obispo. Me queda mucho recorrido para conoceros a todos; aún me resta más para que el servicio episcopal que debo prestar a los que sois mis colaboradores más cercanos sea eficaz según Dios. Pero soy muy consciente de nuestra común corresponsabilidad en nuestra Iglesia, yo como obispo, vosotros como presbíteros. Si Dios me da fuerzas y tiempo quisiera cuanto antes hablar personalmente con cada uno de vosotros.
Pero ya esta carta me permitirá charlar un poco con vosotros de algunas preocupaciones e indicar algunas cosas que tal vez sea bueno tener en cuenta. He de agradeceros, ante todo, vuestra cercanía y acogida en esta Iglesia en estos tres meses. Ha sido muy reconfortante.
A estas alturas sé bien por cuántas dificultades pasa hoy la vida de un presbítero en la tarea de animar las comunidades cristianas, presidirlas en el Señor y actuar en nombre de Cristo Cabeza. El trabajo pastoral de cada día, la resistencia a la evangelización, la crisis cultural, el alejamiento de adolescentes y jóvenes de la vida eclesial y de la Eucaristía dominical, el rechazo a una vida cristiana consecuente, que quiere transformar este mundo, nos cansa y agota. Otros problemas nuevos se añaden, además, a los antiguos: las nuevas pobrezas, el sinsentido, las drogas, la atención a los inmigrantes, la dificultad de la educación en la fe...
Yo voy poco a poco entrando en la vida de la Diócesis, tanto en nuestros pueblos como en la ciudad de Valladolid. Estoy percibiendo, con vuestra ayuda, las riquezas de fe de nuestras comunidades y sus gentes, pero también los problemas pastorales y las dificultades concretas. Desde el inicio me gustaría que todo el Presbiterio participáramos en los problemas comunes y nos ayudáramos en esta hora decisiva.
He participado en no pocos encuentros de todo tipo: pastorales, retiros, reuniones con grupos, con sacerdotes en vicarías y arciprestazgos, con delegaciones y grupos de laicos, en algún encuentro vocacional. También he celebrado con vosotros en muchas comunidades concretas. Y no sólo la Eucaristía del inicio de mi ministerio pastoral el 13 de octubre u otras celebraciones diocesanas, entre las que destaco las propias de Navidad, recientemente finalizada, sino también celebraciones parroquiales. Ha sido un gozo celebrar la Confirmación en varias parroquias e incluso todos los sacramentos de Iniciación Cristiana de un adulto en Mayorga.
Precisamente quisiera detenerme un poco en la celebración litúrgica. Ya sé que la Liturgia no agota toda la vida de la Iglesia, que debe estar en armonía con la tarea evangelizadora, catequética y de educación en la fe, así como esa tarea importantísima de la vivencia de la caridad y la justicia, el aspecto social de la fe cristiana, que no podemos en absoluto descuidar en estos momentos.
Pero la celebración es termómetro para muchas cosas y es, además, para muchos alejados de la fe, contacto único con la comunidad eclesial. Yo estoy convencido que según una comunidad celebra así vive su eclesialidad. En este sentido, me gustaría hablaros de dos aspectos de la celebración cristiana en nuestra Diócesis.
Uno de ellos es un deseo. Se trata de las celebraciones en la Catedral de las llamadas “Misas estacionales del Obispo con su Pueblo”. Statio es una palabra que designa una asamblea eucarística convocada para un día y un edificio determinado, a la que asisten sacerdotes y fieles de las diversas partes de la diócesis o al menos de la ciudad. También es una Misa estacional la que el obispo celebra en una parroquia durante la visita pastoral, aunque sea en el pueblo más pequeño. En la Catedral son unas determinadas celebraciones: Triduo Pascual, Pentecostés, Navidad, Epifanía, Corpus Christi, celebraciones propias de la diócesis como la Dedicación de la Catedral, día del aniversario de la ordenación del obispo, Patronos de la diócesis y algunas más.
Sé que ciertamente la vida litúrgica de las parroquias no debe sufrir por un excesivo centralismo de celebraciones catedralicias, pero ¿sería tan difícil que el Consejo parroquial o el párroco invitara cada año a algunos miembros de su comunidad a asistir a esas pocas Misas estacionales en la Catedral? Bastaría con que 10-12 personas de cada parroquia, al menos de Valladolid, estuvieran, para que, junto con religiosas/os, la celebración de la Misa estacional en la Catedral fuera significativamente eclesial. Pensadlo.
Me parece a mí que tenemos un déficit de Iglesia diocesana, que es muy peligroso, pues nuestros cristianos no viven esa dimensión muchas veces, de modo que parece que la Iglesia se acaba al atravesar lo límites de cada parroquia. No nos sentimos Pueblo de Dios en un territorio concreto. Yo, por mi parte, tengo pensado, con motivo de la imposición del palio como arzobispo metropolitano por el Papa en Roma el 29 de junio, escribir una carta pastoral , en la que todos estos aspectos de la Iglesia local sean tratados con cierta extensión y dinamismo.
Otro aspecto de la celebración cristiana paso ahora a comentar, al hilo de las celebraciones que ya he vivido en las distintas parroquias y otros templos. Son pequeñas “corruptelas” litúrgicas, no excesivamente importantes, pero significativas. Se dan en la Iglesia —espero que no sea así en nuestra Diócesis— praxis litúrgicas inaceptables como son la utilización de Plegarias Eucarísticas no permitidas o la celebración de absoluciones colectivas del Sacramento de la Reconciliación (fórmula C o similares) que no conducen sino a confusión y rompen la comunión eclesial.
No me refiero a estas prácticas litúrgicas que en absoluto acepto en nuestra Iglesia de Valladolid. Me refiero a otras prácticas o no prácticas, que paso a enumerar brevemente:
No veáis en estas indicaciones mías ni rubricismo ni ganas de fastidiaros. La normativa litúrgica hay que verla siempre desde dos vertientes: la necesaria fidelidad y la expresividad de los gestos litúrgicos, aunque ésta sea siempre relativa. La fidelidad a la normativa, aunque forme parte de la obediencia debida a la Iglesia, es mucho más que obediencia; es principalmente un signo teológico de comunión eclesial.
«Las acciones litúrgicas —recordó el Vaticano II— no son acciones privadas sino celebraciones de la Iglesia, sacramento de unidad» (Sacrosanctum Concilium, 26). Las leyes litúrgicas no se obedecen, pues, ni sólo ni primordialmente por su perfección (el hecho de que con frecuencia se reformen indica su frecuente relatividad), sino porque son gestos o lenguaje de la Iglesia.
Ya he indicado que en nuestro tiempo se da un debilitamiento de la conciencia de pertenecer a la gran Iglesia de Jesucristo; el la pequeña comunidad, aunque sea parroquial, está presente la Iglesia, pero aislada en sí misma no es la Iglesia. Y la fidelidad a los gestos de la Iglesia —incluso a los más pequeños— ayuda a expresar y a vivir la Liturgia como celebración de la Iglesia.
No os quiero quitar más tiempo. Me alegra saludar en vosotros a todos los que forman vuestra comunidad parroquial o de otro tipo. Os deseo un buen trabajo en este año que el Señor nos ha concedido.
En la Fiesta del Bautismo del Señor de 2003.
† Braulio Rodríguez Plaza, arzobispo de Valladolid